Las erróneas interpretaciones del mensaje del Papa
Aquien tuvo formación superior se le debe exigir que, cuando escriba algo que pueda afectar a otro, no se base en meras suposiciones. Por eso llama la atención hasta qué punto las afirmaciones periodísticas sobre el Papa están plagadas de imaginación, al mismo tiempo que todo se interpreta como si Francisco estuviera permanentemente pensando en Macri. El ego argentino es grande.
Esto se vio exacerbado días atrás en una llamativa andanada de notas periodísticas, todas dedicadas a atribuirle a Francisco ciertas intenciones políticas. Si uno leyera este hecho con la misma imaginación, podría deducir que hay un plan organizado de desprestigio. Pero es más adecuado pensar con la mente en frío y otorgar el beneficio de la duda.
Muchas veces se supone que todos los que tienen alguna tarea en instituciones católicas están ejecutando órdenes del Papa cada vez que hablan. Sin embargo, esto ni siquiera ocurre con los cardenales del Vaticano, ya que siguen pensando y hablando como quieren, como si Francisco no fuera papa.
¿Acaso no nos preguntamos muchas veces por qué no se sacaba de encima al cardenal Müller, quien no ocultaba una línea de pensamiento muy diferente e incluso lo criticaba? Y miremos al cardenal Sarah, que sigue proponiendo volver a celebrar la misa de espaldas al pueblo.
Por lo tanto, no se puede sostener que lo que diga la pastoral social de Córdoba, que podría hablar incluso sin consultar al obispo del lugar, venga digitado desde el Vaticano. Por la misma razón, deberían respetar a Grabois, que es un laico adulto e inteligente y puede tener pensamiento propio sobre temas políticos y sociales, sin suponer que repite lo que le ordena el Papa. Él como ciudadano libre puede opinar lo que quiera sobre el presidente o sobre la oposición.
No es realista decir que alguien, por ser asesor o consultor de una oficina vaticana, como es Justicia y Paz, esté marcando o representando el pensamiento del Papa sobre temas sociales.
Muchos de esos consultores jamás son consultados y a otros se los consulta solo sobre algún tema en particular: la trata de personas, el narcotráfico, etcétera. Es más, algunos de ellos pueden estar a favor de la eutanasia o del aborto en algunos casos, y esa no es la línea del Papa o del Vaticano. Entonces permítanle a Grabois que tenga el respeto del Papa, pero libérenlo del peso de estar representándolo.
Esto se vuelve más complejo todavía en las academias del Vaticano, donde una puede opinar lo contrario de otra. Así ocurrió, por ejemplo, en temas como los transgénicos, las células estaminales, etcétera. Sánchez Sorondo convoca a su academia a quienes quiere, sin pedir permisos del Papa ni certificados de buena conducta. Les da lugar en su foro de discusión porque desde su cargo pueden aportar algo sobre algún tema acotado, y así como invitó a Macri invitó también a Gils Carbó. Pero aquí dicen falsamente que "el Papa mandó llamar a Gils Carbó".
Hoy, con Francisco, la Iglesia goza de una inédita libertad de expresión y no es necesario estar pensando qué diría el Papa para poder opinar. Ahora muchos católicos pueden tratar irresponsablemente a Francisco de hereje o de cismático, sin que les llegue siquiera un pedido de aclaración desde el Vaticano. Pocos años atrás recibíamos sanciones graves por mucho menos.
De todos modos, cualquier opinión que defienda los derechos de los más débiles podrá tener semejanzas con el mensaje de Francisco, que siempre habla desde las heridas de los más frágiles. Es improbable que él se dedique a reclamar a favor de las grandes empresas o de los poderes concentrados, por más racionales que suenen. Los poderosos ya tienen recursos de sobra para defender sus intereses y difundir su visión de la realidad. Los débiles de este mundo ya escucharon muchas veces que hay que seguir esperando.
Es en la sociedad civil donde han crecido la intolerancia y nuevos modos de censura. Por eso muchos optan por no opinar acerca de graves temas sociales, porque opinar es verse expuesto a una catarata de descalificaciones y de sospechas.
Esto no le hace bien a nuestro querido país. Solo empobrecerá más y más el ya limitado debate público, y no habrá progreso económico que supla la decadencia cultural y social.
Rector de la Universidad Católica Argentina (UCA)
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