La política exterior, entre contradicciones y ambigüedades
Alberto Fernández lo expresó con claridad ayer: de la pandemia del Covid-19 nadie va a salir solo. Coincidió con lo que dicen otros líderes políticos en todo el mundo. Pero la cumbre virtual del Mercosur sirvió para exhibir una vez más las contradicciones, las ambigüedades y los equilibrios inestables que suelen habitar al presidente argentino y a su gobierno. En las palabras y en los hechos. En cuestiones domésticas o internacionales.
Más allá de expresiones de buena voluntad respecto de su compromiso con el bloque regional, el Presidente eligió dejar en claro que cuenta con pocas compañías y escasos proyectos en común con otros países o, mejor dicho, con otros mandatarios de la vecindad.
Fernández se ocupó de remarcar su singularidad ante el bloque regional. Dos veces hizo explicitas las diferencias que tiene con sus colegas. De cosmovisión y de proyectos. No solo con el brasileño Jair Bolsonaro, presidente del país que es el principal socio comercial argentino.
Debe reconocérsele la coherencia en este punto. No se contradijo con lo que había expresado unos días antes al compartir una teleconferencia con el expresidente Lula. Añora los tiempos en que gobernaban el líder petista, Tabaré Vázquez, Fernando Lugo, Michelle Bachelet y Pepe Mujica.
No fue un buen prolegómeno para la cumbre. Por el contrario. Posiciones como esa solo pueden agravar uno de los problemas congénitos y estructurales del Mercosur: una organización interpresidencialista, que funciona cuando los presidentes se llevan bien. La definición de Andrés Malamud fue recordada con notable sentido de la oportunidad por el especialista en temas internacionales Ignacio Labaqui. Poco para esperar en un contexto altamente inquietante e incierto.
El contraste entre la profesión de fe por la cooperación internacional y la voluntad de reafirmar diferencias regionales, antes que por acortarlas, solo vino a consolidar las incógnitas que pesan sobre la política exterior del gobierno de Fernández. ¿Política qué?
El carácter dominante y excluyente que tienen las cuestiones domésticas en el Gobierno no facilita las cosas. Y hasta suele complicarlas, como cuando se hace referencia a situaciones de otros países con la displicencia (o ignorancia) propia de quien piensa que nadie se enterará fronteras afuera. La globalización puede estar en crisis, pero no tanto.
A propósito, las comparaciones suelen ser odiosas, aunque, como le gusta decir al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, son un punto de referencia. Como tal suele operar, al menos en lo aspiracional, la Unión Europea para el Mercosur. Pero en el presente, las distancias abismales que siempre han existido no tienden a acortarse, sino a ampliarse.
"En Europa, lo dos grandes actores de la unión, Alemania y Francia, aprovecharon la pandemia para reforzar el bloque. En la región, Brasil y la Argentina están haciendo lo contrario", señaló el tesorero del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), Francisco de Santibañes.
No debería extrañar que eso ocurra. En la charla con Lula, Fernández no solo remarcó su añoranza por otros tiempos en los que en la región mandaban sus amigos. También aportó una notable definición de su autopercepción y de su visión internacional. Dijo que en América Latina solo él y Andrés Manuel López Obrador (AMLO) quieren "cambiar el mundo". Toda una curiosidad.
El presidente mexicano se jacta de no contar con pasaporte y ha dado sobradas muestras de su interés excluyente por la política interna, con la excepción (inevitable) de la relación con Estados Unidos. Más curiosa aún resulta esa asociación en momentos en que las políticas sanitarias de AMLO comparten con las de Bolsonaro y Donald Trump el ranking de dislates en el manejo de la pandemia. ¿Será fruto de las influencias del Grupo de Puebla, al que también se lo conoce como el club internacional de políticos jubilados?
Tal vez más que nunca, las cuestiones personales deberían pasar a segundo plano.
La situación de la Argentina era de extrema fragilidad antes del Covid-19. Ahora el futuro inmediato se vislumbra bastante peor.
Lo mismo prenuncian todos los expertos para América Latina, que ya tenía el triste privilegio de ser la región más desigual del mundo. Tiene razón Fernández. Nadie va a salir solo. La Argentina, mucho menos.
Más allá de las ilusiones de los optimistas, los pronósticos más serios para la pospandemia no son alentadores. Nadie sabe cuándo llegará el día después, pero sí hay coincidencia generalizada en que al menos en una primera etapa tenderán a agravarse algunos problemas actuales.
Las cosmovisiones definen también las políticas para afrontar ese futuro. No solo las afinidades o las diferencias personales.
Allí también radica uno de los problemas para la relación entre los socios del Mercosur y, particularmente, con Brasil. Las perspectivas no favorecen los proyectos de acuerdos de libre comercio como los que impulsan no solo Bolsonaro, sino también el uruguayo Luis Lacalle Pou y el paraguayo Mario Abdo Benítez (Marito, para Alberto Fernández). Por el contrario, refuerza las creencias de Fernández y de la porción dominante del Frente de Todos. Trazar una diagonal entre ideología, relaciones personales y conveniencias se impone.
Las superpotencias
La guerra comercial entre China y Estados Unidos también tenderá a profundizarse y a influir sobre la región. Los intereses de las dos superpotencias en el Cono Sur tienen demasiados puntos de conflicto. Los proyectos de infraestructura y la disputa por tecnología de las comunicaciones y por el control del espacio exterior no son cuestiones para que resuelvan solos países que cada vez tienen menos relevancia en el contexto internacional. Es el caso de la Argentina.
Como se puede advertir, la necesidad de intentar algunas coincidencias excede el comercio bilateral y las diferencias arancelarias, aunque no hay que desmerecer estos asuntos. La condición de principal socio comercial de la Argentina que tiene Brasil sigue siendo demasiado relevante.
Por lo tanto, el posicionamiento internacional de los brasileños debería resultar de tanto interés como la crítica situación interna de ese país.
Sin embargo, ni siquiera asesores de la cancillería que conduce Felipe Solá conocen de planes de contingencia frente a eventuales conflictos políticos en Brasil.
Frente a ese panorama, varios expertos aconsejan que la Argentina aplique la premisa que durante muchos años han aplicado los brasileños con los argentinos: la paciencia estratégica. El vecindario no se puede cambiar, diría Pepe Mujica. Pero, peor aún, como dice el académico Juan Tokatlian, Brasil se puede cortar solo, pero la Argentina no tiene ninguna posibilidad sin Brasil. Paciencia.
Las contradicciones o las diferencias por cuestiones personales son frutos de la impaciencia táctica. Buen momento para recordar que nadie va a salir solo.
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