Horacio Rodríguez Larreta enfrenta su mayor desafío, con los guiños de Alberto Fernández
El jefe porteño ingresó en el peor momento de la pandemia y pone a prueba su liderazgo; reforzó su alianza estratégica con el Presidente
Había pasado media hora de las cinco de la tarde del viernes cuando sonó el teléfono de Horacio Rodríguez Larreta. Era un llamado de la Presidencia para que fuera a la quinta de Olivos. Una reunión fuera de agenda en el mismo momento en el que un coro de intendentes bonaerenses disparaba contra el jefe de gobierno porteño por la apertura parcial de la cuarentena. Alberto Fernández le mostró los nuevos kits de testeos rápidos y repasaron la situación del transporte y el comercio. Pero lo más importante fue la foto del encuentro que difundieron para imprimir así la imagen que simboliza su alianza estratégica. Un mensaje para el Instituto Patria, donde reina Cristina Kirchner, y también para la quinta Los Abrojos, donde descansa Mauricio Macri.
El Presidente y el jefe de la ciudad son las dos figuras más populares del momento, dominan la escena política desde que estalló la pandemia y comparten el gusto por el pragmatismo y la moderación, así como el hobby de los movimientos subterráneos. También el ser porteños. Cada vez que se exhiben en sintonía, enardecen a los radicalizados de sus respectivos bandos, que siguen anclados en la grieta. Ellos aspiran a ser más sofisticados. Pero por sobre todas las cosas se necesitan mutuamente para fortalecerse en medio de la crisis. "La Ciudad está trabajando muy bien", reafirman cerca del Presidente. "Alberto siempre me defiende", se jacta Larreta en reserva.
Fernández venía de prometerles el día anterior a Axel Kicillof y a un grupo de intendentes bien kirchneristas que le diría a Larreta que revise su decisión de abrir comercios, algo que en Uspallata aseguran que no ocurrió. Un clásico del Zelig de la Paternal. En paralelo, en la sede de la administración porteña se venían quejando por lo bajo de la escasa contribución del ala macrista en medio de la crisis. Según un operador privilegiado de Pro, la relación entre el expresidente y su sucesor en la ciudad "si se tensa un poco más, se rompe". Larreta es menos dramático y dice que le parece bien que Macri no intervenga, "es respetuoso". Pero cerca suyo aseguran que hasta han tenido que recurrir a intermediarios para enviarse mensajes.
Larreta encara en las próximas semanas la fase más crítica de su carrera política. Por primera vez quedó en el centro de la escena a partir del repunte significativo de contagiados en la ciudad. Es la principal figura de la oposición, ya no está su padrino político en la presidencia y la perspectiva de la pandemia es muy compleja. Siempre se sintió cómodo en su rol de intendente inaugurador, de caminante de los barrios capaz de identificar por su nombre cualquier bache. Hoy el desafío que enfrenta es de otra magnitud.
Una persona que lo conoce de cerca cuenta que recién empezó a tomar dimensión de su nuevo rol cuando se debatió la carta de apoyo de los gobernadores a la renegociación de la deuda. Ya estaban el okey de los peronistas y el guiño de los radicales, pese a que incluía una mención crítica a la gestión macrista. "Le dijimos que debía plantarse y pedir cambios, que tenía que hacerse valer. Si él no lo firmaba, iba a quedar como un simple pasquín", cuenta la fuente. Fue lo que hizo y así consiguió imponer una versión más moderada. También le pidieron que fijara una postura clara sobre el tema de la liberación de los presos, pero ahí no accedió.
El estilo de liderazgo de Larreta siempre estuvo más cerca del consenso que de la confrontación. Hoy son muchos los que le reclaman dejar definitivamente el papel de heredero del poder macrista y adoptar una postura de sucesor en la búsqueda del poder. Lo apuntalan desde Emilio Monzó y Rogelio Frigerio hasta María Eugenia Vidal y Martín Lousteau. También le habla Lilita Carrió y hay vasos comunicantes con actores más lejanos, como Margarita Stolbizer. Pero él responde siempre lo mismo: "No es tiempo para jugar a la política". El submarino amarillo siempre prefiere navegar bajo el agua y sacar el periscopio de vez en cuando. Sobre todo cuando arrecia la pandemia.
Un escenario temible
El ministro de Salud, Fernán Quirós, le transmitió a Larreta que espera el pico de contagios en tres semanas, que será inevitable regresar a una cuarentena dura (más allá de que habrá una evaluación oficial esta semana) y que junio será un mes muy adverso. "Sabemos que tendremos cientos de contagiados por día, y esperemos que no sean miles. También que trepará mucho la cifra de muertos y que el tema no va a quedar concentrado en villas y geriátricos", repiten en el gobierno porteño desde hace tiempo.
