La pregunta sin respuesta que complica a la oposición
Todos saben por qué están en Juntos por el Cambio, pero cuando avizoran el futuro aparecen las diferencias de objetivos, de diagnósticos y de pronósticos
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Fue un paso importante. No suficiente ni definitivo. La reafirmación de la pertenencia de la Unión Cívica Radical (UCR) a Juntos por el Cambio (JxC) mantiene la integración de la coalición, pero no suelda ninguna fisura. Y tampoco da respuesta a la pregunta que desvela a los principales dirigentes y referentes de los espacios que la componen: ¿para qué estar juntos?
Todos saben por qué están en JxC, qué los llevó a integrar la alianza y las razones por las que han permanecido juntos siete años. No es poco. Pero cuando miran hacia el momento en que fueron gobierno y, sobre todo, cuando avizoran el futuro, aparecen las diferencias de objetivos, de diagnósticos y de pronósticos que abren dudas y amenazan con bifurcar los caminos. Nada está superado ni resuelto. El acto radical de La Plata fue un respiro en medio de tanta agitación interna. Pero, también, significó un punto de partida, desde el que caben esperar nuevos sobresaltos.
La revitalización con la que se exhiben y se autoperciben los radicales no está destinada a mantener ningún statu quo, sino a seguir desafiándolo, más aún cuando a su despliegue territorial le sumaron un precandidato a presidente capaz de trascender fronteras partidarias y, especialmente, de Juntos por el Cambio. El principal desafiado es el macrismo, también en plena reconfiguración de formas, ideas, proyectos y liderazgos. Un escarpado camino les espera a todos hasta encontrar un nuevo punto de coincidencias. Si lo encuentran.
Demasiadas cosas han cambiado. La decisión de ponerle freno al “vamos por todo” kirchnerista con la conformación, en marzo de 2015, de una fuerza política detrás de un candidato presidencial en condiciones de concretarlo explica la razón de ser de aquel Cambiemos, con el liderazgo dominante de Pro y de su dueño, Mauricio Macri. Pero pasaron cosas (demasiadas) y ese contexto mutó. Ya no existe desde hace mucho.
Es más, en el radicalismo dicen ahora que no existe lo que los unió al principio desde el momento en que se configuró el gobierno surgido de las elecciones de 2015, que cristalizó al entonces Cambiemos como una alianza electoral-parlamentaria y no como coalición de gobierno.
Eso es lo que los radicales se niegan no ya a repetir, sino que se proponen anticiparse para evitar cualquier circunstancia que facilite su restauración. La sospecha tiene así más valor que la evidencia y la prevención, más peso que la constatación para los dos sectores mayoritarios en disputa por el liderazgo y por la consagración de un candidato presidencial.
El proceso de fractura que atraviesa el Frente de Todos ofrece las formas de un cristal astillado en el que ya no se espeja ni se puede explicar JxC. No alcanza con la alteridad como argamasa ni como constructor de identidad para el presente y mucho menos basta para pensar y diseñar el futuro. Lo que se ve hoy de la coalición opositora es la proyección de una imagen del pasado, que no puede disimular los contornos de una figura en proceso de transformación.
El impacto de un fin de ciclo
El fin de un ciclo político del que tanto se habla, y al que la figura opositora estelar de estos días Facundo Manes se aferra y potencia para apalancar su proyecto político, opera sobre los cambiemitas con un efecto de doble presión a la hora de (re)definir la propia identidad.
El diagnóstico sobre ese final de era no se limita a un agotamiento del proyecto hegemónico kirchnerista que signó las últimas dos décadas, aunque ese punto resulta nodal en cualquier discusión y planificación de la acción política. La coincidencia sobre la agonía que transita el kirchnerismo no implica consenso entre los opositores respecto de la duración del proceso y su eventual colapso ni sobre la capacidad que aún puedan tener Cristina Kirchner y los suyos de reinvención. O de daño.
La declinación del espacio político surgido en 2003 no solo está vinculada al rechazo que puedan suscitar sus figuras más emblemáticas, sino que también expresaría una crisis de los paradigmas, soluciones y premisas que dominaron en este período y que es más profunda. De naturaleza política, económica y social. De allí que las discusiones que atraviesan a la oposición resulten más complejas de resolver. Cada uno de los sectores en pugna tiene un diagnóstico diferente sobre la profundidad de esa crisis y hasta dónde cala en la sociedad la necesidad de una ruptura o de una reforma superadora. Romper o curar es la cuestión.
El modelo bipolar, definido por las especulares antinomias kirchnerismo-antikirchnerismo, macrismo-antimacrismo, no resuelve ni sirve para explicar ya casi nada, pero sigue tensionando, ordenando y desordenando en el interior de las dos coaliciones políticas. Una cosa es el ocaso de un proceso y otra muy distinta su final. Entre uno y otro media siempre una distancia de tiempo y de poder. Más aún cuando es el adversario el que está en ejercicio del gobierno, con el costo que implica (es cierto), pero con los beneficios que reporta tener el manejo de importantes recursos institucionales y económicos para influir sobre la realidad. Tanto como para que algunos analistas y dirigentes políticos conjeturen sobre un posible enfrentamiento electoral protagonizado por Cristina Kirchner y Macri, aunque suene improbable.
