La pelea del Presidente con él mismo
Fernando Henrique Cardoso suele afirmar que "cuando esperamos lo inevitable, aparece lo inesperado". Un lugar común sostenía, hasta hace pocas semanas, que de una administración encabezada por Alberto Fernández y Cristina Kirchner había que aguardar un inevitable duelo por el liderazgo. Ese choque, de producirse, está todavía por llegar. En cambio, lo que se percibe con creciente claridad es que Fernández tiene otro conflicto. Consigo mismo.
Es un desencuentro que no se desarrolla en el terreno de la política, sino en el de la vida material. Es decir, en el área en la que la vicepresidenta ha decidido intervenir menos. O, dicho de otro modo, en el universo en el que ella más se ha resignado a aceptar las decisiones de Fernández.
Al cabo de tres meses de estar en el poder y de siete meses de saber que lo estaría, el Presidente todavía no ofrece una idea clara acerca de cómo se reanimará la economía. Es decir, no aparece una idea clara respecto de cómo hará para cumplir con el mandato principal del electorado. Hay un empeño muy loable para alcanzar una distribución más equitativa de la riqueza. Algo muy justificado en un país en el que los niveles de pobreza superan el 30%. Pero no se sabe si alguien tiene algo pensado sobre cómo crear nueva riqueza. Hay una suposición muy extendida de que, una vez que lleguen a un acuerdo por la reestructuración de la deuda, Fernández y su ministro Martín Guzmán darán vuelta las cartas y mostrarán una estrategia. Esa suposición es parte del problema. Porque, para la amplia mayoría de los especialistas, no hay transacción exitosa posible si no se formula, al mismo tiempo, un plan económico convincente.
Los responsables de las finanzas oficiales no parecen compartir esta idea. Ya se advirtió en la renegociación de la deuda en pesos. Guzmán tomó la sabia decisión de no producir una cesación de pagos para esos papeles. Prefirió reformularlos. Pero lo hizo en términos que los bonistas consideraron inaceptables. Para simplificar muchísimo: para los nuevos bonos ofreció una rentabilidad muy menor a la que estaban dispuestos a admitir los compradores. En algunos casos la divergencia fue de 20 puntos. Ante la retracción a aceptar el canje, Finanzas emitió un comunicado inédito, aleccionando a los inversores acerca de que "las conductas de tipo oportunistas, y de persecución de rentas extraordinarias en períodos cortos de tiempo, no contribuyen a los objetivos de sostenibilidad [...] y, de persistir en cuantías significativas, serán correspondientemente abordadas utilizando todas las herramientas legales disponibles".
Como sucede con casi todos los gobiernos, el de Fernández confía en hacer cosas con palabras. Por eso aparecen algunos fetiches. En el plano fiscal, la palanca verbal es "solidaridad". En el financiero, "sostenibilidad". Aquel comunicado se basa en una concepción según la cual la "sostenibilidad" la decide un funcionario de acuerdo con un modelo econométrico. La realidad es otra. La "sostenibilidad" de un pasivo está dada por el funcionamiento general de la economía. Por eso la tasa de interés, que es lo que desvela a un grupo político que fue votado para sacar al país de la recesión, es una medida del riesgo que ven en el país quienes son invitados a financiarlo. Es verdad que se puede, como señala el parte oficial, bajar esa tasa de manera compulsiva, "utilizando todas las herramientas legales disponibles". Pero esa táctica solo consigue una "sostenibilidad" ilusoria: porque desata "insostenibilidades" en otras variables. Por ejemplo, induce a quienes tienen pesos, a comprar dólares a través de operaciones de contado con liquidación, lo que termina ampliando la brecha cambiaria y generando nuevas distorsiones.
La negociación de la deuda en dólares está presidida por la misma lógica. La semana pasada, Guzmán estuvo reunido con representantes de varios fondos de inversión que tienen bonos argentinos. No les dio demasiadas explicaciones. El mensaje central, y casi único, fue que él canjeará esos bonos por otros cuyo rendimiento será del 3%. Puesta en términos coloquiales, la propuesta sería: "No te preocupes por la quita que le haga a tus papeles, porque te voy a dar unos nuevos que van a ser tan apetecibles que los podrás contabilizar muy por encima de su precio nominal".
Calcular ese rendimiento, que los financistas denominan exit yield, supone una operación compleja. Alcanza con saber que un rendimiento del 3% implica que, una vez concluida la reestructuración, el riesgo argentino se derrumba de 3000 a 250 puntos. Para qué calibrar la dimensión de esa caída: ayer el promedio de riesgo de los mercados emergentes fue de 450 puntos.
¿Cuál sería la jugada económica capaz de producir ese milagro? Guzmán no lo explicita. Fernández tampoco. En septiembre del año pasado, un mes y medio después de haber ganado las primarias, el Presidente sostuvo que él daría a la deuda una salida "a la uruguaya". Uruguay solo modificó los plazos de sus títulos, sin quita alguna, Para compensar esa mora, dispuso un pago de buena voluntad, en efectivo, aportado por el Fondo Monetario Internacional. De esa receta más que amigable, Fernández pasó a decir, a comienzos de febrero, que él tiene un plan, pero que no lo cuenta porque está jugando al póker con los acreedores.
La idea de reestructurar la deuda pública con la lógica del póker, es decir, sin presentar una política económica, equivaldría a pretender que una empresa puede reformular los compromisos con su banco sin mostrar un plan de negocios. Llegar a un acuerdo sobre la "sostenibilidad" de la nueva deuda significa llegar a un acuerdo sobre el derrotero que tendrá la economía. Es lo contrario de una partida en la que se ocultan las cartas. Defender el interés nacional frente a los tiburones del mercado no consiste en escamotear lo que se va a hacer. Consiste en elaborar un plan inteligente y defenderlo con argumentos difíciles de rebatir.
