La presión de Cristina, la claudicación de Alberto y la derrota de los racionalistas
Despuntaba febrero y la quinta de Olivos se transformó en el decorado para una reunión inusual. Alberto Fernández recibió a Cristina Kirchner, Axel Kicillof, Máximo Kirchner y Wado de Pedro. Para algunos, una cumbre kirchnerista con el Presidente. Para los que buscaron bajarle el tono, un encuentro “casual”. El objetivo era definir prioridades frente al año electoral. A esa mesa examinadora fue citado también Martín Guzmán, después de que convencieran al Presidente de que era importante que el ministro brindara algunas explicaciones.
Sobre todo cómo pensaba acompañar las necesidades políticas de la coalición. Kicillof objetó frontalmente aspectos centrales de la concepción económica de Guzmán, en particular su intención de actualizar tarifas al ritmo de la inflación y de aferrarse al orden fiscal para cerrar un acuerdo con el FMI, un cóctel con sabor a ajuste, según su visión.
El gobernador bonaerense está convencido de que el mundo atraviesa una situación tan excepcional que se requieren medidas inéditas. Basado en los incentivos al consumo que impulsa Joe Biden en Estados Unidos y el paquete de estímulo que Angela Merkel habilitó en la Unión Europea, propone una batería de medidas de ayuda estatal para un 2021 de transición, de modo que el descongelamiento pospandemia no aniquile los tenues síntomas de actividad. El planteo fue interpretado por Guzmán como un cuestionamiento directo, especialmente porque percibió una pasividad de Alberto Fernández frente a la ofensiva del gobernador que lo dejó preocupado. Sintió entonces la necesidad de hablar a solas con Cristina, para testear dónde estaba parado.
Aprendió mucho de política en este año y ya sabe que en contra de la vicepresidenta no podrá avanzar. Por eso viajó en secreto a El Calafate el fin de semana del 6 y 7 de febrero y allí tuvo una charla franca con ella. El tema tarifas fue el más divisivo. Cristina no está dispuesta de ningún modo a que la suba alcance los dos dígitos; Guzmán piensa que es suicida postergar todo el aumento para después de las elecciones. Consumieron cuatro horas en torno de esta discusión. La relación entre ellos es más ríspida que al inicio. De fondo colisionan dos miradas macroeconómicas: ella sigue reivindicando la administración del Kicillof de 2015; él está convencido de que no fue una gestión exitosa y se sorprende cada vez que la vicepresidenta la resalta, como en La Plata a fin de año o el último jueves en su alegato judicial.
Desde entonces, Guzmán ha quedado afectado, porque si bien exhibe una enorme voluntad pedagógica para explicar su hoja de ruta ante la crisis, se da cuenta de que internamente lo consideran demasiado ortodoxo, una paradoja ingrata para un discípulo de Joseph Stiglitz, que logró notoriedad como un heterodoxo aceptado por la academia. Según retratan en su entorno, “percibe que hay demasiadas presiones internas para ceder a las necesidades políticas, pero él cree que hay que conservar un mínimo orden fiscal y acordar con el FMI. Se siente condicionado por Alberto y Cristina”. En una cena el viernes pasado también Massa le reclamó (como viene haciendo también con Matías Kulfas) más efectividad para evitar la suba de precios. Guzmán se piensa como el ministro de un país en crisis; los demás le piden que sea el ministro del triunfo electoral.
En una reunión reciente su equipo se sorprendió cuando al referirse a un planteo económico que le habían hecho Guzmán dijo que era “una pelotudez”, un exabrupto para un funcionario que jamás se corre del tono académico. Más allá de que la expresión “pelotudo” fue exculpada y eliminada del diccionario de malas palabras por el inefable Roberto Fontanarrosa, para muchos expuso las presiones de un ministro que intuye estar bajo observación. Por eso la Secretaría de Energía, que depende de él, se plantó contra el Enargas y el ENRE, manejados por el kirchnerismo, para difundir que sostenía su intención de un ajuste tarifario del 29%.