Los elementos objetivos de la crisis están sometidos a la subjetividad de las interpretaciones y, sobre todo, de las ambiciones personales de los principales actores. Allí encuentra arraigo y complejidad la pregunta de para qué están juntos los cambiemitas y con quiénes quieren, pueden o deberían juntarse, con quiénes negociar y con quiénes no, a quiénes interpelar y convocar. Cada uno tiene una respuesta distinta para cada uno de esos interrogantes.
Esas preguntas abren nuevos interrogantes cuando se plantean las tres dimensiones sobre las que operan: el rol de oposición, la construcción de un proyecto electoral con potencial de éxito y la generación de las condiciones para un eventual gobierno, capaz de concretar proyectos y evitar una frustración. Como la que terminó encarnando la presidencia de Macri, que le prolongó la vida al kirchnerismo y lo devolvió (maquillado) al poder. Ante esos escenarios es que se bifurcan casi con claridad dos caminos. Por un lado, el que representan Mauricio Macri y Patricia Bullrich, o el ala de los halcones, para quienes el presente está configurando una deriva inexorable hacia la derecha liberal en términos políticos, sociales y económicos.
Para estos, no solo el populismo está en fase terminal, sino que tampoco hay espacio para alguna variante de tipo socialdemócrata. En la terminología de 2015, entre shock y gradualismo, shock sin vueltas.
Tampoco hay lugar en este espacio para el peronismo, salvo la variante republicano-liberal (casi un oxímoron) que tiene más presencia mediática que votos probables. Los dirigentes anarcolibertarios y su electorado son los destinatarios de sus esfuerzos y sus mensajes. Por convicción y conveniencia tanto electoral como respecto de la orientación de una eventual administración.
El temor a los votos que Milei-Espert les puedan quitar a los halcones oficia para ellos como un motor tanto como funciona a modo de amenaza para sus rivales internos. Así, algunos instalan la posibilidad de que si al final del camino Macri no está en condiciones de ser candidato y termina apoyando a Horacio Rodríguez Larreta, Bullrich arme una alianza por fuera con los anarcolibertarios.
La presidenta de Pro niega esa posibilidad, pero algunos de sus allegados son menos taxativos ante el temor de que una vez más el expresidente incline su dedo hacia el alcalde. Lo cierto es que la forma en la que se definirá la precandidatura presidencial de Pro es una de las mayores incógnitas que pesan sobre la coalición opositora. Las encuestas hoy no son un instrumento que permita resolver el dilema.
Por otro lado, la vertiente de Pro que tiene a Larreta como referencia y proyecto encuentra algunos puntos sustanciales de coincidencia con el radicalismo oficial, representado por Manes y Gerardo Morales. Entre ambos espacios hay variantes y matices diferenciales muy definidos, pero coinciden en la necesidad de ampliar su base de sustentación hacia una nueva transversalidad que incluya al peronismo no kirchnerista. Los tiempos y los objetivos marcan la diferencia entre unos y otros.
Los perocambiemitas
Los radicales, con los hermanos Manes al frente, quieren sumar desde ahora a esos peronistas, en una construcción electoral que les permita competir con éxito con el aparato de Pro en las PASO.
Concluida la convención partidaria, en la que fue consagrado presidente Gastón Manes, se empezará a ver a Facundo desplegar las alas en busca de ese electorado y sus dirigentes. El neurólogo se entusiasma con los atisbos de armado nacional que expresan dirigentes de ese sector, como el cordobés Juan Schiaretti, el salteño Juan Manuel Urtubey y los bonaerenses Florencio Randazzo y Diego Bossio. Se imagina la construcción y representación de un espacio de centro popular, con perfiles socialdemócratas, si ese artefacto es posible de imaginar en la Argentina de hoy.
Con varios de ellos ya ha mantenido conversaciones, pero lejos están aún de algún tipo de convergencia. De hecho, no hay siquiera versiones unívocas sobre esas charlas. Es el caso de lo ocurrido en el encuentro con Schiaretti. Allegados al gobernador dicen que el neurólogo llegó a ofrecerse como candidato a vicepresidente en una eventual fórmula conjunta. Los Manes lo niegan de plano y refuerzan tanto su aspiración presidencial como su pertenencia a JxC, sin intención alguna de ruptura para armar una alianza alternativa. Aunque demandan una ampliación de la actual coalición y no con lo que representan Javier Milei y los suyos, como sondea el macri-bullrichismo.
Larreta, en tanto, se mantiene firme en la construcción de su candidatura para disputar unas PASO dentro de JxC con la actual conformación y en la pavimentación (su especialidad) de una eventual concertación poselectoral con el peronismo para darle sustentabilidad a un eventual gobierno suyo, de cuyas características no da precisiones.
Por ahora, la alianza sigue siendo así una herramienta para transitar el camino fuera del poder y mantener las aspiraciones de sus integrantes, aunque cada día exija un nuevo esfuerzo sostener su solidez.
En el rol de opositores aparecen a diario diferencias internas a la hora de votar en el Congreso o en legislaturas provinciales proyectos del oficialismo, conflictos que se potencian con la construcción de candidaturas para las elecciones de 2013.
El para qué estar juntos sigue siendo una pregunta abierta para la que los dirigentes cambiemitas todavía no tienen respuestas. Para sí ni para muchos electores.
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