Las dificultades del Gobierno para relanzar la gestión
Pese a la expectativa que abrió la exitosa renegociación de la deuda, Alberto Fernández no prevé hacer grandes cambios; creció la preocupación interna por los mensajes de Cristina mientras Larreta prepara el camino hacia 2023
Alivio, un profundo alivio. Por primera vez desde que asumió, el presidente Alberto Fernández sintió que alejaba la espada de su cabeza. Lo perturbaba intensamente la posibilidad de no acordar la deuda con los bonistas privados. Llegó a pensar en escenarios catastróficos. "¿Cómo hacía para pagar este año 11.000 millones de dólares, cómo hacía? Era tremendo para mi gobierno. ¿De dónde sacaba la plata en este contexto?" Esas preguntas vacías que compartió con sus íntimos tras la renegociación revelaron la presión que hasta ahora había buscado disimular. Siempre apostó a evitar el default, probablemente uno los pocos objetivos que mantuvo todo este tiempo sin zigzagueos con el acompañamiento de Cristina Kirchner.
Después del anuncio, ordenó evitar la euforia y los relatos épicos. Lo suyo es el tono medio. Javier Grosman, artífice de los festejos del Bicentenario, se debe haber deprimido al ver el videíto casero con los aplausos del gabinete a Martín Guzmán. El Presidente buscó empoderar al ministro de Economía como el artífice del logro y por eso transmitió cierto disgusto con Sergio Massa y Miguel Galuccio por el intento de sumarse a la foto del acuerdo (aunque después auspició el almuerzo en el Palacio de Hacienda que Guzmán y Massa compartieron con Santiago Cafiero, Máximo Kirchner y Wado de Pedro para mostrar sintonía). En el momento en el que arreciaban versiones de tratativas paralelas, el propio Fernández habló con Larry Fink, el cowboy de BlackRock, para decirle que el único interlocutor era el titular de Hacienda. El Presidente quiere potenciar a Guzmán (más allá de que en algún momento disintió con su estrategia de renegociación) y le pide que ejerza un liderazgo económico integral para la nueva etapa, un rol para el que le falta gimnasia.
Contrariamente a lo que muchos suponían, Alberto Fernández no parece preparar un relanzamiento de la gestión ni evalúa tomar el acuerdo por la deuda como una nueva oportunidad para hacer un upgrade de su gestión. Es una expectativa que comparten empresarios y gremialistas, de la que el Gobierno no se hace cargo. Reina cierto escepticismo en el sector productivo, que espera señales más profundas. "El acuerdo con los bonistas era esencial, pero faltan incentivos para invertir, lineamientos más claros, saber adónde quieren ir", se lamentó uno de los hombres de negocio que participó de la videoconferencia AEA-CGT. Mientras tanto, la Casa Rosada organizó ayer un foro virtual "Hablemos de Transformaciones", con varios ministros de teloneros y Cafiero como número central. Algo es algo.
En el Gobierno se enfrió la idea del recambio ministerial y también la de una gran convocatoria. Parece volver a prevalecer en este momento crucial el estilo de burócrata weberiano de Alberto Fernández (como definió un importante consultor), cierta dificultad para deshacerse del viejo traje de jefe de Gabinete. Hay un debate en el oficialismo al respecto. Para algunos es un problema de comunicación; para otros de personalidad; para otros de las limitaciones políticas propias de un armado heterogéneo. Quizás es el resultado de confundir la táctica y las formas -dialoguistas, moderadas- con la estrategia y el fondo, como si fueran un objetivo en sí mismas.
Apuesta keynesiana
En el horizonte inmediato solo asoma el desgranamiento progresivo de medidas para dinamizar 67 áreas productivas identificadas con alto potencial, a partir de la división el mapa nacional en seis regiones. La gran apuesta es la obra pública, en donde piensan derramar $420.000 millones en los próximos meses, y reactivar el Procrear para los privados. "No somos muy creativos, es keynesianismo puro, lo que están haciendo todos los países", admiten cerca del Presidente, en la convicción de que la construcción es la vía más rápida para hacer circular dinero en la sociedad. Fernández cree que hay indicios de una recuperación económica incipiente, pero otros actores del amplio espacio oficialista ven un escenario crítico y socialmente explosivo.
