La razón política domina a la economía
Contra todo lo prometido, esa lógica que se expande en la administración libertaria también puede anteponerse a la eficacia
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Uno de los rasgos, sobresalientes, si no el más sobresaliente, de Javier Milei es su originalidad (o excentricidad). Ese atributo resultó crucial para construir su vertiginosa carrera política tanto como para llegar a la Presidencia. Y sigue siendo clave para su sustentabilidad en el ejercicio del cargo máximo.
No hay contradicción que lo afecte ni paradoja que lo desperfile. La extravagancia, devenida cualidad, le permite al Presidente que llegó como el candidato que despreciaba la política y apalancado en su condición de economista, hacer que hoy predominen razones políticas sobre algunas lógicas económicas. Lo que sería una herejía puede convertirse en virtud. Por ahora, al menos.
La estabilidad de su elevada popularidad que muestran las encuestas encuentra la mayor explicación en la baja de inflación, que este mes podría tener un nuevo piso por debajo del cuatro por ciento, según algunos pronósticos confiables. Por eso, el Gobierno parece decidido a soportar, provocar o desestimar otros problemas a mediano y largo plazo para la economía con el objetivo de evitar que se agriete ese gran pilar, casi solitario, sobre el que se sustenta.
La postergación de la salida del cepo, el retraso cambiario (dólar oficial barato) y la aceptación tácita de una profundización y prolongación de la recesión deben verse a través de ese cristal. En eso coinciden la mayoría de los economistas “serios” a los que el Presidente descalifica. Y lo demuestran los encuestadores, a los que el Gobierno escucha o lee, al menos mientras sus números les resultan positivos.
“Hay una alineación entre la política de Caputo Junior [Santiago] y la economía de Caputo Senior [Luis]. Se alinearon todos en el objetivo de bajar la inflación, aún a costa de mantener el cepo, a costa de precios relativos y a costa de lo que sea. Acá es ‘bajemos la inflación, que es lo que nos da rédito’, y todo se redujo a eso”, señala Alejando Catterberg, director de Poliarquía.
“El gran logro de Milei es que se hable de la inflación, porque para toda la sociedad esa es una pelea que va ganando. En cambio, en los otros terrenos no hay unanimidad o hay críticas. Hasta para sus votantes hay resultados o señales negativos. Por ejemplo, los mileístas tienen opiniones dividas cuando se les pregunta sobre pobreza, empleo u otros tópicos, pero no sobre el descenso de los precios. Su gestión es medida, hasta ahora, por la batalla contra la inflación, aunque empiezan a asomar síntomas de fatiga por el desempleo, o los problemas de gestión e inclusive por la trasparencia”, señala otro reputado consultor, que prefiere el anonimato para no afectar la confidencialidad de un informe.
Ese segundo renglón de miradas críticas coincide con los componentes que provocaron una nueva caída en el último Índice de Confianza en el Gobierno, de la Universidad Torcuato Di Tella. Lo interesante en este caso como en otros sondeos es que los encuestados disocian a Milei de algunos aspectos criticados de la gestión o los atribuyen al historial argentino.
Por ejemplo, en grupos focales, en los que se habla de situaciones o efectos negativos, no se menciona explícitamente al Presidente y aparecen atenuantes, como “después de tanto años de desastre es inevitable que arreglarlo duela”, o “estamos complicados y no sabemos si vamos a estar mejor porque esto es la Argentina”. El crédito sigue abierto y las culpas son ajenas.
Los resultados en la batalla contra la inflación permiten de esa manera absolver las disonancias para permitir la convivencia pacífica entre el economista radical y el político original y hasta contradictorio, a los ojos de la sociedad.
El corto plazo es más importante de lo que es capaz de admitir en público cualquier oficialista. Para el Presidente más débil en todos los rubros de los últimos 20 años, la legitimidad de origen necesita la legitimación de ejercicio casi a diario. Con los precios lo viene consiguiendo, más que con la lucha contra la casta. Aunque en un futuro el precio a pagar, precisamente, pueda ser alto.
Los efectos en el mediano plazo de la prolongación del cepo cambiario, las dudas sobre la sustentabilidad del equilibrio fiscal o los cuestionamientos por la escasez de reservas, así como la recesión y la consecuente pérdida de empleos no están abiertas a la discusión públicas por parte de quienes controlan con mano de hierro y muchos recursos el relato mileísta. Quien ose instalar tales temas será desacreditado por todos los medios oficiales y paraoficiales y todo funcionario público está obligado a desestimar cualquier objeción en esos planos. Actos de fe.
La vertiginosa sucesión de medidas para corregir problemas que políticas previas hayan generado tiene, además de la virtud de evitar que se concreten daños que los agoreros han pronosticado, el mérito de prolongar la confianza. O, al menos, de mantener la duda de los escépticos y los críticos. Es lo que le sucede a los desorientados opositores. Dialoguistas o cerriles. Da igual.
Después de tantos años de agonía sin que se produjeran las catástrofes auguradas, parece razonable que la sociedad se vea impelida a renovarle el crédito a un gobierno que solo lleva siete meses de gestión. Más aún después de la tolerancia a la gestión anterior, a la que la prestidigitación constante de Sergio Massa le renovaba el oxígeno. Hasta el final. La varita y la galera ahora están en las manos de Caputo (El mayor).
Entre los economistas, la mayoría advierte en las últimas medidas cambiarias una decisión clara de prolongar por sobre todas las cosas tanto el sendero descendente de los precios como el cansino ritmo devaluatorio a la espera de ayuda externa.
