La realidad golpea las puertitas del Sr. Fernández
Comprender las acciones y las narrativas del gobierno de Alberto Fernández, en particular, y del oficialismo, en general, no es tarea sencilla. Demasiado rápido aparecen contradicciones e inconsistencias (reales o aparentes), promesas de dudosa realización y objetivos de complicado alcance que el paso del tiempo va desflecando u obligando a adaptaciones y correcciones.
Desencriptar ese entramado fáctico-dialéctico es sencillo cuando se advierte que todo lo que el oficialismo hace o dice no se concibe en la misma dimensión (o universo). El albercristikirchnerismo es multidimensional en todo sentido. Sus diferentes versiones corren muchas veces en paralelo. Las últimas semanas ofrecen buenos ejemplos de la convivencia entre fastos progresistas, ensayos de ortodoxia económica y construcciones de liderazgo internacional en piedra caliza.
La combinación expone las tres dimensiones en las que discurren el Presidente, su gestión y la coalición gobernante: una es la realidad concreta; otra, el universo de las abstracciones (o los enunciados), y una tercera, de índole onírica.
El código para descifrarla hay que buscarlo en Las puertitas del Sr, López, aquel magistral cómic nacido a fines de 1979, en el que un oficinista gris y obediente padecía el despotismo de sus jefes y su esposa tanto como el maltrato de vecinos y compañeros de trabajo. Pero López lograba zafar de esa realidad. Al atravesar las puertas de cualquier baño ingresaba en un mundo en el que encontraba sus mayores placeres, aunque también terroríficas visiones. La alegoría de la opresión dictatorial que expresaba entonces no condenó a la historieta a límites temporales ni políticos. Es un clásico. Como puede verse.
La dura realidad que enfrenta Fernández es casi tan agobiante. La pandemia solo la agravó. A las restricciones económico-financieras del Tesoro, la recesión, la inflación (que toma envión), la pobreza creciente, el desempleo en alza y los salarios en reversa se les suma algún desajuste casi diario en la coalición gobernante, que lo obliga a recomponer relaciones, explicar iniciativas singulares y articular reencuentros, con no pocas sobreactuaciones. Sin contar arrestos epistolares (y de los otros) de su vicepresidenta, que lo dejan de cama (literalmente). Como la esposa al Sr. López.
Frente a esas desventuras aparecen los tres universos oficialistas. La realidad concreta que se traduce en medidas de ajuste. Como la sufrida por los jubilados que están por encima del haber mínimo, o los aumentos de tarifas, las nuevas cargas tributarias para los sectores productivos y el retraso de los salarios frente a la inflación.
La compensación la aporta la narrativa onírica: contabilidad creativa para el sector pasivo, aporte solidario de los que más tienen, comprensión de los sindicatos, soberanismo frente al Fondo Monetario Internacional (FMI) y ampliación de derechos (aborto).
La limitación de la dialéctica compensatoria radica en que solo encuentra eco en la tribuna propia y no cambia las percepciones de los afectados. O las empeora. Jubilados, clase media, productores agropecuarios, empresarios, inversores, acreedores y religiosos empiezan a acumular reclamos, dudas, incertidumbres y enojos. El regreso de las protestas y marchas al centro porteño lo confirma. A veces las paralelas se chocan.
En el universo de las ensoñaciones también se inscribe buena parte de la política exterior, donde se recitan gestas por un mundo distinto (y mejor) del existente. La autoría no hay que buscarla en la Cancillería, sino en la Presidencia. Radialidad es sinónimo de concentración.
El reciente viaje a Bolivia para acompañar a Evo Morales y asistir a la asunción presidencial de su candidato, Luis Arce, se convirtió en la última puertita del Sr. Fernández. La satisfacción de haber evacuado y refugiado a Morales tras el golpe cívico-policial y la gratificación por el triunfo de Arce alcanzaron el clímax con el vitoreo que le dedicaron los partidarios del MAS.