También dejó trascender su incomodidad tras el anuncio de Fernández de que iniciará una querella contra el macrismo y el FMI por la deuda impaga, una medida que sin duda afectará sus complejas negociaciones con ese organismo. Ya le había caído pésimo que lo expusieran con las vacunas vip (asegura que consultó con Carla Vizzotti y que la ministra le dijo que debía inocularse). Demasiados disgustos juntos.
Algunos aseguran que como represalia repitió varias veces en público una máxima que contradice el manual kirchnerista: que la inflación es consecuencia, primero, de los desajustes macroeconómicos y, recién en segundo lugar, de los abusos de los privados. Esta semana volvió a discutir de estos temas en una reunión con la CTA, donde Hugo Yasky insistió sobre las tarifas ante la resistencia del ministro. El principal funcionario del Gobierno se siente asediado y solitario en su propuesta, y lo que está en juego es el rumbo económico y un eventual regreso a las dinámicas de 2015.
Quizás por eso el tramo económico del discurso de Alberto Fernández en la Asamblea haya sido sorprendentemente pobre. Exhibió una ausencia de horizonte que es consecuencia de esta indefinición interna. Como si en el segundo año de gestión, ya no tuviera mucho más para ofrecer, a pesar de la enorme crisis. Un agotamiento precoz de viejas recetas que dejaron al sector empresario con la sensación de que el año está jugado. Solo se trata de una apuesta a cierto rebote pospandemia y a que la sociedad perciba un alivio lisérgico en el bolsillo, mientras todas las variables (tarifas, dólar, importaciones) se mantienen contenidas a presión. En el Gobierno sostienen que así pueden ganar las elecciones. Los reformistas deberán esperar.
La crisis judicial
La inmaterialidad del mensaje económico del Presidente contrastó con la pirotecnia judicial, el corazón de su mensaje. Un tono confrontativo y cinco proyectos de alto calibre expusieron la necesidad de congraciarse con el ala intransigente del Frente de Todos. “No solo lo hizo para sintonizar con las demandas de Cristina que son imposible de cumplir, sino también para instalar una agenda de polarización en el año electoral. Ahora tenemos que consolidar el núcleo duro; cuando avance la campaña apuntaremos a los votantes blandos con la vacunación y con plata”, reseña uno de los referentes del oficialismo.
Quizás es una explicación demasiado pulcra si se considera el desorden que imperó después y las consecuencias que arrastró. La aún ministra Marcela Losardo asegura que no conocía el contenido de las propuestas y Sergio Massa quedó en hablar hoy con el Presidente para ver “de qué se tratan” (en la Casa Rosada dicen que deberían ser propuestas elaboradas desde el Legislativo). Nadie puede precisar si Fernández tenía en mente crear una comisión de control judicial cuando habló de “control cruzado” del Congreso. Curiosamente tampoco lo pudo explicar Oscar Parrilli, quien fue el que salió a darle forma a la idea y después la relativizó.
Tras más de 24 horas de versiones y desconcierto, Losardo, en sintonía con Fernández, salió a poner racionalidad en la discusión y dijo que nunca una bicameral legislativa podría sancionar jueces. Ahí su suerte quedó sellada para siempre. A Parrilli le cayó pésimo tanta legalidad y en el Instituto Patria la ametrallaron por su “tibieza”. Cuando al día siguiente Cristina Kirchner declaró en la causa dólar futuro y planteó que los jueces son una “aristocracia” que se dedica a condicionar a los políticos elegidos por el pueblo y a manipular ánimos electorales (interpretado en Comodoro Py como un grito de impotencia), Losardo entendió que se había quedado sin margen. El viernes a la noche transmitió hacia adentro un mensaje inequívoco: “Soy un soldado de Alberto y voy a hacer lo que me diga, pero no voy a hacer cosas que me impongan y que no me salen. Por ahí ahora necesitan otra cosa”. Ayer se refugió en el silencio con la certeza de que su suerte está echada. Charló por teléfono varias veces con el Presidente en la semana, pero solo tuvo una conversación extensa en Olivos, donde percibió que algo había cambiado. Un dato confirma esa percepción: se excusó de concurrir a un evento al que la habían invitado para la semana que se inicia con el argumento de que para entonces ya no sería más ministra. En el entorno de Fernández reconocen que la decisión está tomada y que solo resta ver cuándo se oficializa. Losardo cumplía últimamente un rol de tapón que evitaba el desembarco de un kirchnerista duro en la cartera, una señal del esfuerzo de Fernández por guardar las apariencias. Pero Alberto debió capitular otra vez. El Instituto Patria ejecuta la marcha de la ofensiva.
