La política, frente a la hora de la verdad y sin ninguna certeza
La confirmación del acuerdo entre el Gobierno y el FMI abre un nuevo escenario; aunque el Gobierno se enredó con el proyecto; y la oposición cambiemita no quiere dar un cheque en blanco
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La política se enfrenta a la hora de la verdad. Oficialistas y opositores están obligados a mostrar sus cartas. A definir posiciones y a gerenciar sus profundas fisuras internas. Un desafío inmenso para el Gobierno, que terminó lanzándose a un escenario complejo sin ninguna certeza. También para la dirigencia de las dos coaliciones mayoritarias.
La tan esperada como demorada presentación del acuerdo con el FMI despejó inicialmente muy pocas dudas. No solo sobre su viabilidad y sus consecuencias, de las que tanto ya se ha hablado y que la difusión de la letra chica no cambia demasiado o solo confirma críticas visiones. Hay que seguir esperando.
En las primeras horas posteriores al anuncio se profundizó la incertidumbre y se ahondó la perplejidad. Ya no sobre el contenido del entendimiento, sino sobre cómo se logrará aprobar y qué soporte político tendrá si es que logra la aprobación parlamentaria, como se espera que ocurra, a pesar de todo lo que el propio Gobierno involuntariamente lo boicotea.
El primer propósito de la Casa Rosada ni siquiera pudo cumplirse. Falló la pretensión de poner de inmediato el juego en el terreno del Congreso para desviar las miradas, trasladar las discusiones, compartir responsabilidades y, sobre todo, enredar a la oposición. En una cancha tan embarrada casi nadie tenía claro a qué jugar con esa pelota deforme. Ahora menos. Y a lo que casi nadie está dispuesto en el Parlamento, menos los cambiemitas, es a aceptar sin beneficio de inventario un cuerpo blindado que para ellos se parece en mucho a una bomba de tiempo y fragmentación.
Lo grafica todo la extendida indefinición sobre el texto final del proyecto de ley que deberá discutirse inicialmente en la Cámara de Diputados. El primer borrador que llegó a manos de los diputados no pasó el filtro inicial. Transcurridas más de ocho horas después de anunciado el acuerdo seguían trabajando en el texto de la norma, la secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra, y el ministro de Economía, Martín Guzmán. Una tarea de alta complejidad para las manos y las mentes jurídica y económica de Fernández.
A pesar de las muchas divergencias internas, el único artículo de fondo que contenía inicialmente la iniciativa fue interpretado unánimemente como una trampa mortal por la dirigencia de Juntos por el Cambio. La redacción del proyecto obligaba a votar tanto el refinanciamiento de la deuda como el plan acordado para hacerlo. Alberto Fernández había explicitado 48 horas antes, frente a la Asamblea Legislativa, que pretendía hacer corresponsable a la oposición. Sinceridad brutal. El que avisa no traiciona, pero no necesariamente consigue sus objetivos.
En lugar de seguir cavando en las fisuras de la oposición, el Gobierno logró soldar demasiado rápido, aunque circunstancialmente, el complicado frente interno, que había quedado más agrietado a partir del retiro de los legisladores del PRO de la Asamblea Legislativa. Los errores no forzados sostienen el empate. Como si nadie quisiera, pudiera o supiera ganar. Mientras los problemas se agravan.
No al cheque en blanco
“Una cosa es ayudarlos a evitar el default y otra cosa es que pretendan que les firmemos un cheque en blanco sobre un plan que, en el mejor de los casos, le traslada todos los problemas al próximo gobierno sin asumir ahora ningún costo y que, en el peor de los casos, puede provocar un desastre anticipado”, bramó uno de los referentes más duros de la oposición. La tosquedad del procedimiento fue de tal magnitud que esta vez el “halcón” no encontró palomas que lo contradijeran en su espacio. Por ahora.
En el Gobierno se anoticiaron rápido también de que no era solo en la oposición donde había resistencia a aceptar una redacción que implicaba votar a libro cerrado y sin margen de discusión ni de diferenciación respecto de todo lo que conlleva el acuerdo. Demasiado para seguir arriesgando, habiéndose lanzado ya a una aventura sin certezas sobre el respaldo con el que cuenta para llevarla a cabo. Se impuso el freno de mano.
El rechazo que genera el acuerdo entre los propios, explicitado por el cada vez más abdicante Máximo Kirchner, y reafirmado por La Cámpora con un sugestivo tuit abre demasiadas incógnitas sobre la suerte del proyecto de ley si no se le abre alguna puerta a los menos reactivos, tanto del Frente de Todos, como de Juntos por el Cambio. No está en condiciones el Gobierno de Fernández de pretender sumar adherentes a los panzazos. Volumen no equivale a fuerza.
