Las certezas de Cristina Kirchner, la encrucijada de Alberto Fernández
El martes fue un día movilizador para el presidente Alberto Fernández. Todavía tenía clavada la carta de Cristina y debía encarar el homenaje por los 10 años de la muerte de Néstor. Le comentó a uno de sus amigos su desilusión cuando se enteró que se ausentaría Máximo, a quien había invitado especialmente, y le recordó su presencia incómoda en el acto del 17 de octubre en la CGT. Cuando llegó Sergio Massa a su despacho para ir juntos al viejo edificio del Correo, pidió que también se acercara Vilma Ibarra para terminar de armar su fotomensaje de rebeldía.
Se emocionó ante la estatua de su amigo, que había hecho repatriar desde Quito. Después volvió a ser el mismo de siempre. Sereno y simulador. Buscó convencer a todos de que el burofax de su vicepresidenta era positivo para el Gobierno. Se cruzó con Miguel Núñez, el prehistórico vocero de los Kirchner, y después almorzó con el presidente de la Cámara de Diputados y con Agustín Rossi, quien quería reportarle el resultado de su reciente viaje a Brasil. Tras ese torbellino, y cuando ya estaba solo, habló con un viejo operador suyo. "Esto es un antes y un después". Con ese mensaje se quedó el interlocutor presidencial. Parecía haber asumido que transcurría la semana más decisiva desde que llegó al poder. La encrucijada más difícil de su Presidencia se le apareció finalmente con toda nitidez frente al espejo.
La exégesis de la carta de Cristina ya acumula más capítulos que los textos sagrados. Pero ahora el gran interrogante pendiente es qué piensa hacer Alberto Fernández con ese legado. ¿Seguirá, como sostiene la mayoría de su propio equipo, el desgastante ejercicio de contención permanente para mantener los equilibrios internos, aunque eso siga minando su gestión y lo fuerce a postergar decisiones? ¿O finalmente dará gestos de autonomía decisivos para marcar su propia impronta, como se ilusiona una selecta minoría de su entorno? Influyentes gobernadores y sindicalistas amigos lo atiborraron de mensajes para decirle que estaba frente a la última oportunidad de definir el rumbo de su gobierno, sin las ataduras que sentía del kirchnerismo duro. Él no les dio señales. Sólo mandó a desactivar la idea de cambios de gabinete inmediatos y a decir que no habrá nuevas convocatoria, aunque algunos dicen que piensa trabajar en silencio un acuerdo.
Cristina le avisó que su aporte a la causa ya lo hizo al resignar cargos y olvidar rencores para crear el Frente de Todos. También que le libera las manos para convocar incluso a los que ella odia. De hecho, ella le confesó a uno de los suyos que el detonante de su epístola fue "el maltrato" que recibió el Presidente en el chat del coloquio de IDEA. "Si Alberto no actúa ahora, el problema frente a la tormenta que se avecina lo va a tener él", subraya un parroquiano del Instituto Patria. No está claro qué haría ella ante ese escenario.
Sabio meteorólogo, Roberto Lavagna había advertido antes de la carta sobre los riesgos de una división de la dupla presidencial. Hace un mes aproximadamente habló por última vez con Fernández para transmitirle un mensaje que después comentó en privado: "No caigas en el error de una ruptura, como te demandan algunos; pero tampoco te olvides que la razón por la cual fuiste elegido es liderar un gobierno más sensible y de centro". Ayer dio un paso más y apoyó el llamado de Cristina a un gran acuerdo, al que considera un avance importante. Miguel Pichetto, otro hombre de Estado, dio señales coincidentes. Y algunos radicales con funciones ejecutivas también. Por algo en la lista de diputados de Juntos por el Cambio que aprobaron esta semana el presupuesto están los jujeños y los correntinos.
Primera certeza: si Alberto Fernández no asume plenamente el mandato del mensaje de Cristina, su suerte puede estar echada. Al menos hasta el viernes a la noche nadie tenía registro de que hubiesen vuelto a hablar entre ellos. Hace un mes que no lo hacen. Antes ella lo llamaba varias veces al día.
Las costosas epopeyas
En esa versión criolla de Dinastía que protagonizaron los Etchevehere quedaron expuestas todos los dilemas del Presidente. El lunes llamó personalmente a Juan Grabois, preocupado por la escalada que se estaba produciendo. Alberto Fernández le pidió al referente social que retirara a su gente del campo para descomprimir. Grabois lo convenció de esperar la decisión judicial (que estaba seguro de que sería favorable), a pesar del costo político gigantesco que le estaba provocando al Gobierno.
