Las invitaciones de Trump para que Fernández se defina
Por debajo del saludo público de Donald Trump a Alberto Fernández, el gobierno norteamericano indagó silenciosamente en los últimos días a dirigentes que rodean al presidente electo sobre la preocupación central de Estados Unidos en la región: su posición frente al régimen de Nicolás Maduro.
Como el estigma que guía cada uno de sus pasos, la curiosidad norteamericana fuerza a Fernández a extremar el equilibrismo, a desvelarse en busca de posturas intermedias entre los deseos y las necesidades externas y las banderas históricas del cristinismo.
Solo la ingenuidad puede interpretar la llamada de Trump como una coincidencia. Estados Unidos comenzó a exigir definiciones precisamente en las vísperas de la visita a México, donde Fernández encuentra coincidencias para su postura respecto de Venezuela. Una condena abierta a Maduro le abriría tensiones con La Cámpora, demasiado tempranamente. Por el momento, como adelantó Felipe Solá, la posición se asienta en pedirle a Maduro elecciones adelantadas bajo la supervisión de países latinoamericanos. No es lo mismo que denunciar por "ilegítimo y dictatorial" el régimen de Maduro, como puntualizó en su oportunidad el Grupo de Lima, una expresión de gobiernos latinoamericanos más afín al tono que pretende Estados Unidos y que Fernández anticipó que abandonará.
Pero la política exterior también responde a las urgencias económicas. El próximo gobierno necesita respaldo internacional para avanzar con éxito en la renegociación de la deuda. Sin reprogramación de los vencimientos, los recursos son insuficientes. En la sucesión de reuniones reservadas con funcionarios de la embajada de Estados Unidos en la Argentina y en las visitas de representantes intermedios del Departamento de Estado, las preguntas sobre la posición de Fernández respecto de Maduro son recurrentes, una insistencia que indica que se trata de la primera prueba de amor que pretende Washington del presidente electo. Las respuestas se miden con cautela por su correlato financiero y despertaron un debate interno alrededor de Fernández.
Desde el ala donde impera el pragmatismo, un sector que agrupa desde gobernadores peronistas con relaciones políticas con Estados Unidos hasta dirigentes como Sergio Massa, surgió incluso la idea de mantenerse en el Grupo de Lima. En esa tesis, la premisa es maniobrar en el interior del grupo, en vez de ratificar un portazo que subraye las diferencias con Washington, una reversión de aquella idea de cambiar el sistema desde adentro.
Fernández deja que las conversaciones con los funcionarios norteamericanos prosperen, pero fija límites: repite a sus interlocutores que si se equipara al régimen de Maduro con una dictadura, se puede abrir la puerta a una intervención militar. De ahí su incómodo rodeo al momento de definir públicamente al gobierno venezolano. Unos lo aceptan como una prevención sólida; otros, como una argumento para evitar un conflicto interno. El chavismo fue, al fin y al cabo, un eje económico y político de los socios del kirchnerismo en la región.
En principio, un aliado de Alberto Fernández transmitió reservadamente a los funcionarios norteamericanos un mensaje: "Nunca más el alicate". La frase alude a la escena que marcó la cumbre de la tensión entre el gobierno de Cristina Kirchner y Washington, cuando en febrero de 2011 el entonces canciller Héctor Timerman ordenó que se abriera con un alicate un maletín de cierre codificado que se le había retenido a personal de Estados Unidos en un avión militar. Aquel acto que enorgullece al cristinismo es el mismo que un sector del Frente de Todos intenta alejar del recuerdo norteamericano.
La estrategia se afinca, hasta el momento, en sumar fuerzas en el Grupo de Puebla, una conformación más afín a la identidad que quiere exhibir Fernández en la región, en una suerte de equidistancia entre Caracas y Washington que aleje los peores resquemores de Estados Unidos. Nadie puede garantizar que sea suficiente.
Necesidades económicas
El mensaje telefónico de Trump reforzó aquello que su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, había anticipado días atrás: que la Argentina debe acordar con el FMI y, por si alguien lo dudaba, que los designios de Washington son determinantes en el Fondo.
La necesidad de dólares se transformó en una brújula implacable para la diplomacia. Y motivó un giro apenas perceptible en las palabras del presidente electo: se pasó de las críticas contra la dependencia excesiva de Estados Unidos que lanzó Fernández en su viaje a España a la búsqueda reciente de ayuda norteamericana para la renegociación de la deuda.
En México, como consignó ayer la nación, Fernández recordó cómo el republicano George Bush había colaborado con la renegociación de los acreedores en los tiempos de Néstor Kirchner. Es verdad. Pero hay diferencias entre aquellos tiempos y los actuales. Cristina Kirchner todavía no había firmado aún un pacto con Irán, el centro de todo aquello que Washington asocia con sus enemigos, ni se había desmantelado la cooperación en materia de seguridad con las agencias norteamericanas, como ocurrió después, ni se había abierto con un alicate un maletín de equipos de defensa transportado en un avión militar. Las prevenciones de Washington son entendibles.
Como las preguntas en las reuniones reservadas, la llamada de Donald Trump invita a Fernández a tomar posición, entre las consignas del último gobierno de Cristina Kirchner y los anhelos norteamericanos del presente. Así, entre las necesidades y las ideologías del cristinismo, el presidente electo deberá poner a prueba, como marca el estigma, sus habilidades de equilibrista.
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