Las dos obsesiones de Cristina Kirchner
En los últimos días transmitió su preocupación por la elección y por la situación social; su relación con Fernández se volvió a tensar por el cierre de listas; las heridas abiertas en la oposición
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Hasta la mitad de la semana, el Gobierno estaba decidido a renovar, con pequeñas variaciones, las restricciones sanitarias y sociales para enfrentar a la variante Delta. Era la postura del Ministerio de Salud en base a las previsiones de la curva de contagios y a un pico que se sitúa en las próximas tres semanas. Sin embargo, el jueves hubo una reevaluación de la situación.
La indicación del presidente Alberto Fernández fue avanzar hacia un esquema que permita la mayor apertura de actividades de los últimos meses. En la Casa Rosada aseguran que hubo una justificación sanitaria: “En las últimas cinco semanas hemos tenido una baja sostenida de internaciones y muertes, y las restricciones al ingreso desde el extranjero están funcionando”. Pero también influyó la convicción profunda de que no podían ingresar al mes previo a las PASO con rémoras del confinamiento, mientras por otro lado el discurso de campaña se focaliza en las bondades del plan de vacunación y en el lema “Vamos a volver a ser felices”. “Durante mucho tiempo fuimos portadores de malas noticias, ahora es el momento de aflojar un poco”, explican cerca del Presidente.
Ese convencimiento fue gatillado por las dos obsesiones principales que Cristina Kirchner transmitió a sus interlocutores en las últimas semanas. La primera es la electoral. En el oficialismo asumen que el 12 de septiembre no será un plácido ballet, sino más bien un esforzado malambo. Las encuestas preliminares exhiben una ventaja de alrededor de 5 puntos en la provincia de Buenos Aires que forzó al Gobierno a un ejercicio de moderación y de regreso al centro, en la misma sintonía de 2019. Solo así se entiende que se haya habilitado el pago al FMI con los fondos de los Derechos Especiales de Giro, después de que la propia Cristina impulsara en el Senado un pronunciamiento en sentido contrario; o que se haya firmado la compra por 20 millones de dosis a Pfizer después de las duras críticas de Máximo Kirchner.
Algo similar ocurrió con la autorización del aumento a las empresas de medicina prepaga y el congelamiento de la reforma del sistema de salud. Fue una promesa que la propia vicepresidenta hizo ante los principales referentes del sector en reuniones personales. La dama de hierro que aparece en público muchas veces exhibe una enorme elasticidad en reserva, síntoma indudable de su pragmatismo feroz.
Pero quizás nada simboliza más su vocación de poder que la pirueta que hizo en Santa Fe, donde fue capaz de mandar al destierro a uno de sus hombres más leales, Agustín Rossi, para priorizar las chances de triunfo en esa provincia. Omar Perotti terminó de definir el viraje de Cristina en una reunión en la que le exhibió datos comprometedores sobre el papel de Alejandra Rodenas, la vicegobernadora y ahora socia de Rossi, para que se cierre la causa por mafias en el juego que involucran al senador Armando Traferri. Impulsiva como es, Cristina ordenó acordar con la propuesta del gobernador y esta semana hasta se sacó una foto con los candidatos santafesinos.
Alberto Fernández se muestra más cómodo con este escenario que con la kirchnerización forzada que mostró durante largos meses. Se siente revigorizado después de una tremenda discusión con Cristina el martes previo al cierre de listas, en donde logró resistir la ofensiva sobre su jefe de Gabinete y cuyas secuelas continúan hasta hoy con una fuerte tensión entre ellos. En esas charlas la institucionalidad se balancea frágil en un espadeo verbal cuyo tono vuelve verosímil la imitación del video de Florencio Randazzo. La designación de Juanchi Zabaleta en Desarrollo Social, la potenciación del rol de Gabriel Katopodis, la reunión virtual de ayer con gobernadores de su línea, le dan al Presidente algo de oxígeno para volver a creer que si logra un buen resultado electoral, se podrá mantener a flote. Volvió a escucharse después de mucho tiempo la tímida consigna “Alberto reelección”. Las simbólicas resistencias de Fernández también exponen los límites de la vicepresidenta. Ella concentra el grueso del poder, pero no siempre puede disponer como desearía. Parecería un regreso, quizás efímero, al principio rector de 2019: él decide mayoritariamente sobre los nombres del Ejecutivo; ella, sobre los del Congreso. Al menos en plena campaña.
El temor a la implosión social
Pero detrás de la preocupación electoral, Cristina exhibe una genuina inquietud por el escenario poselectoral. “Está verdaderamente alarmada por el clima que percibe en sus conversaciones con referentes territoriales”, reporta un interlocutor frecuente de la vicepresidenta. Ella está convencida de que las demandas acumuladas por la pandemia y el declive económico pueden generar disrupciones y sensación de ingobernabilidad. También Máximo transmitió su temor de que “nos quieran tirar a todos por la ventana”. Juan Grabois, un hombre que la frecuenta, dijo sin eufemismos que “la paz social está en peligro”.
