La voz de un comerciante saqueado: "Fue desesperante, nos arruinaron"
Eduardo Fazzalari sufrió en carne propia el estallido social de diciembre de 2001 y exige una respuesta del Estado; las consecuencias de aquellas trágicas jornadas permanecen latentes
Después de aquella mañana, nada sería igual. El 19 de diciembre de 2001, Eduardo Fazzalari, un comerciante del partido bonaerense de San Martín, miraba sorprendido las imágenes que se transmitían por televisión sobre los saqueos en la ciudad de Rosario, en Santa Fe, mientras desayunaba en un bar del mercado de Beccar. Nada le hizo pensar que cuatro de los nueves locales de la cadena de supermercados Seven, que administraba en ese entonces, serían arrasados por un centenar de personas que salió a las calles en medio de la profunda crisis política, social y económica que terminaría con el gobierno de Fernando de la Rúa.
Fue de terror. Nos arruinaron. En ese momento, no se pudo hacer nada y aún hoy en día seguimos pagando las consecuencias.
Diez años después de aquella trágica jornada, Eduardo exterioriza con gestos y palabras las marcas internas de los saqueos. Ese recuerdo aún le provoca sudor en las manos. Las heridas físicas y económicas de la crisis permanecen abiertas. "Fue de terror. Nos arruinaron. En ese momento, no se pudo hacer nada y aún hoy en día seguimos pagando las consecuencias", desliza, resignado, al reconstruir los hechos que, según sostiene, le cambiaron la vida para siempre.
A las 10 de la mañana de aquel 19 de diciembre, recibió la primera llamada: alrededor de 20 personas intentaban saquear uno de sus comercios en el conurbano. "No pensaba que nos podía tocar a nosotros", comenta Eduardo, en una entrevista con LA NACION. En pocos minutos, recorrió con desesperación cada uno de los locales para contener a la gente que quería ingresar a la fuerza para hacerse con todo lo que se interpusiera en su camino. Pero, enseguida, se resignó ante la pasividad de las fuerzas policiales y la magnitud de los desmanes. En medio del estallido social que se sentía con fuerza en el conurbano y en el interior del país, su teléfono celular no dejaba de sonar: familiares, amigos y socios querían alertarlo sobre el inminente ataque a otro de sus comercios. "Nos sentíamos desprotegidos y tuvimos que defender los negocios hasta con los empleados", agrega.
No quedó nada, se llevaron hasta las instalaciones. La verdad que fue un aluvión, era desesperante.
En apenas cinco horas fueron saqueados cuatro de sus nueve locales, incluido el depósito y centro de distribución de la cadena Seven, que albergaba la mercadería para abastecer a los mercados. "Pasó el agua y se llevó todo. En los locales saqueados no quedó nada, se llevaron hasta las instalaciones. La verdad que fue un aluvión, era desesperante", afirma, al tiempo que recuerda que la noche en que De la Rúa declaró el estado de sitio por cadena nacional decidió permanecer en una comisaría de San Martín con su celular alerta para defender los comercios que no habían sido afectados.
Tal vez la imagen más representativa de aquellas jornadas de conmoción social sea la de Wang Zhao He, el ciudadano chino que quebró en llanto frente a las cámaras de TV mientras un grupo de personas saqueaba el local de Ciudadela en donde trabajaba. La bronca, la desesperación y la impotencia que reflejaban las lágrimas de Wang representaban el sentir de aquellos comerciantes de todo el país que vieron cómo, en pocas horas, el fruto de sus trabajos se les escurría como arena entre los dedos.
"Se llevaban hasta las bolsas de papel higiénico que valían dos monedas. El tema era voltear a De la Rúa", apunta Eduardo, y exclama: "Después de diez años, no hay responsables políticos por los saqueos".
La ola de violencia y saqueos tuvo un saldo trágico en los enfrentamientos que se suscitaron el 19 de diciembre. Un día después, la cifra de víctimas fatales creció en un país aturdido por los cacerolazos en las calles, el clamor del "que se vayan todos" y los escraches a los bancos. Eduardo recuerda que reconocía muchos de los rostros de las personas que ingresaban con desesperación en sus locales. "Eso era un sálvese quien pueda. El que no manoteaba era un boludo, porque si no se te lo llevabas vos, lo hacía tu vecino", comenta, desde uno de sus comercios que permaneció abierto tras la crisis, ubicado en la intersección de Rivadavia y Ayacucho, en San Martín.
Dos años después de los desmanes, agobiado por las deudas, Eduardo cayó inmerso en una profunda depresión. "Estuve tres meses en una cama, pero me medicaron y pude salir. Es que de estar tocando el cielo con las manos, caímos muy bajo", comenta, quien actualmente permanece inhibido para realizar transacciones de bienes y adeuda alrededor de dos millones de pesos. "Lo mismo que nos saquearon, ahora lo estamos debiendo", explica, y exige una respuesta del Estado. "Hicimos una demanda y nunca nos reconocieron nada", enfatiza.
Aquel inesperado golpe de la crisis lo obligó a cerrar cuatro locales y reducir la cantidad de empleados para "empezar de cero" y continuar en la actividad comercial. "Vivís trabajando, tenés tu negocio, vienen te rompen todo y quedás inhibido con un montón de deudas que nadie se hace cargo. No sé cómo va a terminar todo esto", concluye, apesadumbrado.
Corre el mes de diciembre de 2011. Eduardo termina el relato, toma un sorbo de gaseosa fresca y se refriega los ojos con las manos. A una década de la crisis, está de pie, pero las secuelas permanecen latentes. Su historia, tal vez, coincida con la de tantos otros comerciantes que sufrieron los saqueos y aún en la actualidad pagan las consecuencias del fin de una etapa política y económica que llevó al país al borde del abismo.
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