Si la responsabilidad del gobierno de Macri en el endeudamiento ya no es una herramienta suficiente para lograr arrastrar a la oposición o fracturarla en provecho propio, tampoco lo es para sumar a La Cámpora y el kirchnerismo más radicalizado en apoyo del acuerdo por el solo hecho de ser parte del Frente de Todos. Las huestes del ahora ausente hijo bipresidencial siempre se han caracterizado por su propensión a gozar de las prerrogativas de integrar el Estado así como por su rechazo a pagar los costos de ser gobierno. Los herederos son así.
La suma de desprolijidades e inconvenientes que rodeó a la publicación del acuerdo y su elevación al Congreso no muestra solo las dificultades endógenas y exógenas que ya arrastraba la Casa Rosada desde el comienzo de las negociaciones con el FMI, en los albores de la gestión de Fernández. Fuentes parlamentarias al tanto de lo ocurrid afirman que también se debió a que la presentación prácticamente fue forzada por Sergio Massa para evitar nuevas dilaciones que pudieran complicar aún más el trámite legislativo.
El hecho de que el presidente de la Cámara de Diputados convocara a los presidentes de los bloques a una reunión para acordar la agenda de tratamiento sin contar siquiera con el proyecto final ni los detalles del entendimiento avala la versión respecto de que se trató de un acto de presión para que el Poder Ejecutivo no siguiera dilatando la presentación. El arraigado culto de la procrastinación le da verosimilitud.
Los fallidos de este primer acto profundizaron la incertidumbre tanto como congelaron provisionalmente las discusiones y dilataron las definiciones sobre el fondo de la cuestión en el oficialismo y en la oposición. El eje cambiemita ganó tiempo. El debate sobre cómo votar quedó postergado a la espera de la redacción final del proyecto de ley. La postura mayoritaria espera que les dé margen para aprobar el refinanciamiento sin tener que votar el plan acordado con el FMI.
Es absoluta la coincidencia sobre la inconsistencia del acuerdo así como la certeza compartida de que no resuelve los problemas estructurales. Para algunos los patea para adelante. Para los más duros, los agrava.
No solo los economistas cambiemitas ven aspectos contradictorios o de más que difícil cumplimiento en el programa acordado. También expertos independientes sostienen que en mucho se parece al presupuesto que dibujó el año pasado Guzmán y que la oposición parlamentaria le rechazó. Las flexibilidad de las artes plásticas no se lleva bien con los rigores de la economía. El esquema de ajuste de tarifas, las pautas de reducción del déficit y la baja de la inflación son los puntos flacos donde los especialistas encuentran las mayores inconsistencias. “Es un dibujo para salir del paso y volver a negociar inevitablemente”, afirma un economista que no integra el coro de los consultados por los halcones de la oposición.
Un regalo para Macri
En esa discusión el paso en falso inicial del Gobierno con el borrador de artículo único reforzó la posición de Macri, que de a poco va recuperando el capital que lo hizo dueño del Pro, al tiempo que sigue licuando el que había acumulado Horacio Rodríguez Larreta en los dos años que siguieron a la pérdida del poder nacional. Los reacomodamientos están a la orden del día. El cuestionable levantamiento de las bancas durante la apertura de sesiones ordinarias fue una demostración de la redistribución de fuerzas, aunque ninguno se beneficiara con el show poco democrático.
Macri les hizo saber a los dirigentes de su partido tanto como a los referentes de las otras fuerzas de JxC que no está dispuesto a cualquier cosa para evitar un default si el Gobierno no tiene los votos y pretende que la oposición le avale también el plan que se deriva del acuerdo. “El default depende de ellos. Nosotros podemos darle los votos para aprobar el refinanciamiento y abstenernos para que salga el programa. Pero si es a todo a nada, será nada”.
“Todo o nada” es el límite de lo inaceptable hasta para los dirigentes radicales más dispuestos a facilitarle al Gobierno el trámite parlamentario. Eso es lo que entendieron que hizo el Poder Ejecutivo con el borrador que trascendió. Su estudiada diferenciación con el macrismo, al que pretenden dejar solo con la culpa del endeudamiento de 2018 que ahora se renegocia, pierde sustento ante el operativo arrastre del Gobierno, con el que intenta llevar a todos a un callejón sin salida. Demasiado hasta para los que juegan simultáneas en el tablero de las disputas internas y el de la construcción de candidaturas presidenciales para 2023. Nadie se suicida en las vísperas. En la Argentina de Alberto Fernández hasta la hora de la verdad puede demorarse.
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