La salida está en la cooperación política y la unidad nacional
En tiempos de confusión y desconcierto, hay una certeza a la que podemos aferrarnos: la humildad, la solidaridad y la cooperación política son los valores que nos ayudarán a enfrentar lo que vendrá.
Los argentinos deberemos lidiar con desafíos de dimensiones mayúsculas. No podemos calibrar todavía los alcances del cataclismo que provocará la pandemia. Frente a eso, la capacidad de los políticos para unirnos, para generar consensos, para trabajar en conjunto y cooperar en la construcción de objetivos comunes, será la mejor defensa ante las adversidades. Debemos inaugurar, de una vez por todas, la era de los acuerdos y de la concertación. Lo proponemos desde hace años, pero ahora -frente a la amenaza global del coronavirus- se convierte en mandato ineludible y en un imperativo ético.
Al mundo entero se le han quemado los papeles. Por eso debemos ser, en primer lugar, humildes frente a un contexto de compleja incertidumbre. Todos los libros y manuales nos han quedado viejos. Debemos construir, entonces, un nuevo paradigma de acción política a partir de la cooperación, sin mezquindades ni oportunismos, sin facilismos ni demagogias.
Estamos en la primera fase de un proceso que será tan largo como dificultoso y exigente. Empezar a mirar el mediano y el largo plazo es, por supuesto, una responsabilidad de la dirigencia. Desde el lugar en el que nos encuentre, nuestra preocupación primordial debe ser la de colaborar para construir el camino de salida. No podemos dejar esto en el plano de las buenas intenciones. Debemos plasmarlo, con espíritu constructivo, en un gran acuerdo nacional que nos permita reparar el ánimo de nuestra sociedad, reconstruir los cimientos de una economía que quedará severamente dañada y fortalecer un sistema de salud pública que nos ofrezca mayores garantías.
Debe ser una era dominada por la búsqueda de acuerdos, por el debate constructivo, por las discrepancias civilizadas y por las políticas de Estado
En estas semanas de emergencia y desasosiego, hemos visto señales alentadoras. La del presidente Alberto Fernández junto a Horacio Rodríguez Larreta, Omar Perotti, Gerardo Morales y Axel Kicillof es, sin lugar a dudas, una de las mejores fotos que ha ofrecido la política en los últimos años, igual que la imagen del consenso que se exhibió al anunciar la estrategia por la deuda y la del trabajo coordinado con gobernadores e intendentes. Tenemos que lograr, entre todos, que esas fotos simbolicen el espíritu de una nueva era institucional en la Argentina. Debe ser una era dominada por la búsqueda de acuerdos, por el debate constructivo, por las discrepancias civilizadas y por las políticas de Estado. Debe ser una era que deje definitivamente atrás la lógica de amigos-enemigos y que cierre la grieta para abrir un camino de esperanza. Debe ser una era que deje de tener su mirada anclada en el pasado para embarcarse en la aventura apasionante de construir un mejor futuro. Debe ser la era de la moderación, la solidaridad y el altruismo.
Frente a la angustia de estas horas oscuras, debemos forjar y ofrecer una esperanza. Y esa esperanza pasa por la capacidad que tengamos de construir la unidad de los argentinos, que por supuesto, no implica pensamiento único ni ausencia de debate democrático y de ejercicio de control. Tantas veces declamada, hoy la unidad se convierte en la única puerta de salida frente a una catástrofe sanitara que nos ha movido el piso y ha trastocado nuestra vida en todos los planos.
La pandemia marcará un punto de inflexión. Cuando salgamos de esta emergencia global, nos encontraremos –seguramente- un mundo en el que muchas transformaciones se habrán acelerado. Habrá, aunque nos cueste verlas hoy, consecuencias saludables, así como también habrá secuelas dolorosas y desafíos muy complejos a los que deberemos enfrentarnos. Habrá que reconstruir un sistema de libertades y equilibrios que ha quedado alterado, como ocurre siempre frente a las emergencias y las catástrofes. Quedará en tela de juicio el "Evangelio del consumo", cambiaremos hábitos culturales y rasgos de nuestra propia identidad. Iremos hacia un mayor protagonismo del teletrabajo y de la educación virtual.
El Estado deberá apelar a esas herramientas con creatividad e innovación. Pero habrá, también, que encarar un trabajo muy complejo y desafiante de reconstrucción del sistema productivo; habrá que manejar una economía shockeada después de una súbita parálisis; habrá que apelar a una ingeniería logística que permita direccionar el auxilio del Estado con inteligencia y eficiencia. Todo eso exigirá aportes extraordinarios de cooperación política-institucional. No será solo el desafío de un Gobierno; será el gran desafío de la Argentina. Por eso, sin demoras ni especulaciones, deberíamos sentarnos a la mesa de un gran acuerdo nacional.
La política debe recuperar su sentido básico y esencial: el de la ayuda al prójimo. Hoy, más que nunca, la política pasa por entender y por cuidar al otro. Debemos hacer de esto una épica, no un eslogan. Debemos ejercer la prudencia y construir puentes de solidaridad. Debemos reflejarnos en esa Argentina que expresan los aplausos de las 9 de la noche: la que reconoce a médicos, enfermeros, cajeros de supermercados, recolectores de residuos, agentes de seguridad. Debemos interpretar, desde la dirigencia política, ese espíritu de la Argentina solidaria. Y convertirlo en trabajo conjunto, por encima de cualquier rencilla facciosa, de fanatismos adolescentes y de especulaciones coyunturales.
La Argentina, como el mundo entero, se asoma a un futuro cargado de incertidumbre. En nuestro caso, la salida probablemente resulte más compleja todavía, porque no podemos engañarnos: arrastramos desde hace décadas problemas y debilidades estructurales, con un tejido social muy fragmentado y dolorosísimos niveles de pobreza. El desafío es tan enorme que no admite un milímetro más de grieta. Ojalá seamos capaces.
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El autor es expresidente de la Cámara de Diputados de la Nación
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