Las batallas de la dama de La Cámpora
Es la única mujer en la jefatura de la fuerza que lidera Máximo Kirchner, cúpula a la que tilda de "remachista"; fue pareja de Ottavis y admira a Cristina, pero busca delinear su propio perfil
En la sede nacional del PJ, termina una charla sobre cáncer de mamas. Sentadas en círculo, treinta mujeres de barrios pobres de Quilmes escuchan a una especialista que desentraña mitos y verdades de la enfermedad. Un grupito cuchichea y se ríe. Entre las rebeldes está la organizadora del encuentro: Mayra Mendoza, la primera y única mujer en la conducción nacional de La Cámpora. Cuando la médica las mira, ella levanta la mano y, como en el colegio, apura una pregunta para salir del paso.
-¿La depilación definitiva causa cáncer? -Las chicas aprietan los labios para contener la carcajada. Están tentadas.
-No hay evidencias de eso -contesta la profesional-. Además no hay que convalidar el sistema patriarcal que nos exige estar siempre perfectas. -El alegato despierta aplausos. Pero Mayra niega con la cabeza.
-¡Ja, las quiero ver a ustedes sin depilarse! -una sonrisa de incredulidad le marca los hoyuelos y con el índice derecho apuñala a la distancia a las que aplaudieron. -¡Las quiero ver, eh!
-Nos vamos a parecer a las trotskas -bromea otra de las chicas sobre el look poco cuidado de las militantes de izquierda.
-¡Ah, no! -la corta ella en seco. Levanta el índice por encima de la cabeza y, con una definición que condensa política y estética, sentencia: -¡Yo soy peronista!
Mayra Mendoza creció en política a la sombra de un hombre. Pero hace un tiempo está empeñada en escribir su propia historia. Con 30 años y un pasado en la Juventud Radical, es la cara femenina de la militancia kirchnerista: la dama de La Cámpora. Diputada de perfil bajo, secretaria de la Mujer en el PJ, dedica la mayor parte de sus días al desafío que la desvela: la construcción territorial en Quilmes, donde nació y vivió casi toda su vida. Funcionaria sin cargo, controla el trabajo local de la Anses, orgullosa de la fusión entre gestión y militancia.
La frente alta, el pico filoso, Mayra es una mezcla de chica ruda del conurbano y de mujer coqueta con aire de mundo. Criada como un varón, le huye al estereotipo feminista, pero critica por machistas a sus compañeros de La Cámpora. Va al psicólogo dos veces por semana, tiene diez tatuajes y fuma veinte cigarrillos por día. Combativa y políticamente incorrecta, hizo los primeros carteles de "TN: Todo Negativo" y apoyó a Amado Boudou justo después de su indagatoria en la causa Ciccone.
"¿Cómo andamos?" Mientras se agacha para tomar del collar a Coco, un beagle inquieto, Mayra estira el cuello, saluda con un beso e invita a pasar. Hace tres años, cuando se separó de José Ottavis, otro de los jefes de La Cámpora, abandonó la casa que compartían en Constitución y alquiló un chalet en Bernal. Arriba de la puerta, hay dos cámaras de seguridad. "Como me vine a vivir sola, me daba un poco de miedo."
En el living, el aire huele a perfume: hay dos dispositivos aromatizantes automáticos, un frasco difusor, de esos con palitos de madera, y un vaso con jazmines. De un lado del ambiente, una biblioteca de pared a pared, con un televisor de 55 pulgadas; del otro, un ventanal que da a un jardín, con parrilla y pileta. "La disfrutamos muchos en el verano. Viste que nosotros no veraneamos en el exterior, por una cuestión de coherencia."
En una mesa cuadrada la esperan sus dos colaboradores más cercanos. Diego Méndez, de 26 años, es responsable de La Cámpora en Quilmes y jefe local de la Anses. En el organismo nacional, Mayra ejerció como gerente de Relaciones Institucionales entre 2009 y 2011. Antes de dedicarse a la política, Diego trabajaba en un McDonald's. Florencia Esteche, de 23 años, hacía trabajo comunitario con murgas. Hoy es la mano derecha de Mayra. Desayunan mate y talitas. Le dicen "May".
Mientras hacen un punteo de los asuntos pendientes (una actividad con jubilados, el pedido de un hombre que debe operarse de un ojo, la colocación de un techo en un centro cultural), me distraigo mirando la biblioteca. ¿Será una radiografía de la dueña de casa? Los estantes están catalogados. En el de "biografías" hay una de Galimberti, otra de "el Che" y una de Perón. Un muñequito de Chávez comparte sector con imágenes de Kirchner y el cura Mugica. ¿Y esto? En una esquina descubro El dueño, el libro de Luis Majul sobre la fortuna de los Kirchner. En otra repisa, una foto con amigas en una fiesta: las chicas brindan con champagne. Sobre la TV, series y películas en sus cajas originales: Lost, Los Soprano, Harry Potter? A un costado de la biblioteca, un cuadro más grande que la tele con una imagen de Perón y una frase: "El pueblo gobierna con Cámpora, Perón conduce la liberación".
