La reinvención de una Presidenta
Desde la muerte de Néstor Kirchner, Cristina cambió su rutina y ahondó la forma hermética y personalista de tomar decisiones
Lo conoció un Día de la Primavera de 1974. El estaba borracho. "Vos me estás tomando el pelo. Andate a joder con tus amigos, que yo me voy a la mierda", lo cortó. El ya sabía que quería ser gobernador. Ella miraba la política desde afuera. 36 años y 36 días después, lo despediría con una promesa. "Yo te voy a hacer quedar bien. Te voy a hacer quedar en la historia."
Con la mano en la frente de su marido, la Presidenta balbuceaba esa frase ante unos pocos. Ese 27 de octubre de 2010, en el velatorio íntimo a cajón abierto en la casa presidencial de El Calafate, empezaba el camino a la reelección. Cristina iniciaba su propia reconstrucción. La de la mujer inesperadamente viuda. La de la Presidenta, en la soledad del poder.
"¿Vos te pensás que no vamos a ganar las elecciones?", lo increpó por teléfono la Presidenta a Dante Dovena, el lunes siguiente a la muerte de Néstor Kirchner, cuando el hoy embajador en Uruguay pretendía asumir la banca que le correspondía en reemplazo del ex presidente mientras avanzaba su pliego diplomático. "Vos te quedás donde estás y asume Depetri", le anunció. Dovena se veía venir, sospechó Cristina, el fin del kirchnerismo y pretendía asegurarse el escaño.
La Presidenta profundizó, incluso en las horas de mayor dolor, el poder hiperconcentrado y rígido, heredado de su marido; una conducción radial y sin intermediarios.
Cerrada a compartir la toma de decisiones, los ministros se ven obligados a interpretarla. Da un ejemplo un hombre cercano a Boudou. "Una tarde Amado volvió de Olivos y nos dijo que creía que él podría ser el candidato porteño. Lo dedujo por una simple mueca que le había hecho la Presidenta." Así son los días de los colaboradores presidenciales. Hasta Carlos Zannini, el funcionario que más cerca está de Cristina, se maneja a prueba y error. La noche anterior a la decisión de la candidatura porteña de Daniel Filmus, él le anunció a Randazzo que sería Boudou.
Es una mujer de hierro con un costado de terciopelo, cuentan quienes la rodean. Puede ser dura, fría y distante, y maltratar en público a los suyos, pero ser la más amable con los menos allegados. Que lo cuenten sino sus edecanas, de las pocas beneficiadas de su humor, que tienen libres los fines de semana por decisión de la Presidenta.
La nueva Cristina imprimió mano dura en el manejo del poder. Hoy son muchos en el Gobierno los que redescubren que Kirchner era el más componedor de los dos. "Ya va a aflojar", consolaba el ex presidente a Jorge Taiana, una semana después de que el entonces canciller renunciara porque Cristina lo acusó de desleal. No se le pasó. Allí quedó Taiana, fuera de las listas electorales.
Exige más en términos de gestión y puede pasar de cuatro a seis horas al día estudiando. Consciente de que los votos son de ella, no necesita contener a nadie. No hay llamadas, como las había en vida de Kirchner, a Hugo Moyano o a intendentes. La imagen de su nuevo poder la mostró el 14 de agosto. Ella, sobre el escenario, con su hija. A Boudou lo dejó varios escalones más abajo, sin entrar en la foto de los festejos de su triunfo.
Si con Kirchner consultaba todo, hoy, ese lugar de cómplice lo ocupó su hijo, Máximo. "Con el que más me acerco ahora es con él", cuenta la Presidenta, en su última biografía autorizada. Máximo fue el que la llamó furioso cuando veía por TV las imágenes de los muertos en el parque Indoamericano.
Sólo mujeres
Su rutina personal también dio un giro. Ya no hay más cenas en la quinta de Olivos, que eran siempre de hombres y casi todas las noches. Cristina comía, charlaba un rato, y se iba a dormir. Los hombres cercanos a su marido, como Icazuriaga y Zannini, pasaron un eterno mes sin pisar la residencia. Y ahora lo hacen esporádicamente. La casona es de mujeres. Reinan allí su hija, Florencia, a la que convenció para que no volviera a vivir a Nueva York; su mamá, Ofelia, y su hermana, Gisselle; su cuñada Alicia, y sus hijas, Natalia y Romina Mercado. Que ninguna mujer de la política se asuma en el lugar de amiga o confidente. No existe. Olivos es ahora sólo para su familia.
"¿Sabés cuál es la diferencia entre vos y papá? Que papá nunca se permitió distraerse", cuenta Cristina que le dijo Florencia. Se refería a las horas que la Presidenta dedica a elegir ropa, siempre de Susana Ortiz y Marcelo Senra, o a las exigencias decorativas, como que nunca falten a su alrededor flores blancas. Le gusta el cine, la jardinería y sus perros: Marta, la bóxer; Cleopatra, la caniche dorada, y Vito, el pug de su hija. Sus bajones de presión son hoy un tema que en el entorno presidencial se minimiza, pero que los médicos siguen de cerca. En la Cristina pública, el cambio más visible se produjo en la vestimenta. Un funcionario con despacho en la Casa Rosada relata el significado del luto que lleva desde hace un año. "No es una viuda triste. Está representando un legado." Viste de negro, sí. Pero sus vestidos son siempre de fiesta, con brillos, gazas y encajes. Nunca se olvida sus collares de perlas o su Rolex presidente. Nadie sabe hasta cuándo continuará vistiendo así. Nadie se anima a preguntárselo.
Desde que no comparte el poder, en la Casa Rosada la ven con mayor plasticidad sobre sí misma. Permitió, algo impensado en épocas de Kirchner, que los ministros volvieran a las revistas de la farándula y fue idea suya la construcción del Boudou rockero.
En el camino por reinventarse, su próximo gobierno está cargado de incógnitas.
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