También alumbra en el corto plazo el inicio de las conversaciones con el FMI, que se producirían a fin de este mes. El Gobierno está muy confiado en que la sintonía con Kristalina Georgieva y la bendición del papa Francisco garantizarán el éxito, aunque los economistas recomiendan ser más precavidos frente al board técnico del organismo. En Economía preparan un "programa" (nunca decir la palabra "plan") que contempla una reducción gradual del déficit. La intención de Guzmán es que sea una propuesta propia y evitar la idea de una imposición de medidas por parte del Fondo. La estética es fundamental para el épica, aún en la versión del minimalismo albertista. "Yo soy nestorista, no me gusta gastar de más", afirma siempre el Presidente, pero también aclara que si bien "hay que bajar el déficit, no puede ser este año". Mientras dure la pandemia seguirán las rondas del IFE y del ATP.
La ira de Cristina
Otra preocupación se corporizó en las charlas de funcionarios en Olivos. La crispación que muchas veces exhibe Cristina Kirchner en la intimidad empezó a traspasar el umbral de la privacidad. Cada intervención en las redes sociales es una ráfaga de ira contenida. El hilo de Twitter del último jueves sobre la Justicia hizo recordar su alegato exaltado ante el tribunal del juicio de la obra pública. Funcionarios muy cercanos al presidente conversaron sobre el tema en los últimos días, atentos a las disrupciones internas que generan. "Cristina es un ser humano que sufrió situaciones de mucha presión, es una persona que está sola; que está acostumbrada al poder pero que hoy no tiene la botonera a mano. Es una persona herida, que reacciona emocionalmente", explicó uno de los más moderados, buscando ser comprensivo pero admitiendo que el problema creció. Aseguran que después del famoso tuit por la convocatoria del 9 de Julio Cristina buscó reparar heridas en forma directa (aval a Guzmán) e indirecta (tuit de Andrés Larroque, con guiño de Máximo Kirchner, a favor de la concordia reclamada por Agustín Rossi). Jeroglíficos del frentetodismo para demostrar armonía.
Pero nada generó más ruido interno que su intervención para redireccionar la reforma judicial e incluir a su abogado, Carlos Beraldi en el "consejo de amigos", como lo llaman en la Corte. Gustavo Beliz directamente se apartó de todo el último tramo de discusión de la iniciativa por interpretar que se había desvirtuado su propuesta original. Vilma Ibarra protagonizó su pequeño acto de rebeldía al ausentarse de la presentación, un gesto que fue pésimamente interpretado en el mundo judicial. "Si Vilma no estuvo, es una muy mala señal. Ella no se expone cuando percibe inconsistencias", señalan en el Palacio de Tribunales. En el grupo del Gobierno responsable del tema judicial no todos están seguros del futuro del proyecto en Diputados y por eso afirman que no habrá "debate a libro cerrado", aunque Cristina apague los micrófonos en el Senado. Ya se lamentan por haber empastado la reforma de los tribunales -que podría haber logrado algún consenso opositor-, con la reformulación de la Corte y la "innecesaria" inclusión de Beraldi. "Cristina no quiso ceder en ese punto", reconoció una figura de este grupo, dándoles una razón más a quienes argumentan que hay una asimetría en la cúspide del poder.
