La última emancipación fallida de Alberto Fernández
Después de meses de resistencia, el Presidente volvió a acercarse al kirchnerismo y terminó de resignar su expectativa electoral; la designación de Scioli es una señal de ese cambio
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Iban dos minutos desde que Cristina Kirchner había entrado al vip armado en Tecnópolis, cuando la comitiva presidencial dio señales del arribo de Alberto Fernández. El protocolo indica que debe ser el último en llegar a los actos. Se saludaron sin emoción e inmediatamente la vicepresidenta se excusó y se fue al baño. Así dejó esperando unos cinco minutos al mandatario, invirtiendo por las suyas las reglas de ceremonial. De entrada le dejó en claro que se avecinaba una noche intensa en el acto de YPF que terminaría por cristalizar el fracaso del último intento de emancipación del Presidente.
Antes y después de ese encuentro Alberto Fernández había dejado señales claras de que había finalizado la etapa de la resistencia heroica y había resuelto retomar el camino del reacercamiento con el kirchnerismo. Pero con un agravante: en el camino diluyó sus últimas expectativas de ser parte de la disputa electoral el año próximo y selló su futuro político. Aunque a todos sus funcionarios les dice que espera competir en las PASO, algunas personas muy cercanas a él intuyen lo contrario. Por eso en un breve lapso de diez días dijo que Mauricio Macri y sus hombres son “ladrones de guante blanco”, que los medios “intoxicaron” a la gente y que la Corte Suprema debe tener 25 integrantes. También acompañó todos los tuits de Cristina, desde el que terminó con la salida de Matías Kulfas hasta el que criticó al empresario Federico Braun por su insólita frase sobre la remarcación de precios (de hecho no quería ir al encuentro de la AEA y lo convencieron de exponer por video). Difícil encontrar mayor sintonía en tan poco tiempo.
“La semana previa al acto Alberto Fernández decidió ser prescindente en la próxima elección. Al volver a hacer kirchnerismo, él sabe que resigna su futuro porque ya no tiene más tiempo. Le pesó la debilidad que le generaba la resistencia sin rumbo”. Un agudo funcionario de la Casa Rosada sintetizó de ese modo el nuevo viraje presidencial. Quizás entendió que si bien el kirchnerismo demostraba impotencia con sus críticas inconducentes, él también estaba experimentando un peligroso aislamiento que lo llevaba a un camino sin salida cuando todavía le queda medio año hasta llegar a la orilla del 2023.
Hace solo tres semanas Fernández había enviado a algunos emisarios a transmitir a distintos actores políticos y empresariales el mensaje de que estaba totalmente dispuesto a resistir los embates kirchneristas y de que iba a necesitar acompañamiento para tan ciclópea tarea. Pocos días después cambió por completo. Buscó convencer a todos de que el acto de YPF había sido un buen reencuentro a pesar de las frases hirientes de su vice (los más maliciosos resaltaban que hasta la escena en la que le pidió la lapicera había sido preparada por Cristina, gran guionista). También interpretó como gestos de autonomía el nombramiento de Agustín Rossi en la AFI en reemplazo de la filokirchnerista Cristina Caamaño y la llegada de Daniel Scioli por Kulfas, simplemente porque no recurrió a ningún camporista. En su entorno íntimo lo conocen bien a Alberto: “Es un poco negador cuando la realidad le resulta adversa”, aducen. Claro, no contó que antes mandó a sondear el pensamiento de la vicepresidenta sobre la llegada de Scioli y que recibió una señal positiva. El embajador había hablado días antes con ella, y ya venían en buena sintonía.
