La temeraria apuesta oficialista
El llamado al desorden político, sin temor al caos, es la impronta de la hora; la ilusión de imponer el nuevo orden mileísta
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Javier Milei no necesita aplicar la máxima romana divide et impera, porque la división (o el desorden) de la política lo precedió tanto como precipitó su llegada. Sólo procura sacarle provecho y potenciar la fragmentación para reinar hasta fronteras que se desconocen.
El método sigue vigente. Como con la comunicación. El manual con el que se llegó no se toca, solo se perfecciona y se prolonga. Seguir en campaña para tratar de gobernar. De eso trata.
La semana que está terminando fue una puesta en acción de varios capítulos de ese libro de cabecera. La acción y reacción oficial frente a la saga de paros en áreas sensibles dependientes del Estado, que empezó con la huelga de los maquinistas ferroviarios, es la muestra del estado de cosas. Algo más que una disputa por el poder de la que todos tomaron nota. O empezaron a hacerlo rápidamente.
La etapa de conflictividad y confrontación que inauguró el ferroviario Omar Maturano fue recibida si no con entusiasmo al menos con pragmática satisfacción por la Casa Rosada. De allí la falta de acciones para amortiguar el choque de frente. En lugar de poner paños fríos, hubo palabras cada vez más calientes y dilaciones en las soluciones. Tensar es la consigna, ¿Hasta que se rompa?
Desde la perspectiva oficialista, la medida de fuerza que complicó a más de dos millones de personas, entre afectados directos e indirectos, enfrentó a los impopulares sindicalistas con los ciudadanos comunes y dejó expuestas las muchas pujas internas que existen en el mundo sindical, desde la CGT hacia abajo. Tanto como desnudó el desorden general que impera en el peronismo, donde el grueso de la dirigencia gremial abreva y se ampara. El seno del movimiento es hoy un hormiguero en erupción, sin liderazgo indiscutidos ni comunidad de intereses.
Nadie conoce la frontera ni las consecuencias de ese desorden, ni está calculado el riesgo de que se transforme en caos.
Las certezas y los planes trastabillan ante el desconocimiento de cuál es el límite de la audacia o la temeridad de esta especie desconocida para la política que hace 75 días preside la Argentina. Una demostración cabal de lo que el politólogo y experto en comunicación política Mario Riorda denomina “liderazgo avasallante”. Una modalidad que no repara en consecuencias, y, al mismo tiempo, refuerza las expectativas, demandas y creencias casi exclusivamente de su núcleo duro, “y, en términos boxísticos, busca desesperadamente el knock out”.
El anuncio celebratorio del cierre del Inadi por parte del vocero presidencial es la continuidad por otra boca del insulto presidencial a los políticos a los que les dijo excrementos o la (des) calificación al Congreso al que llamó “nido de ratas”. Enfrente de un político como el gobernador correntino Gustavo Valdés, al que minutos antes había sorprendido con un amigable abrazo.
No extraña, así, que los principales representantes del oficialismo en el Parlamento prefieran en estos días andar más que en puntas de pie y tener la menor aparición pública posible hasta después del próximo viernes, cuando el Presidente deba hacer la apertura de sesiones ordinarias.
El antecedente del discurso de asunción de Milei de espaldas a los legisladores, sumado a las manifestaciones recientes tienen en vilo a los suyos. Las promesas de que todo transcurrirá por los carriles de la tradición parlamentaria, más allá de algunas peculiaridades, que llegan desde la Casa Rosada al Congreso no terminan de tranquilizar a nadie. Como para entender que la vicepresidenta y presidenta del Senado, Victoria Villarruel, que se haya vuelto silente y cautelosa.
Guerra de guerrillas
Pero la del Gobierno no es la única perspectiva. Como en el ajedrez, las piezas negras también juegan, aunque corran de atrás. En un clima social de mucha fragilidad, que la dirigencia tensa desde arriba y desde debajo, acaba de empezar una especie de guerra de guerrillas sindical y de los movimientos sociales.
El paro en el área de la salud y la casi segura perspectiva de que las clases no empezarán en tiempo en buena parte del país, por la medida de fuerza que lanzó la Confederación de Trabajadores de la Educación (Ctera) promete un pico de conflictividad. Además, la reagrupación en la acción de organizaciones sociales peronistas y de izquierda volverá a poner a prueba el protocolo antipiquetes.
En este panorama tormentoso el peronismo busca vías de ordenamiento, que la realidad (léase el Gobierno y su propia interna) le complica y algunos dirigentes salen de las sombras, tras la derrota, para intentar ser el faro o el ancla de un barco sin rumbo cierto.
Los tiempos se han acelerado y lo que muchos pronosticaban y tenían previsto hacer a partir de marzo se anticipó. Primero fue el manifiesto de actualización doctrinaria de Cristina Kirchner, que fijó su posición económica y política frente al Gobierno y para los suyos. Luego fue la reaparición en los hechos de Sergio Massa, que empezó a movilizar a los miembros de su empresa, aun a riesgo de incomodar a los propios, como Axel Kicillof.
