Las huellas argentinas en Malvinas: zapatillas Flecha, hierros que se oxidan y un dolor que vuela en el viento
Las trincheras de Monte Longdon permanecen como un recordatorio doloroso de la guerra; la memoria de los isleños de días imborrables
MONTE LONGDON.- Fue un baño de sangre. Aquí, en las laderas de este promontorio rocoso que no supera los 100 metros de altura, 31 argentinos y 23 británicos murieron, 180 quedaron heridos y decenas más arrastrarán traumas mientras respiren. Fue la noche del 11 de junio de 1982 y fue la batalla que definió la guerra de las Malvinas, de cuyo inicio se cumplen cuarenta años. Las secuelas llegan hasta hoy.
Es un día de sol, pero el viento no afloja y mueve las últimas hilachas de unas zapatillas Flecha. Soldados argentinos las usaban mientras secaban sus borceguíes empapados. Más allá hay proyectiles calibre 7,62 de fusiles FAL. Usados y sin usar. A un costado, afeitadoras descartables, pilas oxidadas y los restos de una pala con la que algún conscripto cavó su “pozo de zorro”. Son las posiciones que mantuvo el Regimiento 7 de Infantería de La Plata.
“Esa es la hondonada. Allí se desató el infierno”, señala Jimmy Curtis, un isleño que suele acompañar a veteranos argentinos y británicos a recorrer los lugares donde combatieron. Los guía y asiste. Porque a menudo se quiebran. ¡Cómo no quebrarse al revivir la pesadilla que vivieron y se llevó a tantos hermanos de armas! “Esa es la posición que ocupó Baldini”, detalla. Alude al subteniente Juan Domingo Baldini, que murió esa noche. Con su sección debía detener el avance del Regimiento 3 de Paracaidistas británico y tres brigadas de comando, bajo fuego de artillería.
Cuatro décadas después, los restos oxidados de un cañón de 105 milímetros y de una cocina de campaña son testigos permanentes de que allí corrió mucha sangre. Hijo único, Baldini cayó al frente de la Primera Sección de la Compañía 8 cuando ya era una pelea cuerpo al cuerpo. Recibió la Medalla al Valor en Combate. El cabo primero Darío Ríos, jefe de un grupo de tiradores, lo siguió en la embestida. También cayó esa noche gélida: el termómetro medía -5 grados, cuentan los memoriosos. “Ríos” puede leerse en una piedra junto a la que fue su posición, un semicírculo de rocas amontonadas una sobre otra.
Metros más adelante yacen los restos silenciosos de dos posiciones donde los argentinos ubicaron ametralladoras. Hierros doblados, alambres y cartuchos usados aluden a aquella noche atroz del 11 al 12 de junio. Aquí y allá, plaquetas de metal y de granito detallan los puntos exactos donde cayó tal o cual soldado. Y en el punto más alto del Monte Longdon, una cruz de hierro los cobija a todos.
Abajo, hacia el oeste se abre un valle donde todavía se ve la tierra que removieron durante las tareas de desminado. Allí es donde el cabo Brian Milne, del “3 Para”, voló por los aires y alertó a los argentinos que se venían los británicos, desatando una tormenta de fuego que se prolongó durante doce horas.
Hacia el este, a una hora de distancia, se ve Puerto Argentino. De allí la importancia de este enclave, que a un costado tiene el monte Dos Hermanas y más allá el Tumbledown, donde también corrió sangre. Aquel que controlara este bastión, ganaba la guerra. Una guerra de 74 días, 649 soldados argentinos muertos, 255 británicos y 3 isleños, además de cientos de heridos y de suicidios, traumas psicológicos, consecuencias políticas profundas, daños materiales y mucho más.
Para la Argentina, hoy es el día que marca la recuperación transitoria de las islas tras 149 años de ocupación británica; para los isleños es “Invasion Day”. Y hoy nadie celebra en esta ciudad, que llaman Stanley. Al contrario. Anteanoche, el actual gobernador Nigel Phillips presidió un ágape de las Fuerzas de Defensa de las Islas (FIDF, en inglés), para conmemorar el rol de esa ínfima fuerza local en 1982. Y anoche, las FIDF organizaron otro evento “para reflexionar y recordar los hechos del 1 de abril”. Es decir, cuando el gobernador Hunt los convocó de urgencia.
