Debate presidencial: la rigidez del formato jugó en contra del atractivo televisivo
En la pantalla se perdieron las reacciones de los candidatos
La transmisión televisiva fue una de las grandes perjudicadas por el rígido e inflexible diseño del debate presidencial. Faltaron anoche frente a la pantalla muchas de las herramientas que definen e identifican a un genuino lenguaje televisivo para coberturas de carácter tan excepcional. Entre ellas, la posibilidad del uso de la pantalla dividida para que el televidente pudiera apreciar las reacciones espontáneas de cada candidato, o el recurso casi completamente ausente del uso de los planos generales del escenario, modesto paliativo (pero alternativa al fin) de la tediosa y mecánica sucesión de planos individuales cuando a cada uno le tocaba exponer.
Cuesta entender, además, por qué las parejas periodísticas encargadas de conducir y moderar el debate tuvieron la suerte de contar en sus intervenciones con un fondo azul en la pantalla, tono que siempre resulta mucho más amigable para el televidente que el negro que todo el tiempo estuvo detrás de los atriles de cada candidato. Los encargados de la transmisión, que anoche fue responsabilidad de la Cámara Argentina de Productores Independientes de Televisión (Capit), deberían tomar nota de otras experiencias internacionales.
Cualquiera de los debates entre candidatos en Estados Unidos, incluso los que se realizan en instituciones similares a la elegida aquí, exhiben una escenografía y un diseño de iluminación que parten de la premisa contraria a la impuesta anoche: no hay nada que conspire más contra el interés del televidente que una pantalla deliberadamente oscurecida. Tal vez todavía se confunda la idea de una transmisión sobria y austera (condiciones necesarias en estos casos) con una imagen opaca como la que se impuso ayer. Y si de verdad se cree que el debate está más dirigido a la opinión pública que a los cálculos estratégicos de los políticos, una herramienta elemental de apreciación como la pantalla dividida no debería ser conculcada en ningún caso. Todo lo contrario: su empleo tendría que estimularse.
En cuanto a los moderadores, tal vez la regla de continuidad de este tipo de debates, ahora que son obligatorios, permita de aquí en adelante desprenderse de una serie de vicios y prácticas que no ayudan. Lo primero que debería erradicarse es la costumbre autorreferencial de referirse al "privilegio" y al "honor" de ocupar ese lugar. Y después, despojarse de los tics que lamentablemente tienen la mayoría de los espacios informativos de los canales abiertos, demasiado cercanos a la idea del show. Que todavía se digan y se hagan esas cosas nos habla de la falta de naturalidad con la que todavía nos relacionamos con los debates presidenciales.
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