Finalmente, emergió Máximo Kirchner en su rol de presidente del PJ bonaerense. Para tener una medida de la urgencia, basta con advertir que la reunión al consejo partidario provincial para pronunciarse sobre la situación y las medidas del Gobierno, fue convocada para mañana, el mismo día del clásico de Avellaneda, sin certeza de finalización par la hora de comienzo del partido. Casi una herejía o un sacrificio para un fanático de Racing, como el hijo bipresidencial.
La aceleración de esos tiempos está ligada a la perspectiva (o el deseo) de que el Gobierno afronte serios tropiezos, más o menos inmediatos, en el tránsito hacia los buenos tiempos de la recuperación económica prometida y que augurada por economistas reputados, que llegaría dentro de tres o cuatro meses. Pero, también, la reacción tiene asiento en el temor de que Milei atraviese ese poceado camino con éxito aunque no sin sobresaltos y se enfile hacia un proceso de largo alcance y cambios profundos, que en el kirchnerismo consideran “irreversibles negativamente”.
Espejos inquietantes
Si el exterior los perturba, lo que los peronistas ven adentro los desvelan. Las dificultades financieras que por el ajuste tendrá la provincia de Buenos Aires, en medio de un contexto sumamente crítico en materia socioeconómica y de seguridad en el conurbano, resultan una amenaza concreta para el kirchnerismo en su bastión.
A eso se suma un proceso de reacomodamiento de la dirigencia bonaerense, en la cual se suman desafiantes a la conducción de Máximo Kirchner, y a los que el diputado intenta realinear con la convocatoria para mañana. Sin embargo , hasta anoche algunos intendentes poderosos todavía no habían asegurado su presencia mientras, otros, con menos poder pero con pertinacia, amenazan con asistir para pedir renovación de autoridades. El kirchnerismo, empero, no tendría fugas aunque las diferencias entre el hijo de la expresidenta y el gobernador Axel Kicillof nunca se saldan.
La reclusión del mandatario bonaerense en su núcleo de confianza y en la gestión, así como su tenue o nula presencia en el debate económico nacional son viejos y nuevos motivos de incomodidad entre los dos herederos de Cristina Kirchner.
“Axel tiene con qué dar una discusión sobre las consecuencias de lo que está haciendo y pretende hacer Milei y no entendemos por qué no lo hace”, dicen dirigentes de La Cámpora. Desde el Instituto Patria, donde impera la expresidenta, son más benévolos (o más ácidos, según se mire) y lo explican con el argumento de que “Axel no viene de la política”.
El otro foco que inquieta en el peronismo es la creciente provincialización que se registra, como le han manifestado Cristina y Máximo Kirchner a algunos interlocutores. Obturar el proceso en curso de autonomización de la autoridad central es uno de los objetivos de los Kirchner.
La reducción, a mínimos históricos, de gobiernos provinciales en manos del peronismo y la incipiente formación de alianzas regionales de muchos gobernadores del norte y de la Patagonia, al margen de su identidad partidaria, los llevan a mirarse en un espejo perturbador. Es el derrotero del PRI mexicano, que de partido único, mutó a hegemónico, y luego mayoritario para finalmente ser una minoría, destinado a integrar una alianza con el PAN, su otrora rival de derecha y primera fuerza política que lo derrotó en las urnas después de 70 años de ejercer el poder. Señales más que inquietantes.
Al mismo tiempo, las dilatadas y brumosas conversaciones para alcanzar algún acuerdo entre libertarios y macristas activan nuevas fragmentaciones y exponen novedosas diferencias en cada uno de los espacios. Al mismo tiempo, mantienen la unión transitoria de empresas, a la que también se suman el radicalismo y el peronismo dialoguista, para darle algún soporte al Gobierno. Se vio ayer en la conformación de la comisión bicameral que debe tratar “el” decreto de necesidad y urgencia que lanzó Milei.
La integración de ese cuerpo fue un nuevo triunfo parcial del Gobierno. No obstante, el tratamiento final en el Congreso de esa norma de excepción es una incógnita tanto como la posibilidad de que sea rechaza. Por ahora el oficialismo logra prorrogar su vigencia, mientras avanza, con tropiezos, en otros terrenos.
Un nuevo motivo de alerta se produjo ayer ante el fallo de un tribunal federal chubutense, que suspendió la eliminación de los fondos para subsidiar el transporte, ante una presentación del gobernador Ignacio Torres, que pertenece al Pro. Los aliados defienden sus intereses.
La audacia (o la temeridad) a veces encuentran límites, aunque también son motores para buscar nuevas maneras de romperlos sin importar las consecuencias. La apuesta al desorden político, sin temor al caos, es la impronta de la hora oficial, con la ilusión de imponer el nuevo orden mileísta. Una táctica para la que los rivales aún no encuentran respuestas.
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