Antes de ser muy peronista, Mayra fue muy radical. Lo heredó de su mamá, Gladys, que a fines de 1999 trabajaba para el intendente de Quilmes, el aliancista Fernando Geronés. Con 16 años, Mayra ya había hecho su debut como militante: dictaba clases de apoyo en un comedor comunitario de la villa Kolinos, Quilmes oeste.
Llegó al kirchnerismo en 2006, con la transversalidad. De la mano de José Eseverri, el dirigente radical con el que trabajaba, se sumó a Compromiso K. Ahí conoció a Ottavis. Enseguida se pusieron de novios, se fueron a vivir juntos y criaron a Francisco, el hijo que él tenía de un matrimonio anterior.
Ella tenía 22. Él la convirtió al peronismo y le abrió las puertas del kirchnerismo. Fue su pareja y su jefe político. El conflicto con el campo terminó de sellar el compromiso militante de Mayra. Se instaló en las carpas ubicadas frente al Congreso, dejó sus estudios de Derecho y se tatuó en la nuca la cara de Eva Perón.
En un acto de Cristina Kirchner, en Quilmes, estrenó los carteles de "Todo Negativo". La ocurrencia tuvo gran impacto en los medios y pronto se convirtió en escándalo. Era el principio de una escalada en el enfrentamiento con Clarín. "Creo que me mandé una cagada", le avisó ella a Ottavis, que enseguida llamó a Máximo Kirchner. "Ellos dicen cualquier cosa de nosotros -la tranquilizó el hijo de la Presidenta-. ¿Por qué nosotros no podemos decir algo de ellos?"
Pese al tiempo transcurrido, Mayra no logra vencer la resistencia de su madre al cambio de su identidad política. "Le cree más a Nelson Castro que a mí", se lamenta, sin esconder la bronca.
Para la segunda semana de la Marca Personal, me manda por mail las actividades programadas. "Todo lo que está en agenda es lo que voy a hacer, salvo el jueves que tengo psicólogo al mediodía y una sesión en centro de estética antes de ir a Quilmes."
A los 10 años, Mayra tomó su primera comunión en bermudas. "Era un varón", recuerda, entre risas, y no duda en culpar de eso a "Mendoza". Así le dice a su padre. "Cuando nací, mis dos hermanas tenían 10 y 12 años, y él quería un nene", me cuenta, rumbo a Villa Itatí, un laberinto de pasillos en zigzag en el que habitan 60.000 personas. Ahí se desarrolla, con recursos de distintos ministerios, el Plan de Abordaje Integral Néstor Kirchner, eje del trabajo territorial de La Cámpora en Quilmes.
Vamos en un VW Gol. Maneja Diego. Ella se sienta atrás, con las piernas cruzadas tipo indio. "¡Pará, no les conté!", dice de pronto. La semana anterior, al salir de una fiesta en la casa de una amiga, le quisieron robar el auto, un Chevrolet Tracker. "El chabón me golpeó la ventanilla con un revólver. Yo agaché la cabeza y aceleré. Era un 38 largo", cuenta. "¡¿Y cómo sabés que era un 38 largo?!", me sorprendo. Otra vez la sonrisa con hoyuelos. "Muchas cosas que yo no debería saber las sé por Mendoza."
Mecánico, taxista, buscavidas, el padre la llevaba al taller, a ver picadas y a andar a caballo sin montura. Ella jugaba al fútbol, relataba los partidos y soñaba con ser como Diego Latorre, su ídolo de Boca. "A mi viejo me le paraba de manos. En la política eso es un ejercicio diario -dice-. Trato de transmitirles eso a las mujeres, que tengan autoestima; a los hombres hay que tratarlos de igual a igual, si no, te pasan por encima."
¿Y cómo es ser la única mujer en la conducción de La Cámpora? "Son remachistas", dice, marcando mucho el "re". "¿En qué, por ejemplo?", pregunto. "En todo. Cada vez que hablo tengo que repetirlo dos veces porque la primera no me escuchan."
El episodio "Todo Negativo" estuvo lejos de relegarla en el esquema de poder interno. En junio de 2008, cuando La Cámpora conformó su primera estructura orgánica, ella quedó como secretaria de organización, un puesto clave para el crecimiento territorial de la fuerza. "Para que las cosas funcionen, la estructura tiene que ser una pirámide", me alecciona sobre aquella construcción. En enero de 2011, todavía conmocionados por la muerte de Kirchner, los principales dirigentes de La Cámpora se reunieron en la unidad básica que la agrupación tiene en Río Gallegos. "Maxi" (así llama ella al hijo de la Presidenta) anunció que la mesa de conducción nacional ya no sería de cinco miembros, sino de seis. Mayra estaba en un costado, en segundo plano, y jura que se sorprendió cuando, sin preámbulos ni explicaciones, el líder de La Cámpora anunció su ascenso.