Mientras el jefe de Estado buscaba apaciguar, el líder de la MTE mantenía una línea abierta con Máximo Kirchner, quien lo alentaba a no ceder, en el entendimiento de que era una expresión de "la lucha contra los poderes concentrados" que, además, exponía a una figura del macrismo. Por tercera vez en diez días, Máximo se hacía notar ante Alberto, después del 17 y del 27 de octubre. Cuando el jueves llegó la orden de desalojo, Grabois, presionado por los suyos, evaluó resistir, lo que abría un escenario impredecible. Diversos intermediarios lograron apaciguarlo y él se retiró pacíficamente, con la admisión de la derrota y críticas al Gobierno. Alberto lo compensó al día siguiente con los guiños a su plan de utilización productiva de las tierras. Otra función del equilibrista frentetodista ante un coro de funcionarios muy cercanos que le repetían que la batalla de Artigas había sido un tremendo error. Fernández incluso desalentó a la ministra Marcela Losardo, cuando pidió que Gabriela Carpineti, una funcionaria que orgánicamente depende de ella pero políticamente de Grabois, al menos abandonara el campamento juvenil en la estancia Casa Nueva. Así es difícil pensar en una reinvención.
El día de los desalojos Alberto también estuvo muy pendiente de Guernica. Se había reunido varios días antes con Andrés Larroque, quien le presentó el cuadro de situación. El funcionario camporista demostró pragmatismo para resolver el tema, aunque eso le costó las críticas de Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas y Raúl Zaffaroni, una inédita fisura en la costilla izquierda del corpus kirchnerista. Fernández pidió que fuera el Cuervo el cerebro del operativo. Temía que Sergio Berni tomara solo la iniciativa y terminara en una demostración de fuerza. El tema era delicado porque días antes se había tensado el diálogo con Axel Kicillof por su propuesta de otorgar un subsidio de $50.000 mensuales para desalentar ocupaciones. El Gobierno le transmitió, presumiblemente vía Wado de Pedro, las prevenciones de la Casa Rosada por el costo y el efecto contagio que podría generar. Kicillof decidió seguir adelante para demostrar que hizo todo lo posible antes del desalojo. La relación entre el mandatario bonaerense y La Cámpora sigue en un punto bajo.
En el Gobierno hubo una lectura positiva de cómo terminaron los dos principales episodios de ocupación de tierras de la semana, aunque con la admisión de que el costo político que se pagó fue excesivo.
La Iglesia también jugó para componer con su comunicado en contra de las tomas. Los obispos habían transmitido al titular de la Conferencia Episcopal, monseñor Oscar Ojea, su honda preocupación por el clima de malestar social y por el riesgo de quedar pegados a Grabois con su silencio. Algunos en la Iglesia se lamentaron de que el texto se conociera el día de los desalojos, un timing involuntariamente desafortunado. Nadie reportó mensajes desde Roma. El espíritu del papa Francisco sobrevuela, pero no deja huellas.
Guzmán en la montaña rusa
Después de la intimación del Presidente, Martín Guzmán cosechó dos logros esta semana, aunque caros. La más importante fue la baja pronunciada del blue, porque era la demanda más urgente que le habían hecho. Debió resignar bonos atados al dólar, algo que muchos economistas desaconsejan, y el Banco Central del devaluado Miguel Pesce siguió perdiendo reservas. No importó demasiado. En la Casa Rosada festejaron igual. El dólar es un sentimiento nacional.
El otro avance fue la media sanción del presupuesto en el Congreso. El Gobierno hubiese preferido un apoyo opositor, pero se quedó con una abstención de Juntos por el Cambio, que tampoco fue una derrota. Massa, gestor de los acuerdos en Diputados, hizo política clásica redistribuyendo partidas para las provincias. De paso se dio el gusto personal de alterarle los números a Guzmán. Por más que hablen, no hay empatía en ese vínculo.
