Es uno de los centros urbanos más altos del mundo, sede del gobierno del estado Plurinacional de Bolivia, y referente cultural, artístico y gastronómico de los valores andinos. Hasta aquí llegan muchos turistas que reparten su viaje entre La Paz y la Isla del Sol.
En el teleférico, La Paz se supera a sí misma y es todavía más alta. Estamos a casi cuatro mil metros. Me cuenta una pasajera que los días de viento, la góndola se mueve y ella reza. Le rezará a la virgen de Copacabana o a las achachilas –espíritus protectores– o a las dos, el sincretismo religioso es tan corriente como la quinoa y las habas. Desde que se aprobó la nueva constitución en 2009, Bolivia es un estado laico con personas que reciben al papa y también challan o bendicen autos, casas y negocios, entre otros rituales andinos.
No se lo pregunto para no ser indiscreta, pero sobre todo para no interrumpir su contemplación. Por las ventanillas se ve el Illimani, uno de los trece cerros de más de seis mil metros de altura que existen en Bolivia, y una de las metas que lograron las cholitas escaladoras, el grupo de mujeres aymara que llegó, el último enero, a la cima del Aconcagua. Después del Sajama (6.542 msnm), el Illimani (6.438 msnm) es la montaña más alta del país. Salvo para los recién llegados, la altura está lejos de ser un dolor de cabeza. Todo lo contrario: es constitutiva, un orgullo y el concepto del nuevo eslogan de La Paz: Ciudad del Cielo.
En la cosmovisión andina existen tres planos: el de arriba, también llamado de los apus o dioses, donde viven Viracocha, el dios creador, y también Inti, el dios sol. Ese es el plano más alto, el que desean los dueños de los cholets que ahora veo por la ventana.
"Cholet" viene de la contracción de chalet y cholo y se refiere a los palacios que elige la nueva burguesía chola. Hay alrededor de cien y cada uno cuesta un millón de dólares por lo menos. Son edificios de unos veinte metros de altura divididos en cuatro niveles. En el nivel de la calle está el negocio de electrodomésticos o de lo que venda el propietario. Los aymaras son comerciantes. Todos venden todo el tiempo. Desde la caserita que ofrece limones y maníes en la esquina hasta Evo Morales, que en sus discursos hace cuentas de cuánto gastó en qué. El segundo nivel del cholet es un salón de fiestas (en Bolivia hay más fiestas que días en el calendario); en el nivel que sigue viven los hijos del propietario, y en el último piso está la vivienda principal con el típico techo a dos aguas de un chalet, pero en las alturas. Me imagino que el dueño del cholet gozaría sentándose a conversar con los apus. Roy Manuel Chipana, por ejemplo, el dueño del Havana, el primer cholet convertido en Bed & Breakfast sobre la avenida 16 de Julio de El Alto.
El exterior de los cholets es estridente, alegre, hermético. Puede estar pintado con guardas tiwanacotas o chacanas (cruces andinas) de color verde Nilo, rojo bermellón, celeste metálico y cubierto en parte por paneles espejados. Más que edificios parecen robots. Los definieron como Arquitectura Transformer o Nueva Arquitectura Andina y el autor de unos cuantos se llama Freddy Mamani. Albañil, ingeniero y arquitecto que después de un viaje a Tiahuanaco encontró una identidad ancestral y colaboró en la resignificación de la palabra cholo, que siempre tuvo una connotación discriminatoria. El orgullo de ser cholo se inició con Evo Morales y se expande en el éxito comercial del cholet.
Hace unos meses el arquitecto Mamani reconstruyó un interior de cholet en Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo de París para que seis modelos cholas desfilaran polleras, mantas, joyas y el tradicional sombrero borsalino.
Como los que buscan joyas del Art Déco o altares barrocos, mientras estoy en La Paz busco cholets para coleccionar en la memoria fotos de una arquitectura fantástica. En cualquier momento el novelista boliviano y premiado Wilmer Urrelo Zárate, autor de Hablar con los perros, podría escribir una trama diabólica en el interior de un cholet, acaso durante un preste.
