La rebelión de Alberto Fernández y su círculo íntimo
En contra de los deseos del kirchnerismo, el Presidente envió señales favorables a sus colaboradores cercanos; el plan para una resurrección desde el exterior
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El presidente Alberto Fernández envió señales de que seguirán en sus cargos los funcionarios de su entorno más cercano, los mismos que el kirchnerismo pidió remover tras el escándalo de Olivos. La confirmación se la transmitió a sus amigos en privado. En su momento de mayor debilidad, el Presidente se niega a entregarle a Cristina Kirchner y La Cámpora su último círculo de colaboradores. Ellos representan en la privacidad presidencial más que auxiliares de confianza, les da encargos personales, comparten secretos y un sentido de familiaridad. El dato es revelador, muestra que las órdenes y ofensas de Cristina Kirchner hacia la autoridad presidencial dejaron de ser significativas. Se volvieron folclore. Lo novedoso ahora es la resistencia de Alberto Fernández a cambiar el rumbo. Y ese es, desde la mirada de otros sectores de la coalición gobernante, el verdadero problema.
En La Cámpora amonestan al Presidente porque sus conductas, la erosión que les genera, ponen en riesgo su proyecto político para los próximos “40 años”, según los cálculos y planes que se discuten en el interior de la agrupación liderada por Máximo Kirchner. Pero desde la intimidad presidencial la respuesta dista del arrepentimiento. “Vamos a lograr la primera victoria del peronismo en una elección intermedia en los últimos 16 años”, confronta en la Casa Rosada un colaborador de Alberto Fernández. Se refiere a un eventual triunfo del Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires, que el Gobierno aspira a capitalizar como propio. ¿Cómo se llega a la cifra de 16 años? Porque la última vez que ganó el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires en una elección legislativa fue en 2005. Nunca más. Cuatro años después fue vencido por un efímero Francisco De Narváez, que hizo morder la derrota a un seleccionado que integraban Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa, con candidaturas testimoniales. Justamente Massa sería luego el verdugo de Cristina Kirchner en las legislativas siguientes, de 2013, cuando derrotó a Martín Insaurralde. Y en las últimas elecciones de medio término, en 2017 y con el macrismo en el poder, fue Esteban Bullrich quien venció a Cristina Kirchner. Un recuerdo doloroso para el Instituto Patria, que el Gobierno trae al presente en el peor momento del Presidente.
Los cálculos de la Casa Rosada son certeros, con la salvedad de que las elecciones todavía deben jugarse. Y los comicios aparecen impredecibles. Lo fundamental es que al recordarle a Cristina Kirchner que puede lograr la primera victoria legislativa del kirchnerismo en la provincia en los últimos 16 años, Alberto Fernández le advierte a su vicepresidenta que se considera capaz de superarla. Aquello que en otros ámbitos suena a surrealismo, en la Casa Rosada se repite con convicción. Por eso, no todos en el kirchnerismo consideran que un triunfo despeja las dificultades. Algunos piensan que las puede agravar. Son quienes pretenden disciplinar al Presidente, los mismos que en privado se preguntan cómo lo convencerán de las limitaciones personales y de su entorno si se adjudica una victoria como propia y les recuerda a sus socios que ganó después de una caída de 10 puntos del PBI y en medio de una pandemia mundial. Pierden si gana.
Tensiones con La Cámpora
En la Casa Rosada sonríen con la encerrona. “Si a Alberto le va mal en el gobierno, el kirchnerismo va a ser derrotado en las próximas elecciones presidenciales; pero si le va bien, ¿Quién va a quitarle la posibilidad de presentarse a una reelección?” No se repliegan, confrontan las críticas internas sin cuidados: “La Cámpora está estigmatizada, sólo gana elecciones en lugares muy puntuales y es un fenómeno del Conurbano”, diagnostican.
Así, mientras en el kirchnerismo trazan estrategias para desligar su futuro político de la suerte presidencial, Alberto Fernández imagina un camino de resurrección. La semana próxima viajará a Ecuador para reunirse con el presidente Guillermo Lasso, una forma de mostrar que puede dialogar con jefes de Estado distantes de su credo político. Luego planea aterrizar en México para encabezar la Celac. Y el mes que viene participará de la asamblea de las Naciones Unidas. Allí, en Nueva York, aspira a concretar un encuentro bilateral con el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. No hay retroceso frente a los mensajes internos. Y en su actitud desnuda la debilidad de Cristina Kirchner: ya no puede disciplinarlo, ni siquiera en su peor momento.
Efectivamente, para algunos accionistas del Frente de Todos, ganar puede ser un problema si Alberto Fernández se considera fortalecido. Sobre todo, para quienes ven alejar sus proyectos políticos en cada nueva intervención pública del Presidente.
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