La tarea de restaurar lo obvio
Sabemos que durante la transición el Gobierno inevitablemente se parecerá a sí mismo. Nada cambiará en el año que queda, porque el sistema político que nos gobierna no se retroalimenta con la realidad, sino que la va diseñando a su medida.
La realidad nunca ha sido para este ciclo político un insumo, sino un obstáculo. No ha sido la materia prima que sirvió de guía para ajustar las políticas públicas, sino la variable obtusa que había que enderezar, la rebeldía a domesticar.
Nuestros sastres políticos imaginaron un talle único para la Argentina y todo ha debido caber dentro de ello, aún a costa de su propia contracción o destrucción.
Mark Twain decía: "Consigue primero los hechos, luego puedes distorsionarlos como desees". Pero la estrategia de estos años ha sido más radicalizada aún: practicó el aborto sobre determinados hechos a la vez que modificó genéticamente al resto, para que nacieran con los rasgos del relato.
Uno nunca sabrá, y es difícil distinguirlo, si este fundamentalismo ha sido dinamizado por el cinismo o por la convicción (o por ambas a la vez). Pero desde Frankenstein sabemos que la manipulación de la realidad es una pretensión inocente y monstruosa, y que las creaturas se vuelven contra su creador. Es posible que la sublevación de los hechos signe los últimos tiempos de la transición.
Ahora bien, en doce meses tendremos elecciones y un eventual cambio político. Se trata de un tiempo cronológicamente breve, pero psicológicamente largo. Tal vez sea lo que busca aludir Massa con sus carteles en la vía pública, que cuentan los días en forma regresiva hasta diciembre de 2015, como el preso que tacha los días en la celda.
Como no habrá cambios previos de estilo, es probable que la tarea del próximo presidente sea salir de esta forma de autismo histórico y de empecinamiento para que la realidad obedezca a las ideas.
Pero en un sentido esencial, la tarea inicial del próximo presidente será la de restaurar lo obvio. Porque nuestra democracia, como en el juego de la oca, retrocedió hacia sus casilleros iniciales, aquellos en los que es necesario recordar la independencia de los poderes, la transparencia en el manejo de la cosa pública, la libertad de prensa o la distinción entre lo público y lo privado. Es decir, habrá que recuperar lo absolutamente evidente.
En esa lista de tareas, por ejemplo, el próximo presidente tendrá la reconstrucción del espejo en el cual mirarnos. La Argentina navega hoy por las aguas de la historia sin instrumental. Y quedará un agujero negro estadístico sobre estos años.
Es patético que carezcamos de datos acerca de nuestra sociedad y acerca de nosotros mismos. No sabemos a ciencia cierta cuál es el grado de pobreza, de inflación u otras variables.
Por muchos años será visto con estupor este pequeño terrorismo de Estado sobre nuestros datos, este photoshop practicado sobre lo negativo de nuestra propia imagen, que finalmente nos ha desfigurado.
La tarea del próximo presidente deberá continuar con otras cosas básicas, como que la palabra pública vuelva a significar algo. Deberá sacar al país de la levedad de los hechos, que parecen nacer fabricados en material descartable, porque las cosas más graves suceden día a día y son inmediatamente olvidadas o reemplazadas por nuevos sucesos. La capa geológica de hechos sin consecuencias no para de crecer en la Argentina.
Y además de las cosas básicas, deberá lidiar con algunos problemas nuevos en términos de gravedad, como es la penetración de la narco-criminalidad en nuestro país, que nos compromete y pone en riesgo a nosotros y a nuestras generaciones futuras.
En muchos sentidos, el próximo gobierno deberá reinsuflar sentido a nuestra democracia. Deberá modificar la inclinación a la extravagancia que tiene la Argentina y su tendencia a acelerar en el vacío.
Pero, sobre todo, deberá sacar a la Argentina del profundo statu quo que la atraviesa y romper con el maleficio que no le permite alcanzar el desarrollo. Se trata del mayor desafío y aquel sobre el cual no podemos perder la esperanza.
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