Regresos agitados
Rossi había desestimado dos veces el cargo que ahora ocupa porque esperaba un rol de mayor operatividad política (de hecho ayer, lejos del secretismo del “señor 5″, estuvo en un acto de la militancia en Entre Ríos con Gustavo Bordet). Pero cuando vio que no se le abrirían otras opciones, aceptó. Tampoco Scioli estaba convencido de volver. Entusiasmado con su gestión en Brasil, cada vez que venía a la Argentina ratificaba que, con el nivel de internismo imperante en el Frente de Todos, lo más profiláctico era mantenerse lejos. Para cuando él recibió el llamado, Fernández ya había sondeado a Cecilia Todesca (no quiere estar tan expuesta) y había conversado del tema con Sergio Massa. Según el entorno del tigrense, le ofreció el cargo y él lo rechazó; según el albertismo, Massa propuso a José de Mendiguren. Lo que no imaginó Massa es que Alberto, por impulso de Santiago Cafiero, finalmente llamaría a Scioli, su viejo enemigo, quien siempre está dispuesto a acompañar aunque las circunstancias no se lo aconsejen. Hace tiempo que no lo veían tan enojado al presidente de la Cámara de Diputados. El fin de semana Vilma Ibarra habló cuatro veces con él para hacer tareas de contención. Su charla del lunes con Fernández fue dura y recién cedió en intensidad cuando se acordó que viajaran juntos a Los Ángeles. A media semana recibió un mensaje de Scioli y quedaron en conversar a su regreso. Mientras tanto, en gesto de rechazo, su esposa Malena Galmarini abandonó el chat Mujeres Gobernando, que reúne a un grupo importante de funcionarias.
Massa sostiene desde hace tiempo que el gabinete y la gestión necesitan ser “repensados”, lo que implica no solo el cambio de nombres, sino también la reducción de ministerios. Por eso, más allá de su encono personal, vio la llegada de Scioli como un gesto típico del minimalismo spinetteano de Alberto: “Es cambiar un nombre por otro, necesitamos algo más estructural”, planteó durante el vuelo de ida a la Cumbre de las Américas. En el fondo también intuye que la llegada de Scioli es una competencia en la carrera para 2023. Y hace bien. Así como terminó de resignar en silencio sus aspiraciones personales, Alberto Fernández se ilusiona con tener una apuesta propia en el terreno y, según coinciden dos ministros cercanos, piensa que Scioli podría encarnar ese papel.
Donde más se percibe ese cambio de perspectivas es en la provincia de Buenos Aires, donde el kirchnerismo está muy activo para rearmar el espacio con todos los actores del FDT adentro. Así se entienden el acto que el jueves compartió Máximo Kirchner con Gabriel Katopodis en José León Suárez y el mensaje de reconocimiento que el diputado le mandó al día siguiente a Juan Zabaleta cuando visitó Hurlingham. “Máximo mira los números y convoca a los que tienen votos y territorio. Ellos están construyendo en la provincia y tenemos que estar todos”, expresa uno de los albertistas que estuvo cerca de la movida. En el territorio bonaerense el futuro del peronismo se escribe con el diccionario de La Cámpora. A nivel nacional, solo hay una bitácora del desconcierto. Prueba de ello, hace diez días el insondable Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita, la agrupación más beneficiada por el Gobierno, le hizo saber indirectamente a Fernández que evaluará otras opciones electorales si no demuestra que llega en condiciones. Ingratitud social.
Un portazo que aún resuena
La salida de Kulfas dejó una estela multicolor de problemas. Ya no sorprende tanto que Alberto le suelte la mano a uno de los propios. Los funcionarios más cercanos piensan que el ministro se equivocó al no interpretar que el Presidente había vuelto a la fase de reaproximación al kirchnerismo, sin reconciliación explícita. Algo así como una relación platónica. En consecuencia, no le quedaba otra salida que correrlo. Kulfas, sin embargo, está convencido de que Alberto recién reaccionó cuando Cristina regresó a su costumbre de desayunar tostadas con Twitter y lo fulminó en las redes el sábado a la mañana. De hecho, había hablado con él en la noche del viernes, cuando trascendió su off y le había puesto a disposición su renuncia (en media hora le llegó la captura de pantalla a Cristina, quien siempre sospechó que Alberto alentaba la rebeldía de Kulfas). Ahí el Presidente no le dijo nada. Recién lo ejecutó al día siguiente. “Qué ironía que el ebanista del off despida a un funcionario por un off. Debe ser porque estaba mal hecho”, decía con malicia un funcionario autopercibido albertista.
Pero la tumultuosa salida de Kulfas también reavivó las tensiones con la indómita Secretaría de Energía. Cuando no se aplacaron todavía las esquirlas del ajuste tarifario (todos los actores esperan una nueva escalada cuando se conozca el esquema de segmentación), estalló la polémica por el gasoducto Néstor Kirchner, un proyecto troncal para la narrativa de todo el oficialismo. La señal más evidente fue la salida del responsable del proyecto, Antonio Pronsato, quien había sido convocado por La Cámpora y se fue unos días antes que Kulfas envuelto en versiones de irregularidades y deficiencias.