Algo de esto volvió a ocurrir hace una semana cuando la vicepresidenta criticó a Horacio Rodríguez Larreta por la actuación de la policía de la Ciudad ante las manifestaciones callejeras (a la vicepresidenta le indigesta el coqueteo con el alcalde). Pocos días después Alberto Fernández criticó a su "amigo" por la derivación de pacientes del PAMI. En realidad la relación se había tensado mucho la semana anterior, cuando al definir cómo seguían con la cuarentena Fernández y Larreta tuvieron su discusión más dura hasta ahora. El Presidente no quería seguir abriendo comercios, y el jefe porteño se plantó con el argumento de que había un compromiso para hacerlo. Axel Kicillof, habitualmente el más belicoso, esta vez fue un testigo silencioso. En el medio, la sociedad ya había dispuesto de hecho que la cuarentena era opcional.
Esta semana se reeditará el enfrentamiento porque Fernández está extremadamente inquieto por la curva de contagios, mientras Larreta asume que se acerca a la normalización en la ciudad."Estoy muy preocupado porque hubo una distensión de los controles. Los gobernadores se relajaron. (Gerardo) Morales pasó de querer reiniciar las clases a volver a fase 1. La ciudad no está controlando. Lo que pasó en los parques y en la Recoleta no puede repetirse. Axel es más restrictivo, pero Horacio no", se quejó el Presidente en una conversación con su equipo, donde de todos modos coinciden en que no habrá una ruptura del trío cuarentena. Larreta, en cambio, mira los indicadores sanitarios con obsesión para terminar de abrir el 5 por ciento de actividad que falta en la ciudad, asumiendo que gastronomía, escuelas y espectáculos deberán esperar. Fernández y Larreta son dos empíricos dogmáticos; saben que el negocio en común es no pelearse de verdad. Así se fortalecieron como las figuras con mayor aceptación social.
Cambiemos y regresemos
El jefe de gobierno porteño también construye su futuro político con la administración de la pandemia. Internamente hizo una evaluación de que Alberto está cada vez más cristinizado y que eso lo desperfila. En consecuencia, intuye que el callejón central de la moderación le queda liberado y por eso por primera vez dio señales de que se prepara para 2023. Se lo venían reclamando internamente quienes apuestan a una construcción renovada de Juntos por el Cambio y veían con preocupación el rol vigente de Mauricio Macri.
El viaje a París del expresidente generó mucho malestar, pero desde lejos demostró su influencia. Sus llamados fueron clave en el nuevo pronunciamiento sobre la reforma judicial porque está convencido de que "el Gobierno está aprovechando la pandemia para arrasar con las instituciones", según transmitió. También reapareció Elisa Carrió, quien aun desde su retiro casero volvió a fatigar el teléfono y activó denuncias y amparos. "No estamos tomando conciencia de la dimensión de lo que están haciendo. Esto es peor que la dictadura, es un estado de sitio", bramó contra el decreto antirreuniones. Por lo bajo se quejó también de "la falta de unidad" para salir a defender a Larreta de las críticas oficialistas. Pero Larreta no quiere hacer tanto ruido. De hecho quedó disgustado porque el comunicado de Juntos por el Cambio sobre la reforma judicial llevó firmas individuales y no el sello de la coalición, como se había consensuado. Larreta debe acordar con la Nación el traspaso de fondos para sostener la transferencia de fueros y no quería agitar tanto el tema judicial. Lo de las firmas individuales fue una idea para exponer a los tres gobernadores radicales, ausentes en el zoom de ese día, que están bajo la mira por la futura negociación de jueces federales en sus provincias.
Antes de partir, Macri dejó señales inequívocas de que no está fuera de la competencia electoral. Carrió, por primera vez, anticipó que en septiembre vuelve a recorrer el país. La hipótesis Macri en Capital-Carrió en provincia, agitó a la vieja ala política del gobierno de Cambiemos. Pero hay una gran diferencia: el expresidente tiene aspiraciones propias, la exdiputada -aunque comparte su pesimismo republicano- construye para Larreta. Si el oficialismo elimina las PASO, como amenaza, hay un conflicto en puerta.
Justamente esta semana se cumple un año de las primarias que definieron el actual mapa político. La Argentina es un país demasiado vertiginoso para los humanos.
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