La trampa sin salida de los Muchachos Bidenistas
La disputa por los subsidios refleja el temor electoral de Cristina Kirchner, ante la crítica situación del conurbano; el poco margen de Guzmán y qué puede conseguir en Europa
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A Cristina Kirchner le llegan reportes inquietantes desde su protectorado del conurbano. El deterioro social, producto de años de estancamiento, se acelera con la pandemia a un ritmo de vértigo. Los hospitales siguen llenos de infectados. Y la sumatoria de miseria, miedo e incertidumbre golpea como pocas veces antes la imagen de la vicepresidenta en el territorio desde donde domina al peronismo y regentea al Gobierno.
Sus sensores políticos la llevaron a intervenir sin la cortesía del disimulo en la disputa interna por los aumentos de tarifas. Se combinaron dos terrores que la movilizan: perder las elecciones bonaerenses y que se destape la olla de la protesta. Devaluar al ministro de Economía, Martín Guzmán, y exponer impiadosamente la debilidad de Alberto Fernández son precios que está dispuesta a pagar.
El miércoles, entre las carcasas de edificios elegidos para la “foto de la unidad” del Frente de Todos, la oyeron comentar el estallido sangriento en Colombia, al que horas después se refirió el Presidente con un formato de denuncia que le valió una queja airada del gobierno de Iván Duque. “Miremos lo que pasa cuando se ajusta en medio de la catástrofe de la pandemia”, señala una fuente de diálogo constante con la vicepresidenta.
La reacción colombiana, cuya chispa fue un proyecto de reforma impositiva, se usó como combustible en la batalla con Guzmán. Lo mismo que la celebración carente de contexto de las políticas expansivas de Joe Biden, que llevaron a Fernández -después de leer a Cristina en Twitter- a bautizarlo “Juan Domingo Biden”.
Lejos de edulcorar la ficción, fue el propio Guzmán quien desnudó el argumento el viernes en un discurso cuyas palabras eligió con minuciosidad para dejar en claro que él no es el “ajustador” que un sector del kirchnerismo retrató en los últimos 10 días. Cuando pidió una “autocrítica” por el sistema de subsidios “pro-ricos” expuso una visión que discute hace tiempo puertas adentro: se necesita inteligencia en la gestión antes que chingui-chingui ideológico. Fue su forma de digerir en público el sapo que tuvo que tragarse con la confirmación del camporista Federico Basualdo, el subsecretario a quien quiso echar justamente por la demora en lograr una segmentación tarifaria para quitar subsidios a quienes tienen mayor capacidad de pago. No lo pudo echar y tuvo que resignarse a un solo aumento del 9 de la energía eléctrica, muy inferior a lo que pretendía anunciar.
Los Muchachos Bidenistas no imprimen dólares, no captan inversiones, nadie les presta a tasas razonables, no consiguen vacunas suficientes y no tienen a la vista, como Estados Unidos, una economía volando a tasas que no se veían en casi 40 años
Guzmán avaló un aumento de la asistencia alimentaria que implica un 0,7% del PBI de 2021, como una concesión a quienes le exigían reponer el ingreso de emergencia (que en 2020 implicó más de 1 punto del producto). La presión continuará.
“Queremos hacer un Plan Marshall con billetes del Estanciero”, se queja una fuente de contacto habitual con Guzmán. El ministro insiste con la necesidad de acomodar la macroeconomía y la deuda con el Club de París y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Subió al avión presidencial que recorrerá Europa desde hoy con el veto público de Cristina a su ansiedad.
Se queda como ministro para no agigantar una crisis interna. “Ojo, que tiene carácter. Su discurso fue una forma de advertir que no aguantará todas”, añade otra fuente que lo conoce bien.
Los temores de Máximo
En la disidencia entre Cristina y Guzmán falta un componedor. Fernández lo intentó, pero corrió a los brazos de la vicepresidenta cuando el caso Basualdo sacó los trapitos al sol.
Cristina cree que con las políticas de Guzmán el Frente de Todos se arriesga a una derrota electoral. Exige salarios que acompañen a la inflación. Traducido a la realidad de alta inflación y actividad afectada por la pandemia significa pisar las tarifas y repartir fondos de emergencia.
Dos encuestas que llegaron a sus manos en los últimos días reflejan bajas de su imagen en el Gran Buenos Aires de entre 8 y 10 puntos desde enero a mayo. Su hijo Máximo -que lleva dos semanas en Río Gallegos- empieza a sospechar de traiciones entre los intendentes del PJ bonaerense. El partido que él se prepara para presidir. Le han llegado con el cuento -verosímil- de que muchos de los barones del conurbano ofrecen ayuda solidaria para la campaña a referentes de Juntos por el Cambio. El doble juego es un clásico cuando se duda quién ganará.
La bronca con el fallo de la Corte Suprema que avaló las clases presenciales en la Ciudad responde ante todo al temor que haya sido una señal de que el Poder Judicial percibe al oficialismo en debilidad. Cristina cree en la descripción de los jueces como baqueanos que huelen a la distancia los cambios políticos y actúan en consecuencia.