En tal contexto, los hiperbólicos elogios de ayer del ministro de Economía la directora del FMI, Kristalina Georgieva, no necesitan explicación. Más después del rally de embestidas de Milei al staff del organismo, que no solo se centraron en su némesis Rodrigo Valdés, sino que también recayeron sobre la siempre sonriente economista búlgara.
Georgieva devolvió gentilezas al ministro apalancando la narrativa oficialista con el elogio a la política y el silencio sobre otros aspectos, como la sustentabilidad y las consecuencias del ajuste, que en otras ocasiones merecieron observaciones críticas. Sin embargo, para los exégetas de la comunicación del FMI el silencio no siempre es una señal favorable. Y la jefa del organismo siguió la línea hermética sobre otros tópicos que había adoptado la entidad en su último comunicado, lo que fue observado como un signo poco alentador por los conocedores.
La dolarización endógena de la que habló Caputo, al igual que el último documento del Banco Central sobre el sendero de salida del cepo se inscriben en esa lógica y concitan el cuestionamiento mayoritaria del colectivo de economistas respetados. La crítica nota del último número dos de Economía, Joaquín Cottani, publicada anteayer en LA NACION, marca la línea dominante con muchos argumentos. Al mismo tiempo deja en claro que su salida del Gobierno no fue motivada solo por razones personales. No hay lugar para la disidencia.
En coincidencia con Cottani un colega suyo al que escuchan tanto funcionarios como inversores señaló, tras conocerse el comunicado del BCRA, que “no agrega mucho y el gran problema de esta estrategia es que mira solo la demanda. Controla los pesos en circulación, pero no hay nada sobre la oferta de dólares que es la clave para estabilizar el mercado cambiario”. Y luego advirtió: “Están jugados a matar o morir con el 2% de devaluación mensual. El riesgo es que se les escape la brecha aun con la bicicleta de comprar en el oficial y vender en el Contado con Liquidación (CCL)”.
El párrafo final del artículo de Cottani es clave para entender la negativa de Milei y su equipo económico a cambiar de estrategia, a escucharlo y a mantenerlo en su equipo. “En resumen, hay sobradas razones para preferir la competencia de monedas a la dolarización endógena, como el modelo monetario a seguir en la Argentina. Si para implementarla hace falta interrumpir momentáneamente la reducción monotónica de la inflación, en buena hora. Los beneficios de mediano y largo plazo lo justifican con creces”, concluye el flamante exfuncionario.
La creciente influencia de Caputo (El menor) también se ve reflejada en este triunfo, al menos temporal, de la política sobre la economía. No son atendibles los beneficios de mediano y largo plazo a los que refiere Cottani si, precisamente implica “interrumpir momentáneamente la reducción monotónica de la inflación”.
Es ese casi el único sustento del capital político mileísta, junto a la deslegitimación mayoritaria de la que goza la mayoría absoluta de la dirigencia política. Y sobre eso también trabajan con eficacia (y muchas herramientas de toda naturaleza) Milei y Santiago Caputo, el mayor contratista del Estado, a juzgar por los recursos que maneja, sin estar sujeto a las restricciones que imperan para los funcionarios.
“Una estrategia exitosa de Milei es no regalarle el posicionamiento político a nadie. No construye un enemigo político único, salvo Cristina Kirchner, que le es funcional. Tanto es así que la expresidenta es vista como la principal opositora más por los mileístas que por el resto de los votantes, incluidos los kirchneristas”, señala Pablo Knopoff, director de Isonomía.
En otra de sus singularidades, Milei parece seguir así la lógica con la que se movía en los albores de su mandato Néstor Kirchner. “Yo no tengo nada personal contra la nación, es más, aunque no comparta su línea editorial, creo que hace buen periodismo. Pero necesito un enemigo y no le voy a dar ese lugar a nadie que pueda usarlo para juntar votos, como Lilita Carrió”, dijo alguna vez el expresidente en uno de esos off the record sorpresivos que daba cuando irrumpía en la oficina de su entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, mientras éste recibía a periodistas. Nada demasiado nuevo.
La reducción del kirchnerismo a la condición de minoría del pasado, junto al vacío de otros referentes políticos, parece explicar así con claridad que los periodistas críticos sean vituperados con tanta virulencia y más frecuencia que la que el Gobierno le dedica a algunos opositores.
Una estrategia de doble propósito: deslegitimar voces críticas, victimizarse y no construir rivales, sin reparar en recursos para hacerlo. La libertad de expresión y de prensa, la calidad institucional y el fair play democrático pueden esperar. Esa es la máxima. Mientras haya resultados que la opinión pública valore más que otros principios. Esa es la condición necesaria.
En ese sentido, vale la advertencia de un consultor de opinión pública que en el oficialismo escuchan. “Milei tiene aire de la sociedad y jugar a ser visto como un presidente débil lo fortalece, antes que ser visto como poderoso. La gente siempre elige a David frente a Goliat. Claro que mientras David mantenga la ilusión de que tiene alguna chance de ganar”. Mostrarse como contrapoder mientras se acumula poder es también una lección kirchnerista.
En tal contexto, asoman otras alarmas. El empleo y la inseguridad siguen creciendo entre las preocupaciones sociales. Lo mismo que los déficits de gestión para los actores económicos, cada vez más impacientes por falta de respuestas.
En ese plano, el férreo disciplinamiento interno que impone el cada vez más cerrado triángulo de poder de los hermanos Milei y Caputo (el asesor) parecen estar operando de garante del verticalismo y la narrativa tanto como de limitador de la acción de distintas áreas de Gobierno, que en algunos casos llega a la parálisis. El temor al destierro y el escarnio gana terreno.
La lógica política parece imponerse no solo sobre razones económicas. También puede llegar a anteponerse a la eficacia. Contra todo lo prometido.