Allegados al Presidente dan testimonios de la carga energética que significó ese periplo. Tanto como para empezar a acunar el sueño de verlo convertido en el líder de la Patria Grande 4.0 o de la cuarta ola bolivariana. La construcción de una identidad en esa línea es un déficit que le achacaba a Fernández su amigo y sherpa entre la progresía continental y extracontinental, el chileno Marco Enríquez Ominami.
El bolivarianismo de cuarta generación es el sueño que MEO (como se lo conocen en su país) viene acuñando desde el Grupo de Puebla. Fernández es el primero de esa asociación de políticos en retiro activo que llega al poder. Una bisagra para la ola de derecha y centroderecha que había desplazado a los gobiernos de izquierda y centroizquierda (populistas o no) dominantes en la región durante los primeros tres lustros del siglo XXI.
Ahora los nuevos bolivarianos no son los líderes carismáticos y flamígeros de entonces. Los reemplazan políticos con pasado burocrático y desprovistos de aristas filosas, acordes con estos tiempos de escaseces varias y poco y nada para repartir. Fernández y Arce son casi un estereotipo de esta etapa, que tendrá en las elecciones de Ecuador el próximo escalón. Pero no están solos. Sobre ellos se proyecta siempre la sombra de las esfinges rectoras. Cristina Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa siguen ahí. Para lo bueno y lo malo.
La primera, sorpresiva y demorada reunión de Fernández con su par Luis Lacalle Pou, concretada ayer, en nada contradice aquellos planes. Por el contrario, debe verse como una continuidad, producto de la sensación de empoderamiento adquirida en Bolivia. En el mundo onírico los planos no son secuenciales, pueden superponerse y yuxtaponerse, sin que el que sueña advierta contradicciones.
Que el político uruguayo de centroderecha haya reemplazado a la izquierda del Frente Amplio tampoco altera el pronóstico de cambio climático regional con el que se ilusiona Fernández. El presidente argentino apuesta a que esa realidad facilite la convivencia (en su favor) y no altere sus sueños.
La ensoñación y la realidad concreta se complementan con la dimensión de las abstracciones o los enunciados. Los universos paralelos sirven para zanjar las contradicciones. El decálogo productivo que lanzó hace cuatro meses el ministro Matías Kulfas es un bueno ejemplo. Apuesta, entre otras cosas, al crecimiento de las exportaciones, la mejora de la productividad y la estabilidad macroeconómica. En los tres ítems hay políticas públicas que conspiran contra esos objetivos.
Lo mismo puede decirse respecto de los sectores sobre los que se pretende apalancar la recuperación: agroindustria, industria del conocimiento y energía. Las retenciones a las exportaciones, el impuesto a los grandes patrimonios, nueve meses sin política energética y una contrahecha ley de teletrabajo se ven como martillazos sobre la palanca.
También cabe inscribir en esta dimensión las declaraciones de propósitos sobre un rápido acuerdo con el FMI. El pliego de condiciones que fijaron los senadores oficialistas, bajo la inspiración de Cristina Kirchner, tiene todas las condiciones para operar como un retardador, según varios economistas y expertos en finanzas. Más después de que Fernández la refrendara. La paz interna cuesta cara.
La política no está exenta de esta realidad tridimensional del oficialismo. Así también se entienden los tironeos, por el gabinete, por el calendario electoral o por la distribución de obras y fondos. Nada que no tenga consecuencias sobre las cuentas públicas, las finanzas y la economía real.
En el círculo presidencial minimizan los efectos adversos de los conflictos y las contradicciones, tanto como las consecuencias de la existencia de universos paralelos. Los atribuyen a las características de una coalición de amplio espectro como es el Frente de Todos. El argumento es que Fernández sintetiza las singularidades.
La condición de equilibrista constante del Presidente obliga a revisar esa hipótesis. Los arrestos de autonomía suelen ser relativizados por el propio Fernández más temprano que tarde. Y a nadie se le escapa que sus recientes gestos de independentismo (relativo) fueron forzados por la vicepresidente con la carta en la que lo dejó como único responsable de la deriva del barco nacional.
En política los grandes ordenadores son los liderazgos y los éxitos económicos. Su ausencia siempre es fuente de desorden. Por eso, las puertitas del Sr. Fernández se golpean con la realidad.
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