La riesgosa proximidad al punto de no retorno
Probablemente, desde 2003 la Argentina no enfrentaba un proceso electoral tan incierto como el que se abre este año. Todas las variables que pueden definir el voto tienen una dinámica imprevista: la economía naturalizó un nivel de inestabilidad peligrosa, la Justicia no deja de impactar y la política es incapaz de garantizar una grilla de candidatos con algún grado de certeza. ¿O acaso alguien puede asegurar hoy que Cristina Kirchner va a ser candidata o que Roberto Lavagna terminará representando al peronismo? Incluso Mauricio Macri, el único postulante cierto, está sometido a una batería de fuego graneado que impide anticipar cómo llegará a los meses de votación.
"Es imposible gobernar y hacer campaña cuando todos los días hay malas noticias". Desolado, un funcionario nacional sintetizaba así el espíritu que se expande silenciosamente en la Casa Rosada. La semana pasada se conoció la cifra de inflación de 3,8 %. Después fue la suba de la desocupación a 9,1% y la caída de la actividad de 2,6%. En los próximos días tocará el índice de pobreza. Sin contar que el dólar parece desconocer la suba de tasas y las nuevas concesiones del FMI .
En este contexto, no sorprende que los indicadores de aceptación de Macri hayan retrocedido estructuralmente, ya no en forma coyuntural. Según un reciente sondeo de Poliarquía, la aprobación del Presidente cayó de 34% a 30%, lo que marcó el mínimo registro para su gestión. "Perdimos el voto blando que nos acompañó en 2017. Hoy estamos cuidando nuestro tercio", grafica una fuente oficial. También se contrajo la percepción de la situación general del país y de las expectativas económicas. La imagen positiva de Macri bajó de 28% a 25% y arrastró a María Eugenia Vidal (de 47% a 42%) y a Horacio Rodríguez Larreta (de 34% a 30%). El índice de confianza en el Gobierno que mide la Universidad Di Tella bajó casi 11 puntos en un mes, después de una temporal recuperación en febrero. Son solo algunos números que marcan el mal momento de Cambiemos .
El problema real es que el oficialismo se está acercando peligrosamente a la fase de no retorno, al punto de inflexión a partir del cual se torna irreversible la tendencia e ineficaz un eventual rebote de los indicadores. "Si Macri tiene un as en la manga que lo saque ya", imploró esta semana con sabiduría popular Margarita Barrientos, en la misma línea del "hagan algo" del obrero Dante.
El argumento de los estrategas oficialistas es que tanto en 2015 como en 2017 a esta altura del año también corrían de atrás. Pero existe una teoría de la relatividad electoral según la cual el paso del tiempo depende del contexto político. Hoy hay un clima de malestar social creciente que apunta hacia la gestión Cambiemos, que antes no estaba. El "nunca votaría a Macri" por primera vez es más alto que el "nunca votaría a Cristina Kirchner", aunque también es menos rígido. El Presidente todavía tiene chances de ganar, y eso es un mérito para un no peronista, contemplando la situación económica. Pero no debería confiarse mucho tiempo más.
Cristina Kirchner atraviesa una situación dual. Por un lado, el mismo trabajo de Poliarquía revela que su imagen subió de 30 a 33%. Es más: en el Gobierno admiten que hoy le ganaría a Macri por dos o tres puntos en una PASO. Cosecha sobre la tierra quemada que deja el macrismo en ciertos sectores sociales. Sin embargo, atraviesa un momento de profunda inestabilidad emocional por la situación de su hija (quienes la conocen dicen que está angustiada por su salud) y de debilidad judicial al sumar ya diez procesamientos en su contra. Las revelaciones del excontador de los Kirchner Víctor Manzanares, admitido esta semana como colaborador de la Justicia, exhibieron como nunca antes la obscenidad de la corrupción. Fue un relato entre Julio Verne y Mario Puzo, con tesoros escondidos, negocios ilegales y aprietes. Un cuento fantástico si no fuera que exhibe cuánto se rompió la Argentina en los últimos años.
El Instituto Patria es un centro de desconcierto. Ni los propios kirchneristas saben decodificar los movimientos de su jefa. Balbucean respuestas improvisadas cuando se les pregunta si el operativo Cuba tuvo un significado político. No hay aún allí una estrategia nacional nítida, aunque no parece haber razones contundentes para que Cristina no se postule. Sí funciona un laborioso armado para unificar fuerzas con el peronismo en todas las provincias posibles (por ejemplo, ayer en Tierra del Fuego), a pesar de que el fracaso de Neuquén dejó muchas secuelas internas. Y también hay mucho impulso al efecto D'Alessio.