En esta lógica, la flexibilización de estos días tiene como sentido permitir una oxigenación social antes de volver a la reclusión. "Había una dinámica social que nos excedía, estábamos perdiendo el control de la pandemia. Por eso teníamos que dar gestos de acompañar ese proceso con cuidado. Si aparecíamos desbordados, no nos iban a creer al momento de tener que decirles que hay que encerrarse de nuevo", admiten en Uspallata. Les preocupa la capacidad de asimilación de la sociedad ante un escenario que ellos prevén desde hace tiempo, pero que tardó en explotar. Y aseguran que el tiempo ganado con el aislamiento social no fue en vano, no solo porque se logró un mejor equipamiento sanitario, sino porque según los especialistas, una demora en la llegada del pico de infectados también significa que ese pico será más moderado de lo que habría sido sin cuarentena. Además de los nuevos tests rápidos argentinos, esperan una partida grande de China, que estaba demorada por la pelea comercial con Estados Unidos (son del laboratorio norteamericano Abbott, pero fabricados en Asia).
El detonante de los casos en las villas sembró preocupación, más allá de que fuera una consecuencia previsible de la intensificación de los testeos (un 60% más en diez días).
En la ciudad se duplicaron los casos diarios de infectados en los últimos diez días (de un promedio de 90 a más de 180). Ayer, por ejemplo, de los 345 casos nuevos en todo el país informados a la mañana, 214 fueron en Buenos Aires. El 70% de esos casos están en sus barrios más vulnerables, donde el 67% de los testeados dio positivo. El único dato alentador es que la mortalidad en estos barrios es muy baja (1% de los infectados, contra el 4,6% de toda la ciudad) porque es una población mucho más joven que el promedio general. En el gobierno porteño plantean que hay dos variables para el impacto focalizado en Buenos Aires: fue la puerta de entrada de los que volvieron del exterior (primera ola de contagios) y es la que mayor densidad poblacional tiene (segunda ola). Incluso aseguran que la concentración de gente por metro cuadrado en asentamientos como la 31 o la 1-11-14 es cinco o seis veces superior a los del conurbano. Timbre para los bonaerenses.
Esta semana se vivieron ahí situaciones muy complejas con los testeos. Hubo gente que después de dar positivo en el análisis no quiso dejar su casa para aislarse por temor a que le intrusen la vivienda. Otros que no quisieron abrir la puerta al personal de salud y familias numerosas que evitaron identificar a todos sus integrantes. Postales de una geografía sórdida. El coronavirus reactivó una vieja discusión sobre la política macrista en las villas, donde invirtió mucho dinero y puso un gran esfuerzo por perforar la informalidad con agentes estatales, pero que resignó la posibilidad de una reestructuración urbana profunda. La decadencia económica del país probablemente tampoco le hubiese permitido innovar demasiado. Las villas son esencialmente la expresión más nítida de una pobreza que se encamina a afectar a la mitad de la población del país.
La centralidad de las villas porteñas solo torna más paradójica la situación en el conurbano. "Estamos preocupados por lo que está pasando en la Capital", expresó un funcionario de Kicillof, como si la provincia fuera un cantón suizo. Los intendentes lo siguieron en el mensaje hasta el punto de sugerir interrumpir la circulación entre los distritos. Ayer Teresa García, ministra de Gobierno bonaerense, dijo que "en esta semana, con la apertura que hizo la Ciudad, se incrementó en 500.000 personas el traslado desde el conurbano. Eso es un enorme riesgo visto desde el conurbano". Prevenciones ante la inevitable expansión del virus. Muchos recordaron en estos días aquella frase de Cristina de que "en la Capital hasta los helechos tienen luz y agua, mientras en el conurbano chapotean en agua y barro".
En la ciudad no quieren entrar en disputa con sus vecinos, pero atribuyen la menor tasa bonaerense al mero hecho de que hay muchos menos testeos. "Les va a llegar también, pero cuando se den cuenta puede ser tarde", acechan los porteños.
La relación entre Larreta y Kicillof funciona operativamente bien, pero es indudable que no existe la misma sintonía que con Fernández. Esa disfonía se agravó cuando el jefe porteño decidió abrir algunos comercios y paseos para menores los fines de semana, aunque el gobernador hizo algo similar con industrias y la autorización para que los niños puedan acompañar a sus padres a hacer compras. En la ciudad aseguran que el incremento de los contagios no tiene relación con la mayor circulación de estos días porque fue previo y que el impacto de la apertura comercial fue acotado. Esa fue la respuesta de ayer del gladiador mediático Diego Santilli. En la provincia sostienen que al focalizarse en la producción y no en el comercio sacaron menos gente a la calle. Prevalece una suerte de competencia sorda por quién es menos aperturista y más responsable. En Olivos aseguran que es una tensión más discursiva que real, porque Larreta es pragmático y Kicillof está aprendiendo a serlo. "Hablé cinco veces con Axel entre el jueves y el viernes", dijo el jefe porteño cuando le preguntaron por la relación entre ellos. En La Plata asienten que el diálogo es constante.
Aunque la pandemia eclipse todo, siempre habrá 2023.
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