La Plata: una periferia degradada detrás de los votos bajo la lupa
Las urnas de los sobres vacíos pertenecen a Los Hornos y Abasto, dos barrios de lo que se llama el Gran La Plata, ubicados en los márgenes del “cuadrado” que diseñó Pedro Benoit a fines del siglo XIX. Es una zona de altísima densidad poblacional, marcada por fuertes contrastes, pero atravesada, en las últimas dos décadas, por el impacto de una crisis económica y social que ha transformado la vida en las periferias urbanas.
Los Hornos debe su nombre a los hornos de ladrillos con los que se construyó la capital bonaerense. Abasto es zona de quintas y productores hortícolas. Las dos son barriadas que se forjaron con familias de inmigrantes y se expandieron con el acceso a la vivienda de los obreros industriales desde la primera mitad del siglo XX. Fueron pujantes y vigorosas, con una identidad marcada y una vibrante vida comunitaria. Pero quizá en los años ochenta empezó su declinación. Hoy son zonas muy golpeadas por la inseguridad, con índices de deserción escolar mayores que los del casco urbano, una fuerte penetración del narcomenudeo y una ostensible degradación de toda la infraestructura pública.
En términos demográficos, su expansión ha sido vertiginosa. Pero no crecieron al mismo ritmo los servicios. Se extendieron las redes de cloacas y de alumbrado, como también el pavimento y el transporte. Pero la infraestructura sigue siendo insuficiente y la calidad de vida ha sufrido un pronunciado deterioro.
Los Hornos, que era una zona de clase media trabajadora, hoy alberga una toma gigantesca, que se ha convertido en la usurpación de tierras más grande de la provincia. Los índices de pobreza han crecido por encima del promedio, con un fuerte avance de la economía informal y del clientelismo político.
En ese paisaje conviven “los punteros” con liderazgos marginales vinculados a los negocios de la droga, la usura, los desarmaderos y “las saladitas”.
La contención social también se articula en circuitos informales: comedores y merenderos que administra “la política”, como el que manejaba Chocolate Rigau en otro barrio de la periferia platense; chapas y colchones que suelen entregarse en locales partidarios o a través de instituciones barriales; organizaciones sociales que, además de administrar planes, proveen bolsones de comida y alguna ropa de abrigo.
A eso se suman los esfuerzos de ONG independientes, que buscan reforzar los lazos de solidaridad, y la presencia de las iglesias Católica y Evangélica, que aportan espacios de ayuda y orientación familiar. Otro eje fundamental de la vida comunitaria son los clubes y centros de fomento, pero cada vez se sienten más desafiados por la complejidad de los problemas sociales que afectan a los jóvenes y a sus familias, como también les pasa a las escuelas.
Son barrios en los que conviven la cultura del esfuerzo y del trabajo con el descompromiso que ha estimulado la política asistencialista de los planes y subsidios.
En ese paisaje de debilidad institucional y deterioro social se suma ahora la anomalía que faltaba: urnas llenas de sobres vacíos.
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