Mayra camina por las calles de Villa Itatí a paso firme, como en la vereda de su casa. El pelo al viento, la espalda erguida, un cigarrillo en la mano derecha. Fuerte y frágil, parece salida de una canción de Sabina. Viste botitas All Star negras, musculosa blanca y un jean azul con una pequeña J en el bolsillo trasero derecho. Después me avivan que es Jazmín Chebar, una marca top. Mayra es más bien sencilla, pero no adhiere a la estética de la austeridad: "A Evita la criticaban por cómo se vestía, también a Cristina. Yo quiero que todas las mujeres puedan aspirar a tener lo mejor".
Tras visitar un jardín comunitario, donde le agradecen por haberles conseguido un subsidio, se mete por un pasillo angosto. Es un camino cubierto de agua servida, con casillas de chapa a cada lado. El olor a podrido es tan fuerte que se hace difícil respirar. Ella pisa sobre piedras que sobresalen del líquido negro. Dos nenes descalzos levantan mangueras que llevan el agua potable y toman del pico. Dos chanchos gigantes duermen entre la basura. Mientras camino a su lado veo el tatuaje que tiene en el antebrazo izquierdo, sobre las venas: "El amor se construye".
De repente se abre un claro y llegamos a La Cava, un basural hundido, una postal de indigencia. Ella se para entre la basura, rodeada de carros de madera destruidos y restos de zapatillas. "Es impresionante que viva gente acá, hoy, 2014, después de 11 años de transformaciones."
De regreso, pasamos por un puesto de la Anses que reparte equipos para Televisión Digital Abierta. Lo atiende una chica con la remera de La Cámpora. "Somos militantes de una ideología que es gobierno -me dirá después Mayra-. Nuestro objetivo es acercar el Estado a la gente, poder dar soluciones."
Antes de partir se le acerca un pibe del lugar. "¿Cómo andamos? -lo saluda con un beso y una palmada-. ¿Vamos a Mendoza el 13, no?" Le habla del próximo recital del Indio Solari. "Te vi en la tele peleándote con un viejo", le dice el pibe. "¡Viste qué viejo choto ése!", le sigue la corriente ella. Con los hombres, de igual a igual.
En el auto se la ve preocupada. Se suspendió un acto programado para el día siguiente porque la Presidenta tiene faringitis. Toma su iPhone y llama, supongo que a "el Cuervo" Larroque. "¿Cómo andamos? Me dijeron que le había pasado algo a la jefa."
Las primeras veces que Mayra estuvo reunida con Cristina no le pudo hablar. "No me salían las palabras. Me fui acostumbrado de a poco", me dice durante un encuentro en la Cámara de Diputados. En su despacho, los estantes también están rotulados. Sobre su escritorio, una única foto: la de Francisco, el hijo de Ottavis.
El ascenso de Mayra en La Cámpora coincidió con el deterioro de su relación con José. Él también tiene un tatuaje que dice: "El amor se construye". "Nos lo hicimos juntos, cuando la estábamos peleando para no separarnos. Era algo que yo siempre le decía a él -me cuenta, sin incomodarse-. Significa que si hay amor, el resto tiene que ver con el compromiso para sostener lo cotidiano, con la conducta, la solidaridad."
Calza sandalias con taco y tiene las uñas de los pies pintadas de rojo. Acaba de salir del psicólogo. "Con José éramos una sola persona. Lleva tiempo separar esas identidades." Hoy siguen trabajando juntos. Fueron los dirigentes de La Cámpora que más bancaron a Boudou. El día de la indagatoria, hicieron una marcha a los tribunales. En la misma semana, ella invitó al vice a un plenario en Quilmes. "Más allá de las desprolijidades o lo que haya sido, Amado, cuando tuvo que bancar, bancó. Nunca quiso hacerle daño al proyecto", me dice, cuando le saco el tema.
"¿Y al centro de estética a qué vas?", le pregunto. "Hoy voy por primera vez. Quiero hacer alguna actividad física, pero no tengo tiempo. Ojalá pueda dormir una siesta y que me pongan unos electrodos o algo así."
La recorrida en el territorio había terminado en Cristina Corazón, la unidad básica que Mayra abrió en 2010, en La Ribera de Quilmes. Sabe mejor que nadie que para ser alguien en política hay que tener territorio. De ese local austero se llevó una remera que le regalaron en Itatí. Se la puso al día siguiente, sólo después de cortarle las mangas y el cuello para adaptarla a su estilo. La remera habla de una batalla que Mayra y el resto de La Cámpora preparan a fuego lento. Tiene una imagen de Cristina y dice "volveré".
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