En este viaje escucho tantas palabras nuevas que decido abrir un apéndice-diccionario dentro de mi libreta. "Preste" es una de las que me resultó más difíciles de entender y también una de las más atractivas. El preste es el máximo responsable de un festejo religioso, y a la vez es el nombre de la fiesta que se suele celebrar en un cholet. Para participar de un preste es necesario integrar una fraternidad y, para organizarlo, además, hay que tener poder económico y prestigio social.
Si el Julio Quispe, por ejemplo, organiza el preste del Señor del Gran Poder, el más importante del país, cada uno de los asistentes llevará alcohol (cerveza) para el festejo. Ese aporte se conoce como cariño. Entonces el invitado llega a la fiesta diciendo: "Este es mi cariño" y el organizador responde: "Gracias, compadre", y cuando le toque ser el invitado aportará la misma cantidad de cariño, sean dos o veinte cajas de cerveza. Los prestes duran muchas horas y cuestan carísimos. Los bancos ofrecen préstamos para prestes (valga la redundancia) y hay medios especializados como Canal 24, con programas conducidos o comentados por cholitas pop.
Desde hace unos años la chola es Patrimonio Cultural Intangible de La Paz, un bastión de identidad, con la pollera, las trenzas tan largas como negras, adornos de lana o tullmas para atarlas, y sombrero bombín. Así se suben al teleférico o al avión; venden pollo frito en la calle, van a la televisión y se preparan para escalar el Everest.
Noticias del mundo terrenal
En las alturas de la góndola, la calle queda silenciada por unos minutos. El teleférico es considerado uno de los aciertos del presidente; lo llaman el arco iris de Evo Morales porque hay diez líneas, cada una de un color. Pronto inauguran la dorada y la plateada, los tonos preferidos de los dueños de los cholets.
El teleférico fue construido por una empresa austríaca y, si bien al principio los habitantes lo resistieron –por miedo a las alturas, porque es un poco más caro, porque se talaron árboles para la construcción, hasta lo llamaron el talaférico–, hoy sería difícil pensar la ciudad sin esa comodidad ganada.
En los alrededores de las estaciones hay publicidades enormes de Evo y en las góndolas, stickers de su gestión. Ése es su problema, que se ha vuelto demasiado soberbio, me dijo ayer René Bautista, un taxista que me lleva a Sopocachi, un barrio histórico donde vivieron y viven artistas, intelectuales y poetas, y donde hay un parque que se llama El Montículo y tiene senderos, miradores, esculturas en madera y una glorieta y bancos para conversar o enamorar. En Sopocachi hay restaurantes, casas con jardín y cafés gourmet, como Typica Coffee House, y librerías donde comprar Nuestro mundo muerto, el último libro de Liliana Colanzi, la escritora boliviana de la que todos hablan.
Este año hay elecciones presidenciales en Bolivia y todo indica que Evo volverá a presentarse a pesar de que hace 13 años que es presidente y la constitución ya no lo permite. Le pregunté al taxista en qué le parecía soberbio y dio vuelta toda la cabeza para responder (menos mal que estábamos en un semáforo). "¿No lo ha visto cuando juega al fútbol? Él ya no se saca las medias ni se pone los zapatos solo, hay alguien que lo hace por él. Yo lo voté dos veces pero se ha vuelto soberbio, ya no quiero que se quede, no lo voy a votar otra vez".
En estos días hablo con taxistas, vendedores, pasajeros y amigos de amigos que son sociólogos, profesores y escritores paceños. Ninguno está de acuerdo con que Evo siga otro mandato, pero todos coinciden en que "otro no hay" y sus logros fueron muchos, principalmente la disminución notable de la pobreza en uno de los países más pobres de América y el aumento del PBI.