Ese día, como cada año, los anglosajones celebran el “día de los tontos”, una tradición similar al de los “Santos Inocentes” cristiano. Muchos creyeron que era eso, una broma. “Pronto quedó descartado cuando el gobernador nos informó”, recordó uno de esos reservistas, Gerald Cheek, en una carta que se publicó ayer en el semanario local, Penguin News. ¿Su título? “No parece que fue hace 40 años”.
El guía Curtis también fue reservista en las FIDF. Pero en 1982 era un nene que quedó inmortalizado en una foto que recorrió el mundo. Con un abrigo azul y cabellera rubia, aparecía de espaldas junto a su hermana menor. Y juntos miraban avanzar un vehículo blindado argentino. Tiene infinidad de anécdotas de aquellos días. Pero prefiere dar una mano cuando este cronista se quiebra, también, en la cima del Monte Longdon. “He visto hombres duros llorar aquí”, cuenta. “Argentinos y británicos que vivieron horrores en estos lugares y a los que dejé un espacio y un tiempo para estar solos con su alma. A algunos les toma más tiempo que a otros”, añade. “Recuerdo un veterano que viajó tres veces desde Londres, pero no logró salir de Mount Pleasant [por el aeropuerto]. Recién en la cuarta vez que viajó, lo logró”.
Traumas que persisten
Sí, los traumas llegan hasta hoy. Muchos ex combatientes argentinos y británicos lloran como niños al volver a las islas. Otros se niegan a volver. Y muchos isleños lidian con sentimientos mezclados de bronca, de tristeza, de culpa y de agradecimiento. De bronca con los “invasores”, como nos denominan a los argentinos. De tristeza, al recordar el maltrato que vieron recibir a muchos conscriptos argentinos, de culpa –porque cientos de soldados británicos murieron por 1800 isleños- y de agradecimiento. Por eso celebran el 14 de junio -”Liberation Day”-, para fastidio argentino, y Margaret Thatcher es aquí reverenciada.
Las marcas son también físicas. En el jardín de una casa de Puerto Argentino permanece un vehículo de combate blindado Panhard, argentino, con un cañón de 90 milímetros. En otro, un afuste de ametralladora antiaérea. En otro más, un cañón de artillería Otto Melara, calibre 105 milímetros. Y están los restos de otro similar junto al aeropuerto local. Sin contar el jeep Mercedes Benz que el isleño Carl Harris restauró –y mantiene con pintura camuflaje- a la vuelta de la casa del gobernador.
Algunos isleños son más duros que otros. Basta con caminar por la costanera de Puerto Argentino para toparse con el cartel que domina una ventana. Es imposible no verlo: “A la Nación Argentina y su pueblo: Serán bienvenidos en nuestro país cuando desistan de su reclamo de soberanía y reconozcan nuestro derecho a la autodeterminación”.
Los ejemplos se suceden. En el baño de hombres del “Victory Bar”, uno de los más concurridos de esta ciudad, estaba el rostro del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri. Cada uno decidía que hacer, dentro del baño, al verlo. Y desde el mostrador de The Harbour View Gift Shop”, Lucía Betts cuenta su pequeña venganza contra un oficial argentino. “Cuando descubrió que era chilena, me dijo que después de las islas iban por Chile. Yo esperé. Y cuando después lo vi pasar detenido por la puerta de mi casa, apuntado por los británicos, le grité: ‘¿Y? ¿Cuándo vas para Chile?’. Los soldados que lo llevaban se rieron”.
Pero las secuelas de la guerra tienen un límite: los muertos en combate. Los isleños sólo tienen palabras y gestos de respeto hacia los familiares de los caídos, a los que llaman “the boys” (“los muchachos”). El cementerio de Darwin es camposanto, al igual que el británico de San Carlos. Y por eso, también, los restos de helicópteros y aviones desperdigados por las islas permanecen intactos, allí donde cayeron, como recordatorios presentes.
El gobernador de entonces, Hunt, ya murió, al igual que Galtieri. La residencia que ocupó sigue, aunque con algunas reformas. En su jardín delantero flamean las banderas británica y de Ucrania. Y unos metros más al oeste corre la estrecha calle por la que desfilaron los Royal Marines, con sus manos en alto, en las primeras horas del 2 de abril de 1982.
“Operación Rosario”, se llamó. Cuarenta años atrás, más de 900 hombres participaron a bordo del ARA Cabo San Antonio, el ARA Drummond, el destructor ARA Santísima Trinidad y el submarino Santa Fe. Desembarcaron en esta ciudad. Y cambiaron para siempre la historia de la Argentina, de Gran Bretaña y de estas islas.
Unas islas donde el viento nunca afloja.