Máximo tampoco contribuyó al eludir el discurso de cierre del debate. Se dieron argumentos operativos (ningún jefe de bloque hizo discurso para abreviar), pero como dijo un kirchnerista que ocupó altos cargos legislativos, "si nosotros hacíamos eso, después teníamos que dar mil explicaciones; Máximo no necesita, tiene espalda". Detrás de esta turbulencia subyace la convicción de varios oficialistas de que Guzmán también fue destinatario de la pluma de Cristina, cuando al llamar a un gran acuerdo por la crisis monetaria implícitamente relativizó el efecto de las medidas técnicas y gradualistas que viene aplicando el jefe de Economía para calmar el dólar. Tan sensible está todo, que en el Instituto Patria miraban con suspicacias la decisión de eliminar del presupuesto una partida destinada a pagar deudas del plan gas con las petroleras, que reclamaba el secretario de Energía, Darío Martínez, hombre cercano al kirchnerismo. Guzmán, impávido, volvió a reunirse esta semana con Paolo Rocca, CEO de Techint, para conversar sobre el tema que habían iniciado días antes en Olivos junto con el Presidente. Según Cristina, ahora se puede.
La cuestión del bimonetarismo quedó flotando en el ambiente. No es una idea que la vicepresidenta improvisó. Un economista lo planteó en el Instituto Patria y quedó dando vueltas. "Sería como un modelo ecuatoriano, pero virtuoso", reseña alguien que escuchó la propuesta. Algunos importantes exministros del área piensan que no es una mala idea para sortear el trauma del peso, pero claro, lo condicionan a una serie de medidas económicas complementarias que al Gobierno se le dificulta impulsar.
Algunas deberán emerger en la primera misión ejecutiva del Fondo que desembarcará a mediados de mes en el país, después de la exploración de hace tres semanas. Ante las urgencias monetarias, el Gobierno parece decidido a imprimirle a la negociación un ritmo más vertiginoso de lo que previó. Pero algunos conocedores del FMI dicen que todavía falta un largo trecho, porque lo que para Hacienda es el plan económico en Washington es solo una carta de intención. Ante la emergencia volvió a aparecer la idea de gestionar fondos frescos como parte de las tratativas, una alternativa que Fernández siempre rechazó. De hecho, la Argentina no hizo uso de una partida que ofrecía el FMI como un paquete especial para los países afectados por el Covid. Eran 4000 millones de dólares que se podían utilizar sin condicionalidades. Venció anteayer.
Segunda certeza: el acuerdo con el FMI va a terminar de moldear un conjunto de decisiones que el Gobierno aplazó por la pandemia.
Granizo fuerte en Cambiemos
El martes a la mañana Elisa Carrió llamó a Mauricio Macri para decirle que apoyaría la designación de Daniel Rafecas como procurador bajo la doctrina del "mal menor". Fue una de sus peores conversaciones. "Me faltó el respeto", dijo ella después, enojada porque el expresidente le había dicho que era "su función" denunciar y pelear por los temas judiciales. "Macri ya fue", lo descalificó en la línea de pensamiento de Emilio Monzó. Días más tarde le envió mensajes a través de Juliana Awada para descomprimir. Macri admite que el tema Rafecas "genera tensiones internas" que él quisiera evitar en un momento en el que siente que un sector de la población lo empieza a reivindicar. "No me convence. Es una materia prima endeble", dijo a su entorno cuando le preguntaron su opinión sobre el juez. No olvida su desempeño en la causa del Memorándum con Irán y los mensajes con Amado Boudou.
Pero Carrió siguió adelante en diálogos son los radicales, que están divididos sobre el tema: algunos la apoyan pero reclaman un acuerdo judicial más estructural con el Gobierno; otros, piensan que al plantearlo en público unilateralmente, el kirchnerismo jamás avalará a Rafecas (de hecho nunca convocó a la comisión de Acuerdos para iniciar el trámite). Carrió coronó la semana reunida en su chacra con Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. Aunque dijeron que lo habían acordado hace tiempo y que la reunión no fue por Rafecas, la foto tuvo a Macri como indudable destinatario. Una réplica de lo que hizo Alberto con Vilma y Massa. Este sector moderado está muy inquieto por la precariedad de la situación social y económica y evalúa cómo dar señales de apuntalamiento al Gobierno. Macri duda más porque cree que Fernández se equivocó al no despegarse de Cristina y dice que su gestión ya se agotó. Las cosas entre Alberto y Mauricio siguen mal desde que el Presidente reveló una conversación privada de marzo sobre la cuarentena. No volvieron a hablar. Macri ni le respondió el mensaje que recibió de Fernández tras su reciente operación.
Tercera certeza: el caso Rafecas exterioriza y acelera una interna en Cambiemos que puede tensar en exceso la coalición.