En ese momento hubo contactos por intermediarios entre Alberto y Cristina, en los que compartieron la preocupación por el caos y las internas en el área de Energía, incluso entre distintas facciones kirchneristas. Por eso hay quienes sostienen que cuando se vieron en Tecnópolis ambos sabían que era cuestión de días que el caso estallaría. Esa sería la razón por la que Cristina instaló el tema en su discurso para, de paso, quejarse de Techint (no acepta que además de quedarse con el negocio de los caños reciba los dólares para importar chapas). En Energía y en Economía admiten que ahora el gasoducto entró en una fase incierta, cruzada por las internas políticas y la causa judicial que tiene el juez Daniel Rafecas. Fue tal la inquietud por este tema que esta semana el Presidente, el kirchnerismo y Massa acordaron armar un esquema especial, con la intervención directa de Economía y algún blindaje parlamentario, para proteger políticamente el proyecto y no dejarlo como una mera cuestión técnica de la ex-Enarsa.
Guzmán gana así mayor incidencia en el área que ahora está a su cargo. Refuerza de este modo la situación paradójica en la que se encuentra. Por un lado, suma atribuciones y responsabilidades, como cuando le traspasaron Comercio Interior y nombró al sucesor de Roberto Feletti, o con el avance en la quita de subsidios. Guzmán incluso se involucró en áreas de otros ministerios, como ahora con el tema minero, que lo llevó este fin de semana a Canadá para un evento. También la salida de Kulfas le sirvió de pantalla para ganar tiempo.
Pero estos datos pueden generar una idea incompleta, porque al mismo tiempo su retaguardia está descubierta, sobre todo por el efecto de la inflación. Esta semana se conocerá el índice de mayo y en el Gobierno circulan trabajos que la sitúan entre 5,4 y 5,8%. Si es así, el discurso de “al menos está bajando” empezaría a agotarse. A eso se sumaron la inestabilidad de los bonos en pesos y la fuerte preocupación por un segundo semestre con angostamiento en el ingreso de dólares (habrá que estar atento a los pasos de Miguel Pesce, que quedó en la mira telescópica del kirchnerismo). En el Instituto Patria dan como un hecho que se avanzará con las retenciones al agro a partir de un dato que hicieron circular estos días: la participación del Estado en la renta agrícola del segundo trimestre se habría reducido en 3,4%. “Sí, es cierto, se dicen esas cosas”, admiten enigmáticos en Economía.
Por eso muy cerca del Presidente volvieron a hablar de los condicionamientos a la continuidad de Guzmán y plantean un horizonte de evaluación para agosto o septiembre: “Alberto blindó políticamente a Martín también para blindarse a sí mismo. Y ese objetivo se cumplió. Ahora Martín debe empezar a mostrar resultados y defenderse a sí mismo. Alberto no se va a aferrar a él si los resultados no acompañan. Y cuando hablamos de resultados se trata de inflación, de sostener el dólar sin recesión y de superar la revisión del FMI”. El detalle cobra sentido porque cada semana Guzmán difunde en el chat de ministros los cinco datos más alentadores que tiene para mostrar.
En este contexto, siguieron los sondeos informales con eventuales sucesores. Al Presidente le llegó el dato de que Emmanuel Álvarez Agis conversó con Leandro Santoro y le dijo que estaría dispuesto a hacerse cargo, aunque solo si cuenta con el acuerdo conjunto de Alberto y de Cristina. Es difícil que prospere porque la vicepresidenta escucha la recomendación negativa de Axel Kicillof, quien supo ser su jefe (Kulfas también piensa que fue el gobernador bonaerense quien insistió en fulminarlo). Pero el dato sirve como indicador de que las aguas siguen agitadas.
Ayer Alberto Fernández volvió de Estados Unidos y se sumergió otra vez en las inclemencias de la gestión. Tiene ahora un gabinete más peronista que cuando comenzó y esbozos de una recomposición precaria con el kirchnerismo. También algunos guiños del FMI y la expectativa de que la Argentina se beneficie en el corto plazo con los precios internacionales de los granos. En el camino extravió su proyecto y se alejó de su futuro.
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