La política como espectáculo
Los buenos deportistas tienen en general a su favor algunas virtudes que pueden ser útiles para la actividad política: alta dosis de disciplina, sentido del sacrificio, una voluntad desarrollada y la capacidad de proponerse y conseguir objetivos. Sin embargo, por otras razones más importantes que las enumeradas, la convocatoria de deportistas a la política puede ser también un inmenso espejismo. Nada indica, por de pronto, que sea legítimo extender la destreza en la práctica de un deporte a la capacidad para ejercer un cargo político o una gestión concreta de gobierno. Existe la confusión de creer que la política es una actividad que puede ejercerse sin ninguna capacitación previa. Y la Argentina padece precisamente el problema de que llegan a los cargos no las personas más capacitadas, sino las más conocidas o que mejor marketing desarrollan.
Ahora bien, la confusión mayor proviene, probablemente, de concebir la política como espectáculo, sin comprender su sentido esencial. En efecto, convocar a deportistas a ocupar espacios de la política por el mero hecho de ser conocidos por la gente, si bien puede ser una eficaz estrategia electoral, alimenta el grave equívoco de que para la política es más importante parecer que ser. Este malentendido supone aceptar la sustitución de prioridades de lo que debe ser el sentido más profundo de la política, que es la capacidad de servir a los demás, por la fama. Y ello no hace más que seguir el paso de quienes piensan que un buen maquillaje es más importante que la realidad.
El autor es filósofo
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