Los protagonistas de la grieta están sufriendo un desgaste muy grande, lo cual no implica que se consolide automáticamente una alternativa. Pero en el cúmulo de incertidumbres de esta campaña también se inscribe la pregunta sobre si se repetirá un esquema de la polarización como en 2015 y 2017. No siempre funciona el mismo truco. El círculo más cercano al Presidente sigue confiando en la infalibilidad del instrumental de Marcos Peña y Jaime Duran Barba. Aunque cerca de ellos hay quienes dudan. Sobre todo el entorno de Vidal, donde analizan sin eufemismos un posible escenario de derrota si Cristina es candidata. La gobernadora está preocupada por los números, pero también confundida con la revelación de que fue espiada.
El cónclave de veinte minutos que mantuvo el jueves con Macri y Rodríguez Larreta en la camioneta presidencial después de un acto ya pasó a formar parte de la mitología. Nadie sabe de qué hablaron. Pero pocos niegan que hay mayor tensión en el trío. El fantasma de un renunciamiento del Presidente a su reelección no tiene asidero por cómo concibe Macri su construcción política, pero nadie pudo evitar que sobrevuele otra vez.
A paso ágil pese a las sandalias con medias, Roberto Lavagna consolidó esta semana su rol de candidato "de consenso", como le gusta predicar. En poco más de 24 horas se reunió con Juan Schiaretti, un referente del peronismo federal, y con Ricardo Alfonsín, líder de la revuelta radical. También se vio hace un par de semanas con Martín Lousteau. Piensa su postulación como la suma de sectores de ambos partidos, más el socialismo de Miguel Lifschitz y GEN, de Margarita Stolbizer. Cuenta con el apoyo de un sector del sindicalismo y con simpatías empresariales. Se ha transformado en un postulante socialmente aceptado para quienes reniegan de la grieta. Su prédica consiste en recrear un gobierno de coalición, con la inspiración de la mesa de diálogo de 2002, convencido de que la Argentina está en una situación similar a entonces. Busca contrastar su mensaje productivista con el fiscalismo actual. "Solución mágica", en el lenguaje de Macri.
Según la consultora Opinaia, es el dirigente opositor con mejor imagen y con menor rechazo. Pero tiene una particularidad más: le puede restar más votos a Cambiemos que al kirchnerismo porque su posible electorado es de clase media urbana, y sobre todo adulta. Es parte del ADN que el radicalismo le aportó a la coalición gobernante. Por eso se agitó tanto el avispero en la UCR, donde ahora hasta dudan de que se haga la convención y es más probable que declaren libertad de acción en los distritos. También así se entiende que el Gobierno haya salido esta semana a criticar a Lavagna, en una estrategia que pareció más reacción que cálculo.
Sin embargo, las encuestas no hablan de la irrupción de un fenómeno político. Pese a su fuerte instalación desde el verano, Lavagna solo tiene un par de puntos más que Sergio Massa y un par más que Juan Manuel Urtubey. Por eso Schiaretti le ratificó esta semana que no podrá ser candidato del espacio sin atravesar una PASO. Tampoco cuenta con penetración en los sectores populares.
La discusión sobre si debe haber internas o no en el peronismo alternativo en realidad oculta una discusión más profunda: Lavagna no quiere quedar atrapado en una candidatura del PJ federal, pero al mismo tiempo depende mucho del anclaje nacional de los gobernadores e intendentes para poder crecer. "Las PASO son parte de la construcción. No le vamos a entregar el peronismo sin internas", remarcan cerca de Urtubey.
Pero la cuestión más delicada para Lavagna es Massa. Pasaron de formar parte del mismo equipo a ser rivales ("No lo vimos venir", admiten cerca del tigrense). Se tienen afecto y respeto, pero el exministro entiende que el exjefe de Gabinete debería correrse, y el exjefe de Gabinete está convencido de que en una interna le gana al exministro (de hecho, en la encuesta de Poliarquía Massa subió y Lavagna bajó en el último mes). Hoy todos buscan sumar intención de votos para imponer condiciones en una mesa de negociación para fin de mayo.
Hay una sortija girando en el aire que permite acceder al poder de un país que ha hecho de la incertidumbre su estado natural. Se asemeja demasiado a una trampa.
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