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La feria La Salada cierra alrededor de las 14, pero pasadas las 11 de un sábado, en Urkupiña, uno de los tres centros de compras que componen este gran mercado del sur del conurbano bonaerense, ya se pueden ver puesteros guardando la mercadería y preparando la retirada. La jornada no reditúa y los carreros, que trasladan la mercadería de los puesteros, se mueven temprano por los pasillos de la feria, muy poco concurridos. No hay aglomeraciones como las que encendieron alertas rojas en diciembre, cuando la feria desbordó en la previa de las Fiestas y el distanciamiento necesario para prevenir contagios de coronavirus brilló por su ausencia.
La circulación interna no tiene vértigo, el caudal de compradores llegados de provincias del interior del país se contrae y las ventas son bajas, según cuentan los feriantes, que esperan que la situación mejore, quizás, en marzo.
Esta feria escribió varios capítulos policiales en 2017, año en el que fueron detenidos sus líderes Jorge Castillo y Enrique Antequera, que actualmente gozan de prisión domiciliaria. Este mercado enorme de Lomas de Zamora tiene protagonismo desde hace años en el radar político y en sus calles se desplegó parte del poder barrabrava, ahora muy reducido, según afirman en el lugar.
Castillo intentó un desembarco de La Salada en José C. Paz el año pasado, de acuerdo a fuentes de ese distrito gobernado por el peronista Mario Ishii. La intención de Castillo era instalarse con su feria en el Mercado Concentrador, objetivo que no logró. LA NACION supo que Castillo había llegado a un acuerdo con el dueño de una de las naves del mercado municipal, pero chocó con la negativa de la intendencia para instalar puestos en las calles aledañas y desistió.
La escena caótica antes de la Navidad, con clientes agolpados en pasillos y calles, recuerda mejores tiempos para los puesteros de las tres ferias que componen La Salada: Punta Mogote, Urkupiña y Ocean. "No se movió ni en Año Nuevo, el 23 de diciembre fue la última feria buena. Solamente fue buena una semana [desde la reapertura, en octubre], por las Fiestas", describe Alejandro, que trabaja en uno de los tantos puestos que venden ropa en Ocean.
"Está muy flojo. En las Fiestas hubo movimiento, incluso vino gente de clase alta. Pero vienen pocos micros", señala a LA NACION Yesica, que vende ropa y barbijos en Ocean. En el estacionamiento de esta porción de La Salada solo se observan cuatro ómnibus un sábado de febrero por la mañana. Un trabajador del predio, que conoce el movimiento de colectivos que llegan desde el interior, comenta que arriban "con 20 pasajeros cada uno, cuando tienen una capacidad de 50".
Cerrada por siete meses
La feria estuvo cerrada durante siete meses el año pasado, reabrió el 21 de octubre de 2020. En las múltiples puertas de ingreso, el personal de seguridad toma la temperatura de los clientes e higieniza sus manos con un rociador. En el piso de los pasillos hay flechas que indican el sentido de circulación permitido en cada zona, pero muy pocos clientes cumplen.
Con su puesto de venta de accesorios para autos en Punta Mogote poco concurrido, Jonatan dice que la mayoría de la gente que concurre es de la zona porque "no llegan los de las provincias".
Los carteles de puestos en alquiler son frecuentes en La Salada por estos días. Según pudo consultar LA NACION en el lugar, el alquiler mensual puede oscilar entre los 35 mil y los 45 mil pesos, aproximadamente. Hace un año, cotizaban alrededor de los 20 mil pesos por mes. Los puestos vacíos también son parte del paisaje de la feria. "No se vende y prefieren dejar el puesto", justifica Gustavo, que vende ropa en Ocean. Agrega que, para los micros que transportan clientes desde el interior, "es difícil llegar" y "no pueden venir llenos".
"En marzo, levanta", se ilusiona Germán, que comercializa indumentaria de fútbol en un puesto ubicado en Urkupiña. "Enero y febrero son meses malos", analiza el vendedor. Un diagnóstico parecido tienen dos carreros que aguardan en la puerta de salida de Ocean.
Lazos con la política
La feria siempre tuvo relación con la política, sobre todo por sus dos referentes más famosos. Castillo, líder de Punta Mogote y conocido como "El Rey de La Salada", incluso participó de la misión comercial a Angola que Cristina Kirchner encabezó en 2012. Se define como radical. Está con prisión domiciliaria en su mansión de Luján, desde donde les disparó a los policías que lo fueron a detener, en junio de 2017. A mediados de 2020, presentó un escrito en la causa por presunto espionaje ilegal durante el gobierno de Cambiemos en el que acusó al procurador general bonaerense, Julio Conte Grand, de armar causas en su contra.
Antequera, de Urkupiña, es un militante peronista de la tercera sección electoral que tuvo perfil alto en distintas campañas y en varias oportunidades fue aliado de Ishii. También integró una lista bonaerense del Acuerdo Cívico y Social (que conformaban la UCR, la Coalición Cívica y el socialismo) como candidato suplente a diputado por la tercera sección electoral, en 2009. Fue detenido poco tiempo después que Castillo y también goza de prisión domiciliaria a la espera de un juicio oral.
En las calles aledañas a la feria, el movimiento es bastante tranquilo y contrasta notablemente con los tiempos prepandemia, cuando los autos convivían con los peatones sobre el asfalto del Camino de la Ribera y las calles perpendiculares. Sobre un angosto puente que cruza el Riachuelo, se apiñan todavía los puestos callejeros.
Los trapitos permanecen activos, aunque el flujo de clientes sea menor. Más allá del tiempo que dure el estacionamiento en la calle, uno de estos cuidadores informales puede cobrar $200 por auto. “Somos un grupo familiar, no le pasamos plata a nadie. Los barras [que dominaban la zona en el pasado, entre ellos, de Boca y Los Andes] están presos y hoy tienen menos presencia en la zona. Puestos fijos en la calle se ven menos, pero sí carritos que van y vienen”, resume a LA NACION un trapito de los que acomodan vehículos en el Camino de la Ribera.
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