Volviendo a la cosmovisión andina, el mundo terrenal es el del aquí y ahora, el de la Pachamama y sus frutos. Si miro para abajo, se ve el caos monumental de esta olla rodeada de cerros donde viven dos millones de personas y transitan 25.000 minibuses. Minibuses que todo el tiempo están a punto de pisarle los talones a un peatón que corre su suerte. Y los peatones son miles, porque en La Paz todo se hace o se puede hacer en la calle, desde comer y jugar futbolines (metegol) hasta comerciar y, aunque está prohibido, orinar. La calle atraviesa la cotidianidad paceña: comer salteñas –empanadas muy jugosas– a media mañana en modo agachadito porque los bancos de los comederos improvisados son pequeños como los de un jardín de infantes; tomar un jugo de mandarina al paso; lustrarse los zapatos; probar gelatina de frutilla con crema chantilly; dormir sobre unas chompas (camperas) de lana hasta que llegue un cliente; comprar unas tunas frescas de la carretilla de una cholita con pollera fucsia. Acá, la calle no es para pasar sino para estar.
El centro histórico está en proceso de revitalización y se ven grúas y antiguas casonas ya remodeladas transformadas en hoteles –pronto inaugura Altu Qana, el más esperado– y restaurantes de diseño. Alrededor de la plaza Murillo veo los edificios emblemáticos de La Paz: el Museo Nacional de Arte, la Catedral y el palacio de gobierno –el antiguo, conocido como Palacio Quemado por un incendio de 1875, y el nuevo, un edificio espejado de 29 pisos y 120 metros de altura que construyó Morales y al que él llamó El Palacio del Pueblo y la gente, El Palacio de Evo.
En Bronce, un café del centro, leo la tapa de un periódico local que parodia la película Rapsodia bohemia. El título es "Repostulian rhapsody" y en lugar de Freddie Mercury, el que baila divertido en el fotomontaje es Evo Morales.
El café de Bronce es de especialidad y lo filtran en una cafetera Chemex en mi mesa. En los últimos años, la cultura del café –la misma que se puede ver en Buenos Aires o en Melbourne– llegó a La Paz con el lujo de los granos propios cultivados en las yungas, en sitios como Coroico y Caranavi. Fruto delicioso de la Pachamama que, igual que la quinoa, se exporta con éxito. Los nuevos baristas bolivianos se suman a una camada de chefs, muchos surgidos en el restaurante Gustu, del danés Claus Meyer, que enfatizan el producto local. Sean papas, habas, trucha del Titicaca, Tannat o gin, el ojo está puesto en el producto boliviano. Es como si después de siglos de enfocar hacia afuera se hubiera volteado la mirada hacia adentro, hacia lo propio. En la zona de Tarija se está produciendo Tannat de altura y el gin La República con un dejo sutil a huacatay, ulupica y locoto, da que hablar. El movimiento se llama Boga (Bolivia gastronómica) y a La Paz ya la compararon con Lima, "La Nueva Lima".
Sería una Lima sin mar. En la ciudad me cruzo con stencils de un barquito como los que se hacen con papel y abajo se lee: "El mar nos une" y también: "Evo, dignidad y mar". El recurso de llevar el tema a La Haya no funcionó y por ahora no hay mar, pero sí existe armada boliviana y la memoria del coronel Eduardo Abaroa que luchó en la Guerra del Pacífico, en la que Bolivia perdió la costa, y es considerado un héroe nacional. En el Museo del Litoral Boliviano, en la calle Jaén, se puede conocer sobre puertos que antes de 1879 fueron de este país.
Otra palabra que aprendo en este viaje es jallalla. Me la enseña un famoso justamente en la calle Jaén, la calle histórica de la ciudad donde en la Edad Media se vendían llamas y hoy se venden chalecos de llama. "Jallalla" es una palabra quechua-aymara que se aplica en las situaciones en que diríamos ¡viva! pero su significado es más complejo y espiritual. Jallalla tiene que ver con desear algo y trabajar para que se concrete.
El famoso que abre los brazos de su camisa floreada y grita ¡jallalla! se llama Roberto Mamani-Mamani ("como money-money", dice entre risas) y es un artista que rescató la herencia aymara, le puso color, mucho color, y la vendió al infinito. Él lo llama estilo mágico andino y hace foco en el hombre y la naturaleza. Sus dibujos se replicaron en merchandising de todo tipo. En la calle Jaén, Mamani-Mamani tiene la galería y también el Jallalla Bar, para tomar un cóctel con singani (un aguardiente destilado a partir del Moscatel de Alejandría) y probar el plato paceño, el clásico de la ciudad, que se puede comer por ocho bolivianos de agachadito o por cien un restaurante chic.
