La teoría conspirativa volvió junto con Cristina
Osciló entre párrafos conciliadores y oraciones ásperas, al borde de la rabia. Se abrazó al pejotismo del que descreían tanto ella como su marido. Buscó a los radicales como coprotagonistas históricos y excluyentes del proceso democrático, y aludió a Sergio Massa como su enemigo más odiado del momento.
Cristina Kirchner regresó ayer tal como se había ido cuando se la llevó la enfermedad, hace casi dos meses. "Aquí estoy", pareció decir, para aventar las versiones que la colocaban como una conductora lejana y distraída del Gobierno. Los mismos rumores que decían que Jorge Capitanich arribó para conducir la administración en su nombre. Capitanich figuró ayer sólo en muy pocos planos de la televisión oficial. Cristina volvió a la jefatura política hasta corporalmente, incluidos sus habituales gestos mandones.
No pudo lidiar con su genio, que otra vez la venció. Era fácilmente perceptible que se había propuesto rendirle un homenaje a la democracia, en el día que cumplía 30 años, con palabras pacíficas y políticamente abarcadoras. Pero se deslizó una y otra vez hasta caer en el costado que más le gusta: la denuncia de una conspiración contra su gobierno.
Esta vez no hay militares ni empresarios ni medios de comunicación que la persiguen, sino que los autores son una pandilla de destituyentes.
Sólo Massa, al que no nombró, tendría alguna culpa por haber hecho una campaña electoral apoyada en las denuncias de inseguridad. En ese argumento respaldó la "inspiración política" de la rebelión uniformada. ¿Qué tienen que ver las denuncias de inseguridad con la sublevación policial? Nada, pero no importa.
Tampoco se olvidó de los medios, sobre todo de la televisión, aunque no para vincularla con la desestabilización, explícitamente al menos. Dijo que no había ordenado una cadena nacional para ver que "cierta televisión" partía la pantalla para mostrarla a ella, por un lado, y a los saqueos, por el otro. Eso no sucedió, aunque tal mención nos recuerda que Cristina Kirchner no olvida ni perdona. La pantalla partida en los medios del Grupo Clarín, durante el duro combate con los productores rurales, en 2008, desató su furia con ese holding, que aún no cesa.
Se necesita una excesiva visión conspirativa de la historia para desconocer que todos los procesos sociales tienen un condimento sustancial de contagio. Eso sucede, por lo menos, desde la Revolución Francesa, hace más de 200 años. Es cierto, sin embargo, que los días previos al fin de año se han convertido en cualquier cosa menos en jornadas serenas y previsibles. Sucede desde hace 12 años, desde las tristes fiestas del colapso argentino. Con todo, nunca las vísperas navideñas fueron tan violentas como la de este año. La coincidencia señala la especulación de policías y saqueadores -cómo no-, pero también remarca el déficit de los gobernantes. No hay ejemplo en el mundo de saqueadores de comercios con sus necesidades básicas satisfechas.
No obstante, hay una información que la Presidenta usó ayer y que fue corroborada por fuentes periodísticas provinciales independientes. En las ciudades donde los saqueos fueron más violentos, como Córdoba y Tucumán, los asaltos comenzaron siendo perpetrados por personas que se movilizaban en camionetas, autos y motos. Después de la destrucción que hicieron ellos, llegaron corriendo las personas que pertenecen a sectores pobres o indigentes de la sociedad. Ya el acceso a los comercios estaba habilitado por los desmanes previos. ¿Cómo se explica ese método? ¿Necesita el dueño de un auto importante robar un televisor de última generación? ¿O estamos ante otra prueba de la complicidad entre la policía y el delito? Si fuera así, no se trataría de una conspiración antidemocrática, como supone Cristina Kirchner, sino de una perversión de la autoridad pública. El responsable de tal aberración sería, otra vez, el gobierno que lidera la propia Presidenta.
No toda la policía es corrupta, aunque hay sectores importantes vinculados a los peores crímenes, como el narcotráfico. Si toda la policía fuera corrupta no habría huelgas policiales para reclamar aumentos de 2000 o 3000 pesos. La delincuencia común o los traficantes de drogas están en condiciones de ofrecer mucho más que esas sumas de dinero. El error del Gobierno consiste, precisamente, en no haber atendido a tiempo las necesidades de los policías honestos.
La oratoria de Cristina Kirchner, que es buena, conlleva la contradicción como un componente esencial. Se quejó amargamente porque el secretario de Seguridad, Sergio Berni, fue procesado por detener a personas que cortaban una autopista. No le falta razón, pero resulta que la corriente judicial garantista es su protegida. Justicia Legítima está llena de jueces y fiscales extremadamente garantistas; el líder intelectual de esa escuela judicial es el juez Eugenio Raúl Zaffaroni, el único miembro de la Corte Suprema de Justicia que simpatiza abiertamente con la Presidenta.
Sin autocrítica
Otra contradicción sucedió cuando ella habló, como hace siempre que puede, de los supuestos logros de su gobierno. Señaló varias veces la inclusión social como uno de ellos. ¿Es un logro? ¿Cómo se explican entonces la proliferación de las villas miseria, la monumental cantidad de planes sociales que distribuye el Gobierno y, sobre todo, la desesperación por el saqueo y la destrucción de miles de carecientes? Dijo también que nació en un hogar humilde y que en sus tiempos de niña o de joven los pobres no saqueaban. Tiene razón. La dirigencia política y social argentina, que la incluye, es responsable también de que importantes sectores sociales no hayan conocido la cultura del trabajo ni la responsabilidad que implica la pertenencia a una sociedad. Más que una condena, ese cambio dramático en amplios sectores de la sociedad merecía una autocrítica.
Las denuncias de inverosímiles golpes no resuelven nada. De hecho, Cristina Kirchner tiene una nueva deuda política con Daniel Scioli. El gobernador bonaerense fue el que implícitamente fijó un techo nacional para el aumento salarial a las policías. Conversó su decisión, antes de anunciarla, con cada uno de los gobernadores que enfrentaban problemas. Esas consultas explican que los salarios básicos de las policías se hayan establecido en cifras más o menos parecidas, con la excepción de las que ya cobraban más. El trabajo de coordinación de Scioli debió hacerlo el gobierno nacional. Para eso está.
Los aumentos a las policías rondan entre el 30 y el 35 por ciento para los salarios básicos. Un golpe letal al proyecto de acuerdo de precios y salarios proyectado por el Gobierno, que aspiraba a incrementos de sueldos no mayores al 18 por ciento durante el año próximo. Ya vendrán los otros sectores sindicales del Estado y luego los gremios privados. ¿Cómo pedirles a éstos que se conformen con la mitad de los aumentos que consiguieron los policías?
Siempre quedará el atajo de la denuncia de un complot. El gobernador del Chaco, Juan Carlos Bacileff, comparó los desmanes de los últimos días con el golpe que derrocó a Salvador Allende y, de paso, criticó a su anterior jefe, Capitanich, porque no acudió en su ayuda. Si Bacileff cree que a Allende lo derrocaron policías mal pagados es porque leyó otra historia. O porque está juntando los argumentos de un autogolpe.
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