Coronavirus en la Argentina: la reapertura de Villa Azul: dudas sobre el futuro y reencuentros familiares
Tras el cierre total por el brote de coronavirus, el gobierno bonaerense autorizó ayer cuatro accesos para los vecinos que cumplen tareas esenciales; la inquietud del barrio es qué sucederá cuando pase la emergencia
Bajo el cielo gris del mediodía, Villa Azul está serena. El ambiente es muy distinto al de un mes atrás, cuando a toda hora había bullicio y movimiento. Hay poca gente en las calles y, de vez en cuando, individuos vestidos con mamelucos amarillos y armados de pulverizadores doblan silenciosamente alguna esquina. Otras cosas siguen igual, como después de cada lluvia: el barro que cubre todo, las zanjas rebosantes de agua podrida, los tablones que hay que usar para entrar a las casas.
Pero al menos ya no están totalmente confinados, celebran los vecinos de este barrio de 3000 familias, distribuido entre Quilmes y Avellaneda. Tras dos semanas del aislamiento comunitario dispuesto por el gobierno bonaerense para enfrentar un brote de coronavirus,ayer comenzó un "aislamiento focalizado": los trabajadores esenciales, control sanitario mediante, podrán volver a entrar y salir de Villa Azul. La policía sigue rodeando todo el perímetro, pero ahora hay cuatro accesos habilitados: allí, en gazebos, personal de Defensa Civil rocía con desinfectante a todos los que pasan.Adentro, los vecinos intentan retomar algo de su vida habitual. Rosana González tiene 51 años y es asmática, por lo que está dentro del grupo de riesgo. Vive junto a sus hijos en el sector conocido como La Placita. Está contenta porque pronto se reencontrará con su hija, que quedó afuera cuando se determinó el aislamiento. "Todavía no vino, pero espero que llegue dentro de un rato", se ilusiona.
Una vecina de González tuvo coronavirus, pero ya se recuperó y prefiere no hablar del tema ni siquiera desde el interior de su casa: es uno de los 344 casos positivos hasta ahora detectados en el barrio. La mayoría fueron trasladados a un predio de la Universidad Nacional de Quilmes. Las 84 personas contagiadas que quedaron en Villa Azul, junto a otras 271 consideradas contactos estrechos, no podrán dejar sus hogares y seguirán dependiendo de la ayuda estatal. Son cifras confirmadas a LA NACION por fuentes del municipio dirigido por Mayra Mendoza.González dice que no tiene miedo de enfermarse y que en marzo empezó a tomar precauciones: "Pero ya estuve en contacto con tantas personas que vaya uno a saber". En los quince días que estuvo aislada recibió, del municipio y de distintas organizaciones, bolsones variados: elementos de limpieza, alimentos secos, dos veces verduras y dos veces pollo. Y todos los días medio kilo de pan. "Había que pelearla un poco, pero las cosas llegaban", explica.Cerca de La Placita está la cancha de césped sintético que los vecinos identifican como el epicentro del brote. Ahora solo hay una gran carpa blanca, vacía, custodiada por tres policías que no dan información: "No sabemos para qué se usa ahora".
"¿Cómo fue salir? Fue muy lindo, me alivió un montón", cuenta Diego Bordón y sonríe, mientras termina de estacionar su auto. Por primera vez en quince días este hombre de 42 años que vivió toda su vida en Villa Azul pudo ir a su trabajo en Coca-Cola. Pero al instante se enoja, cuando recuerda que hasta el aislamiento muchos usaban la canchita, ubicada justo frente a su casa, como punto de encuentro: "Esto no tendría que estar acá. Hacían ruido y lío y me molesta mucho tener que comerme el garrón por los demás. Vamos a pedir que la saquen".Para César Ríos, el problema en realidad es otro. "El virus no nació acá. Pero el pobre siempre está condenado a vivir pegado al otro. Nuestro patio es la calle", argumenta mientras guía a LA NACION por el laberinto de pasillos embarrados. Tiene 25 años y en las últimas semanas montó junto a un grupo de vecinos un merendero para 300 chicos. Cada tarde, casa por casa, reparten un vaso de leche.
"La mayoría de las familias trabajan en la informalidad y pasan dificultades", explica.Por eso teme que una vez pasado el tsunami del coronavirus Villa Azul siga igual de olvidada. "Cuando se vayan las cámaras, esto va a quedar en la nada", afirma justo antes de saltar una zanja que corre todo a lo largo de uno de los estrechos pasillos. Está repleta de un agua de color azul metálico, brillante, totalmente antinatural y entre medio de la espuma flota infinidad de basura. "Y eso que está limpio -dice Ríos-. Es peor a veces, con mucho olor".
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