El plato paceño lleva choclo, carne de vaca, queso frito, habas y papa phureja (criolla). A veces tiene papa pinta boca que lleva ese nombre por los pigmentos que dejan los labios violetas. También hay papas voladoras que crecen colgando en enredaderas amazónicas, papa ajauri de color morado y la abajeña que es rosa, y el chuño y la tunta, que se congelan y deshidratan, apenas algunas entre cien variedades de papas nativas. La papa es la base del alimento de los bolivianos –consumen unos 80 kilos por persona por año–, y el sustento de por lo menos 200.000 familias campesinas. Se cultivan en la altura, incluso tan alto como 4.300 metros sobre el nivel del mar. En los Andes, territorio mallku, el espíritu de las alturas representado por el cóndor andino.
El truco de la fruta
Para la cosmovisión andina, el mundo de abajo, el de los muertos, no es infernal pero no se puede controlar. El de los carteristas de El Alto tampoco. El Alto y La Paz son ciudades distintas pero están íntimamente relacionadas y las líneas roja, morada y azul del teleférico las conecta.
El aeropuerto de La Paz queda en El Alto; muchos de los habitantes de El Alto trabajan en La Paz y muchos habitantes de La Paz van al mercado de los jueves y domingos en El Alto. Es un mercado a cielo abierto que empieza en la avenida 16 de Julio y sigue tanto que parece que va a trepar el cerro nevado de enfrente. Es inmenso y se puede encontrar de todo, desde ropa usada y materiales para la construcción hasta una granada de mano, peluches y autos y camionetas y celulares y perros y Funko Pop truchos y camisetas de The Strongest y Bolívar, los dos equipos rivales de La Paz, y grabaciones que ayudan a hablar en público. "Si quieres armar un avión, seguro encuentras las piezas en este mercado", me dijo un paceño. También hay yatiris, o maestros que leen la suerte en hojas de coca y naipes. El aviso del consultorio espiritual del maestro Madison es claro: "Respuesta a tus preguntas, solución a tus problemas". Doña Gladys es especialista en "unión de parejas" y "felicidad por siempre" y la maestra consejera Dionicia también hace la consulta en alcohol, oficia ceremonias con sahumerios y destruye maleficios. Para consultar es necesario entrar a un cuartito y las consultas ocurren en penumbra aunque todos se saben maestros de la luz.
Me paro un rato en el puesto de sombreros de fieltro para cholas: copa baja, media y alta; color "api, vicuña y plomo" (violeta, marrón y gris). Son elegantes y de diámetro pequeño, difícil comprender cómo logran el equilibrio. El otro día me contaron cómo los empezaron a usar. Parece que en la década del 30 un comerciante paceño hizo un pedido de sombreros negros para varones al fabricante italiano Giuseppe Borsalino. Pero el pedido llegó mal: eran demasiado chicos y marrones. Para no perder su inversión les colocó prendedores y lazos sobre el fieltro y los promocionó como la última moda para mujeres. A las cholas les gustó tanto que pasaron 90 años y no se lo sacan. Mejor sigo caminando porque mis preguntas no rinden en pesos y hay una cholita que sí quiere comprar un sombrero.