La marcha de ayer de los movimientos sociales no es solo una fiestita de bienvenida a Zabaleta. Es una tremenda exhibición de poder impulsada especialmente por Emilio Pérsico, quien en privado se jactó en estos días de poder “movilizar un millón de personas” si quisiera sacudir al Gobierno. Anida en estos sectores un hondo malestar por la mezquindad kirchnerista en el armado de listas. Debajo subyace también una discusión de fondo (y de fondos): la reformulación del sistema de asistencia social. Los movimientos hablan de impulsar un cambio del modelo de planes a un esquema laboral, que se canalizaría a través de las cooperativas que ellos controlan y que absorben buena parte de los Potenciar Trabajo, que pasó de 600.000 a 1,1 millón beneficiarios. El kirchnerismo duro, en cambio, piensa en alguna forma de universalización de la ayuda que evite la intermediación de esos dirigentes (Cristina siempre habla del modelo AUH). Zabaleta llega al ministerio con una premisa: transformar la política social en trabajo y cambiar la agenda del hambre por el de la producción. “El peronismo es trabajo, no plan social”, repitió entre los suyos esta semana.
A partir de evaluar esta situación de extrema fragilidad social, Cristina envió emisarios a establecer contactos preliminares con algunos de los principales referentes opositores, incluido el entorno de Horacio Rodríguez Larreta y jefes legislativos, para avisar que después de las elecciones ambos sectores deberían dialogar sobre cuestiones troncales. Esa tarea de interlocución recayó en el Congreso en Máximo Kirchner y Sergio Massa, quienes en la intimidad compartieron la intranquilidad por el clima social. El otro emisario fue Wado de Pedro, el silencioso canciller de las decisiones que importan.
Del lado de la oposición la idea fue recibida con mucho escepticismo. Creen que el propio Gobierno dilapidó sus oportunidades y ahora es tarde para los acercamientos. En todo caso, dependerá de los incentivos que aporte el resultado de la elección. Si algún bando se impone con cierta claridad, no habrá estímulos para ofrecer al vencido el beneficio de una imagen conjunta. Pero también puede ocurrir que ni el oficialismo ni la oposición puedan obtener triunfos absolutos y se deban contentar con victorias relativas para mantener el relato.
Este es un escenario que varios analistas están estudiando y que gira en torno de un interrogante clave: ¿cómo se va a expresar electoralmente el enorme desánimo y desencanto social que registran todos los sondeos? Un trabajo cualitativo de la consultora Opinaia identificó las palabras con las que la gente grafica la situación actual del país: “Desesperanza” “Incertidumbre” “Temor” “Falta de salida a la Crisis”. “Un 65% considera que ni el Gobierno ni la oposición ofrecen soluciones a los problemas del país. Además, 4 de cada 10 no se siente representado ni tiene simpatía por ningún partido (germen de la antipolítica), un valor que crece hacia los más jóvenes y segmentos de menores ingresos”, agrega Juan Mayol, uno de los directores. Los candidatos que empezaron a recorrer las calles reportan una enorme apatía de los ciudadanos de a pie. María Eugenia Vidal contó entre los suyos que más que enojo, la gente transmite desencanto y abatimiento. “Se dan cuenta de que la política vive para la política”, agrega un funcionario con oficina en la Casa Rosada. Un focus group que hizo el equipo de Facundo Manes aportó un dato inquietante: el concepto de república solo es valorado por la gente mayor; para los más jóvenes es un significante sin contenido.
Esa percepción de distanciamiento de la política podría impactar en el nivel de participación en las PASO, un fenómeno que ya se produjo en las elecciones anticipadas de Jujuy, Misiones y Río Cuarto. Juan Germano, director de la consultora Isonomía, explica que una hipótesis en la que trabajan, a partir de identificar que a nivel nacional entre un 20 y un 25% se expresa como indeciso o dice que votará en blanco, es que “haya una participación más baja por una serie de motivos. Primero, porque en muchos lugares no hay internas en las PASO. En segundo término, por el enojo con la dirigencia política, que impacta sobre todo en los menores de 30 años. Y después por la pandemia, que afecta a los mayores de 60 o 70 años”. Este último dato es observado con especial preocupación en Uspallata, donde calculan que si se vota en el pico de la variante delta pueden perder votos en uno de sus segmentos fuertes.