Ocultar el programa que, en teoría, se elaboró, es regalar una excusa a los acreedores para que endurezcan su posición. Hay, es cierto, un modo de alcanzar un acuerdo sin programa. Pagando. Es decir, compensando al acreedor con más dinero, o menos quita, a cambio del riesgo al que él se somete al entrar a un canje a ciegas. A más póker, menos ahorro.
Se podría pensar que Fernández y Guzmán tienen a favor los vientos del mundo. No solo por el detalle, si se quiere menor, de que las restricciones a los viajes limitan todavía más el consumo de un bien tan escaso como el dólar. El coronavirus y la caída en el precio de los hidrocarburos, que impacta también sobre los bancos acreedores de las grandes petroleras, han empeorado el valor de los títulos argentinos. En consecuencia, los precios que Guzmán imagina para sus nuevos bonos, que siete días atrás resultaba inaceptable, hoy puede tener algún color. Es un dato que la oposición debería incorporar a su discurso: la tormenta global está mejorando la oferta del ministro.
Esa mejora tiene, sin embargo, dos límites. De seguir derrumbándose, esos papeles pueden ser comprados por fondos buitres que, por definición, no negocian. Van a juicio. Además, la crisis internacional vuelve menos dramático el recorte que pretende realizar Guzmán sobre la deuda. Pero también aumenta el riesgo de los títulos que emita. Para ponerlo en términos concretos: la incógnita sobre el crecimiento económico argentino hoy es mayor que hace una semana. Sencillo: esa incógnita se agravó respecto del crecimiento de cualquier país. Lo demostró anteayer Donald Trump, tratando de quitar dramatismo a la epidemia del coronavirus, por temor a que le haga perder las elecciones.
El interrogante sobre la recuperación de la actividad económica era, por supuesto, anterior a la crisis sanitaria y petrolera. Fernández ha tenido un discurso muy contundente para justificar una mejor distribución de riqueza. Pero sigue escondiendo su estrategia para crear nueva riqueza. Para jugar con su diccionario: todavía no está clara la "sostenibilidad" de la "solidaridad".
La economía se podría impulsar a través de la producción de hidrocarburos. Sin embargo, el discutible traje a medida que se había pensado para Vaca Muerta, todavía no se confeccionó. Y, con los nuevos precios, tal vez termine quedando corto. La producción de software, que despuntaba como un negocio promisorio, fue desalentada por el cambio de reglas de juego. Tres grandes compañías del sector ya decidieron contratar personal en otros países de América Latina. En especial, Colombia. La obra pública, que suele ser un gran motor, está parada. El consumo de bienes tiene una restricción inevitable: si esos bienes están hechos con insumos importados, mejor no consumirlos porque faltan dólares.
El sector agropecuario podría ser otro vector. Pero el Gobierno entró en conflicto con el campo. En la apertura de Expoagro hubo un solo funcionario nacional: Juan Usandivaras, enviado por Felipe Solá. El entredicho es muy distinto del de 2008 con la resolución 125. En principio, los dirigentes del sector no están del todo convencidos de la decisión de haber llamado a un paro. Saben que Fernández está en una encrucijada complicadísima. Y son conscientes de que los funcionarios recién se hicieron cargo del problema. Además, no vienen de seis años del maltrato autoritario que les infligió Guillermo Moreno. Pero la presión fiscal esta vez también es distinta. Las economías asiáticas consumen menos, en especial con el coronavirus, y la ecuación económica ha sido muy castigada por el desdoblamiento cambiario. Los productores venden con un dólar de alrededor de $60, pero cuando quieren acceder a las divisas deben hacerlo a un precio de $80.
Una de las claves del éxito político de un líder es su capacidad para leer el contexto en el que le tocó operar. Alfonsín vio el agotamiento catastrófico de la opción autoritaria en toda la región. Menem advirtió la expansión capitalista que seguiría al colapso del socialismo real. Néstor Kirchner apostó a la bonanza derivada de la excepcional demanda asiática, que lo premió con un precio excepcional de las commodities. Pero también heredó un superávit fiscal consolidado. Un dólar súper competitivo. Y un rebote excepcional, sin inflación, consecuencia de la atroz recesión previa. En este marco, era muy verosímil que la economía entraría en una etapa de expansión. Esa hipótesis facilitó la negociación de la deuda. Aunque, de todos modos, su gobierno podría haber prescindido del crédito internacional porque tenía suficientes recursos propios.
Fernández suele referirse a esa experiencia como un modelo a repetir. Parece no advertir que su momento histórico es distinto. China crecía menos aun antes de un coronavirus que ahora amenaza con bloquearla. El déficit fiscal es rebelde: si se calculan los subsidios energéticos, el año que viene agregarán medio punto del producto, aun cuando ya se realizó, vía impuestos, un ajuste de 1,5. El Gobierno no debe salir de un default, sino evitarlo. Y el mundo está afectado por una misteriosa contracción que obliga a la Reserva Federal, y esto hay que celebrarlo, a un inusual recorte de la tasa de interés.
Néstor Kirchner fue el beneficiario de una inercia virtuosa cuyas principales ventajas no hizo más que consumir. Atrasó el tipo de cambio y transformó en déficit el superávit fiscal. Cuando quería burlarse de quienes lo objetaban, Menem decía que "se quedaron en el 45". ¿Fernández se quedó en el año 2003? Aquella experiencia irrepetible parece ser, para volver a Cardoso, su "utopía retrospectiva".
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