La quinta de Don Torcuato: de la prisión vip de Carlos Menem a depósito de autos y abandono
"El 7 de junio de 2001 escuché helicópteros y sentí que algo iba a pasar. Prendí la televisión y vi que Carlos Menem venía para acá. Ahí empezó un año entero de calvario porque al otro día se instaló una caravana de casas rodantes de simpatizantes para hacerle el aguante. No había baños químicos, era un chiquero y nos amenazaban", recuerda Segundo Santillán, que vive frente a la famosa quinta de Armando Gostanián donde el expresidente Carlos Saúl Menem pasó 167 días en prisión preventiva.
Durante más de cinco meses, Menem cumplió arresto domiciliario por la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia en la casa de Don Torcuato que le cedió Gostanián, su amigo empresario y expresidente de la Casa de la Moneda. Logró el beneficio porque ya había cumplido 70 años.
De aquel esplendor quedó poco: casi la totalidad del edificio se demolió y una concesionaria de la zona usa el predio de 6000 metros cuadrados como depósito de autos.
En Rafael Obligado 1450, a pasos de la ruta provincial 202, suena el timbre, pero nadie atiende. El césped del lado par de la vereda no se corta hace tiempo, en la dirección con número impar está recién podado. El barrio no tiene movimiento. Los vecinos aseguran ver con frecuencia a un casero que barre en la puerta y vive en la única parte de la casa que aún no fue demolida, a menos de 100 metros del portón de ingreso. La obra de demolición fue registrada, según el cartel del municipio de Tigre que cuelga en la entrada, el 3 de enero de 2019.
Cuando pasabas por la 202 lo veías, a veces estaba ahí arriba del balcón del edificio que era como un castillo
Las plantas trepan por el perímetro enrejado y se multiplican adentro sin patrón. El portón oxidado está cubierto por una lona verde desflecada. Si el objetivo es que no se vea el terreno que ocupa más de media manzana, no se cumple. A través de las rejas descascaradas se ven decenas de autos Fiat de la concesionaria Venezia, ubicada a una cuadra. Los vendedores del local explicaron a LA NACION que hace poco más de seis meses utilizan ese terreno como depósito de autos nuevos y usados, porque ya no hay más lugar en el negocio.
Los vehículos parecen haber tomado la quinta como la vegetación. Se ve media centena de autos, camionetas y vehículos utilitarios. Entre ellos hay escombros de las obras de demolición y las ruedas se tapan por los yuyos crecidos.
"¿Cuánto hace de esto?", pregunta Teresita, quien supo ser vecina de Menem y vio de cerca a quienes ingresaban de visita a la quinta de Gostanián. Abre la puerta de su casa, que linda con el predio, mientras hace memoria: "Era muy grande y antigua, parecía un castillo. Tenía pileta y quincho. Es una pena que la hayan demolido. Él tomaba el té en el jardín que da al mío. Mis hijos espiaban, pero yo no miraba mucho porque no me interesaba". Su hija Cecilia, en cambio, asegura haberlo visto "sentado en la mesa de afuera, una mañana".
Era difícil encontrarlo afuera de la casa porque se escondía de la prensa. Los residentes comentan que desde las alturas de la torre de la quinta había más posibilidades. "Cuando pasabas por la 202 lo veías, a veces estaba ahí arriba del balcón del edificio que era como un castillo", sostiene Elio Fiore, que vive en Don Torcuato hace 50 años.
Al lado del lote de Fiore está el de Santillán, quien anticipa que no le tiene aprecio al expresidente. "Me acuerdo que el día del niño pusieron un trailer y un escenario con un espectáculo. Entregaban juguetes: el peronismo en su máxima presencia. Fuimos para allá a ver qué pasaba. Teníamos acceso al escenario porque la calle estaba cortada del lado de la ruta. Un amigo se subió por atrás cuando salió Cecilia Bolocco y la saludó", recuerda.
Sin embargo, el paso de Menem dejó mucho malestar. "El grupo de militantes, ‘el aguante’, revolucionó el barrio. Te daba miedo pasar por ahí porque habían tomado la calle. Mi esposa vivía en la casa de al lado y una vez me robaron la rueda de auxilio. Miraban de forma desafiante a los vecinos. Yo nunca lo voté y acá tampoco es querido", dice José María Astarloa, marido de Cecilia.
"Fue difícil, una verdadera tortura por la gente que venía. Nos amenazaban los que acampaban. Les tenían resentimiento a los vecinos. Había gente que vendía choripanes también. Toda la cuadra se llenaba, de día y de noche, de estas personas que acampaban y nos amedrentaban. A veces no se podía salir de la casa. A mi marido no lo dejaban pasar con la camioneta", señala Teresita.
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