Al problema de la participación, Germano también aporta la idea de “una mayor fragmentación electoral, acorde con los parámetros de las elecciones legislativas”. Al no haber un outsider disruptivo que aspire el “voto desencanto”, hay mayores chances para las terceras fuerzas, que podrían prorratear votos que en otros casos irían a las coaliciones mayoritarias. Una importante consultora registró que la izquierda en Jujuy tiene 15 puntos y los libertarios en Chubut 9. No sería la primera vez que el castigo social achata los números y no deja auténticos triunfadores.
El trauma del cierre de listas
La solidificación de dos coaliciones dominantes, el Frente de Todos (FDT) y Juntos por el Cambio (JxC), fue vital para aportar estabilidad al sistema político argentino en medio de la pandemia, y en un contexto regional de alta volatilidad, como quedó expresado en los últimos meses en Chile, Perú, Colombia y Cuba. Sin embargo, ese armado apenas esconde la enorme fragmentación política, que ahora se traduce en una dinámica de disputas internas, sobre todo para los partidos de oposición.
En 2019 fue el FDT el que tuvo que hacer un enorme ejercicio plástico para llevar en sus listas desde Victoria Donda, Pino Solanas e Itaí Hagman, hasta Massa y José De Mendiguren. Ahora en cambio, ya en el poder, el cierre de listas exhibió más homogeneidad. En la provincia de Buenos Aires 16 de los primeros 20 lugares son kirchneristas con PCR. “Hace dos años hicimos una lista para ganar; ahora una lista para conservar”, señala un funcionario de segunda línea. La vicepresidenta quiere blindar la posibilidad de fugas si el escenario político se torna adverso. Recuerda que entre 2015 y 2019 hubo legisladores propios que votaron el allanamiento de su casa y el desafuero de Julio De Vido.
En JxC el proceso fue inverso. Hace dos años exhibió nóminas sin sorpresas, pero ahora se vio forzado a un ejercicio de ampliación, para abarcar desde Margarita Stolbizer hasta Ricardo López Murphy. Fue la aplicación de la doctrina Larreta: la prioridad es que estén todos adentro, aunque se maten. “A veces no se valora que JxC logró mantener la unidad dos años afuera del poder como ninguna otra fuerza lo hizo. Si algunos gritan, es porque están todos adentro. Si hubiera algunos muy felices, significaría que otros quedaron excluidos. Por eso vamos juntos en 21 de los 24 distritos”, esgrime el jefe porteño. También es cierto que en casi todas las provincias hay internas, y en casos como La Pampa y Santa Fe con hasta cinco listas. Solo basta asomarse a la disputa bonaerense, una novela con tanto rating que la llaman “Doctor Milagro”.
En el equipo de Manes aseguran que no hay un plan discursivo detrás de sus filosas frases contra Pro y Rodríguez Larreta. Sin embargo, alguien que lo conoce en la intimidad aporta una razón más profunda: “Él quiso marcar la cancha, aunque le dijeron que no lo haga. Ve que el kirchnerismo te expone a un modelo de sometimiento y que Pro hace algo similar, pero con plata. Siente una cuestión clasista, que no soporta que alguien del sector media del interior sea exitoso”. No fue estrategia, fue rencor.
En Uspallata decidieron no responder, pero hay una preocupación que admite entre los suyos Diego Santilli: que el barro de la disputa impregne a todos y le quite competitividad al espacio. Tampoco quieren confrontar con Gerardo Morales, el más altisonante de los radicales. Le atribuyen una búsqueda de posicionamiento para la convención de diciembre, donde intentará reflotar su planteo de Gualeguaychú 2015 sobre el rol de la UCR en JxC, incluida una revisión de la fallida propuesta para aliarse con Massa (quien lo acompaña en la gestión de Jujuy). En el radicalismo lo niegan de plano.
Tampoco Pro quedó calmo tras el cierre de lista. Jorge Macri refunfuña su bronca en privado mientras Patricia Bullrich no oculta su incomodidad con el desembarco de Vidal en la ciudad. Esta semana irá a presentar su libro a Jujuy, en compañía de Morales. Por si Larreta la quiere ver en la televisión. Sin embargo, tras los días de mayor tensión, hubo contactos cruzados para que a partir de la próxima semana todos bajen el tono. El jefe porteño habló con Morales, Ernesto Sanz, Mario Negri y Alfredo Cornejo. También con Carrió a quien disuadió para que no presente una denuncia contra Manes, pese a que no cambió su demoledora opinión sobre el médico. Lo mismo hizo Negri. “Ya pasó. Fueron los coletazos de un cierre complicado. Todos sabemos que la gente detesta estas internas y que nos quitan potencial electoral”, admite un importante diputado radical. Un reciente trabajo de D’Alessio/Berensztein lo refleja en números: en el último mes bajó la imagen de Larreta, Vidal, Santilli, Carrió y Manes. Hoy la grieta más ancha está entra la dirigencia y la sociedad.ß
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