La sorpresa aumentó el malestar. Al Presidente le habían sugerido que dos jueces, Horacio Rosatti y Juan Carlos Maqueda, estaban más cerca de fallar en favor del Gobierno. Y llegaron a confiar en que Ricardo Lorenzetti inclinaría una mayoría para avalar el DNU de las restricciones. El fallo salió 4 a 0 en contra. Motivo adicional para acelerar la teatralización del Frente de Todos unido, en fotos y palabras.
La inflación
En una síntesis muy apretada asistimos a los estragos que el coronavirus hizo en la hoja de ruta del Frente de Todos. En el 2020 Alberto ajustaba y arreglaba la deuda; en el 2021 Cristina gastaba y ganaba las elecciones.
La pandemia congeló el trabajo que había empezado Guzmán al limitar los aumentos jubilatorios y que debía continuar con la baja de subsidios y el arreglo con el FMI. La emisión desbocada para atajar los gastos sanitarios y el freno de la actividad trastocaron todo.
Ahora Cristina pide plata y no hay. Guzmán responde que, sin margen para tomar deuda, solo se puede subir los subsidios con la “maquinita”. Y el peligro consiguiente de una disparada inflacionaria puede conducir a un descalabro de variables que haga peor el remedio que la enfermedad.
Kicillof insiste con presionar a Larreta para que sea más restrictivo. “Si cerrás la Ciudad, los nuestros no se mueven”, suele justificar ante los funcionarios porteños
Es la trampa a la que no le encuentran salida los muchachos bidenistas, que no imprimen dólares, no captan inversiones, nadie les presta a tasas razonables, no consiguen vacunas suficientes y no tienen a la vista, como Estados Unidos, una economía volando a tasas que no se veían en casi 40 años.
La presión del kirchnerismo duro se asienta en la esperanza de que el contexto internacional permita un despegue desde la zona de desastre, como ocurrió después de la crisis de 2001-2002. El precio de la soja en el umbral de los 600 dólares por tonelada es la cristalización de ese optimismo. Un fenómeno que, según todos los informes que recibe el Gobierno, llegó para quedarse.
Los dólares del campo permitieron estabilizar la situación cambiaria, pero el calendario se pone engorroso. La liquidación de la cosecha gruesa termina en julio y entonces el Banco Central empezará a sentir presión sobre las reservas, justo en el umbral de la temporada de elecciones.
La demora en el plan de vacunación hace prever un período largo de restricciones que ya modera el rebote de la economía previsto antes de la segunda ola.
La situación sanitaria
En la oposición se preguntaban esta semana por qué el kirchnerismo se proponía postergar un mes las elecciones, como finalmente se pactó. Es cierto que al votar en septiembre (PASO) y en noviembre (generales) gana tiempo para completar el plan de vacunación. Pero también lo es que el peligro de un sacudón inflacionario y del tipo de cambio crece hacia fin de año. Malditos segundos semestres.
“Optamos por un calendario razonable en términos sanitarios. No se puede especular con la economía. Es todo día a día”, se sincera una fuente del Gabinete.
Los hospitales siguen llenos, a pesar de la ligera baja de casos registrados. La obsesión de Horacio Rodríguez Larreta y de Axel Kicillof es liberar camas ahora, a la espera de otro pico con el avance del frío. La duda es si viene ahora una baja pronunciada de contagios o si entraremos en lo que Fernán Quirós llama “la curva del dromedario”. Hay que evitar a toda costa que el repunte ocurra con el sistema de salud todavía en tensión.
Kicillof insistirá con mantener todo lo más cerrado posible. Con esa lógica monitorea el proyecto de ley que prepara Fernández para gestionar la pandemia. No quiere que se salga de los parámetros del DNU actual para determinar qué grado de apertura debe tener cada zona del país.
El gobernador insiste con presionar a Larreta para que sea más restrictivo. “Si cerrás la Ciudad, los nuestros no se mueven”, suele justificar ante los funcionarios porteños.
Pero al favorito de Cristina le caben las generales de la ley kirchnerista y le preocupa el riesgo electoral. Vocifera ante las cámaras que nadie salga de casa, pero hace la vista gorda en la vida real ante la necesidad acuciante de la población por ganarse el pan con una changa o haciendo trueque en una feria callejera.
Su duelo con Guzmán por el manejo de la caja sigue vivo. El ministro partió a la gira europea con mínimo espacio de acción. Busca algún guiño para postergar el vencimiento de 2400 millones de dólares con el Club de París de este mes. Un pagadiós que heredó de aquella negociación que selló Kicillof en 2014.
Los acreedores insisten en que primero arregle con el FMI. Y Cristina ya le dijo que hasta las elecciones no. La gira no pasa por Alemania, que tiene el 30% de la deuda argentina con el Club de París. Hubo sondeos que resultaron fallidos.
La intriga entre economistas es si viaja a tejer un acuerdo o a encontrar una forma de maquillar un default temporal. O si el viaje es, apenas, la forma que encontró el Presidente para contener a su ministro ante el asedio de los propios.
Así de precaria es la unidad del Frente de Todos. Guzmán defiende el equilibrio. Cristina prioriza las elecciones o, lo que es lo mismo, el poder. Alberto, el timonel, intenta enderezar el barco. Expuesto al peligro de perder las dos batallas.
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