La derrota de los racionalistas
Con el ministro de Economía condicionado y la ministra de Justicia en el cadalso, la línea racionalista se encuentra en franco retroceso dentro del Gobierno. Son las dos áreas claves que Alberto Fernández se había comprometido a renovar y hoy se encuentran bajo asedio. Por eso también el Presidente se desgasta con ellos. Una encuesta que circuló esta semana por la Casa Rosada de Ricardo Rouvier, un consultor cercano al peronismo, da cuenta de una caída reciente de 6 puntos de su imagen, especialmente por el vacunatorio vip. También Analogías, que hace trabajos para La Cámpora, detectó un retroceso en la imagen presidencial de 5 puntos (aunque en su último informe tuvo una leve recuperación) y también un mayor pesimismo respecto del futuro económico. Este retroceso es el que estaría forzando al Presidente a replegarse sobre el núcleo duro que administra el kirchnerismo.
Un importante asesor del oficialismo abona la tesis de que el vacunatorio vip impactó tan decisivamente que obligó a cambiar la estrategia del Frente de Todos. Hasta entonces, se trabajaba sobre la base de que había que regresar al espíritu moderado y de centro que encarnó el Alberto candidato de 2019, y por eso se habilitaron las mesas de diálogo con empresarios y gremialistas y el Consejo Económico y Social. Pero tras la polémica el Presidente se vio forzado a contraatacar y embestir contra la Justicia, la oposición y los medios de comunicación. Es decir, volver a un discurso modelado en la Cristina del último tramo de su Unidad Ciudadana de 2017. La detonación de todos los puentes con Juntos por el Cambio (solo en la última semana presentaron tres denuncias contra el macrismo) es otra razón para descreer de que pueda haber alguna reforma consensuada. Otra vez, el año está perdido.
La oposición también sintió los impactos del desconcierto. El macrismo duro, con Patricia Bullrich al frente, impulsó una marcha el sábado pasado que fue apenas discreta. Hubo exceso de entusiasmo por capitalizar el vacunatorio vip y la gente no respondió como esperaban. Una falla en el sensor social. Algo similar le ocurrió al moderado Horacio Rodríguez Larreta, quien viajó en secreto unos días a Buzios para descansar con su familia y terminó dando explicaciones por Zoom en la apertura de sesiones legislativas. Un insólito traspié para un político programado para no errar, que sorprendió hasta a su propio entorno. Hay evidencias de que el jefe de gobierno porteño exhibe síntomas de las turbulencias. Mientras tanto, la UCR se encuentra abocada a una definición de liderazgos internos con un Martín Lousteau que ya se mueve con perfil nacional.
En el medio, agazapada, una sociedad desconcertada percibe un abismo de distancia con la dirigencia política en su conjunto. Es el resultado de la acumulación de frustraciones en un lapso breve de tiempo. En cinco años experimentó el hartazgo del largo reinado kirchnerista, la frustración con el macrismo y ahora la desilusión con el albertismo que no fue. Sumado a la pandemia. Alejandro Catterberg sostiene que “hay una estructura social de minorías intensas, que son cada vez más minorías y más intensas. Pero en el medio hay una mayoría, que es la que define las elecciones, que está muy golpeada, apática e insatisfecha, para la cual la política es una mala palabra, y se siente abrumada por los extremos radicalizados”. En un trabajo que hizo con Poliarquía para evaluar el primer año de gestión de Fernández, les pidió a los encuestados que describieran su estado de ánimo para 2021 y las palabras más mencionadas fueron “desesperanzado”, “decepcionado”, “incertidumbre”, “resignado”, “preocupado” y “deprimido”; casi un diccionario de sinónimos. El oficialismo parece no haber tomado nota. La oposición parece haber hecho una interpretación superficial.
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