Por momentos el mercado se transforma en un pasillo angosto atestado de gente. Son 50 metros, a veces menos, y va lento y vamos todos pegados como a la salida de un recital. Cuando logramos llegar a un claro, mi compañero, que está unos metros más atrás dice: "Me tiraron algo en la cabeza, parecía una fruta podrida". Cuando termina de decirlo, advierte que no tiene la billetera. En la confusión y con la táctica de arrojarle algo le abrieron el cierre y se la quitaron. Adentro estaban el documento y la tarjeta. Por unos minutos el viaje se llena de nubes oscuras. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Por dónde estará el consulado? ¿Cuánto tardarán en hacer un DNI? Entonces, muy apenada, se acerca una chola y dice: "Les han robado pues, mire, tenga, le voy a prestar diez bolivianos para que puedan regresar a la ciudad". En ese momento, como un truco del mago Mandrake, aparece la billetera en el piso, exactamente delante nuestro. Está casi todo, hasta la tarjeta del hotel. Falta el dinero que trajimos: un billete de los grandes. Más tarde encontramos a unos argentinos que atravesaron una engañifa parecida y se quedaron sin un celular. Robo sin armas ni cara, con estilo y velocidad de superhéroe.
A la vuelta, mientras bajamos de El Alto en la línea roja, pensamos que la cholita que nos ofreció los diez bolivianos era cómplice y hacemos teorías y planteamos escenarios y llenamos la góndola de condicionales –Si hubieras dejado la plata en el hotel, si no hubiéramos entrado por ese pasillo, si…–, pero sobre todo prometemos volver al mercado de El Alto sin nada y si es con algo que sea en la intimidad del cuerpo, pegado a la piel. El mundo terrenal siempre fue más complicado que el de los apus.
Si pensás viajar...
La Paz está a 14 km del aeropuerto de el alto. Un taxi cuesta u$s 12 y un minibus al centro, u$s 2. También se usa Uber.
CÓMO MOVERSE
Puma KatariNuevo trasporte municipal. Son buses amplios, con wifi y aire acondicionado. Tienen seis rutas fijas; si hay una cerca es una buena opción para viajar cómodo.
Minibuses. Cuestan menos de un dólar y van a todas partes, desde el aeropuerto Internacional de El Alto hasta la zona sur de la ciudad.
DÓNDE DORMIR
Mitru Sur Fuerza Naval 948. T: (591) 2 279 0765. Descendientes de inmigrantes griegos del siglo pasado, los Mitru creen en las reglas sagradas de la hospitalidad y lo demuestran en este precioso hotel cinco estrellas de la zona Sur, la más baja de la ciudad. Con piscina, spa, sky bar y restaurante. La habitación ejecutiva con desayuno, desde u$s 120.
AtixCalle 16 Nº8052, Calacoto. T: (591) 7 896 1200. Con 53 suites cada una con trabajos de artistas bolivianos, es el primer hotel de diseño en La Paz. Cuartos amplios, elegantes y funcionales. Dobles con desayuno, desde u$s160. El Atix tiene un bar que se llama +591, como el prefijo de Bolivia, y el restaurante Ona, recomendado para probar cocina boliviana contemporánea.
Hotel EuropaTiahuanaco 64. T: (591) 2 231 5656. Un hotel confortable y funcional en el centro de la ciudad, a seis cuadras de la Plaza Murillo. Las habitaciones son grandes y luminosas y el desayuno buffet, completo, con frutas tropicales y marraqueta, pan de corteza crocante. En el primer piso tiene una pequeña piscina y sauna. Muy buen desayuno buffet con frutas tropicales. Los restaurantes Tempora y Euro Lounge son buenas opciones para cuando no hay ganas de volver a salir después de pasear todo el día. Desde u$s 70 la habitación doble con desayuno.
Hotel Rennova Calle 13 de Calacoto esquina Julio Patiño. T: (591) 2 297 1917. Cómodo y muy bien equipado, también en la zona sur de la ciudad. A 6 km de la estación de teleférico. Dobles con desayuno desde u$s 160.
El Consulado. Carlos Bravo 288. T: (591) 2 211 7706. En la zona céntrica, es una antigua casona que alguna vez albergó al consulado de Panamá. Las habitaciones son apenas cinco, todas extra grandes. La buena atención, ubicación y desayuno compensan la necesidad de una actualización. Dobles con desayuno, desde u$s 60.
DÓNDE COMER
Ali PachaColón 1306. T: (591) 2 220 2366. Según su manifiesto, ofrecen cocina de autor basada en productos vegetales buscando posicionarse como un referente de alta cocina en La Paz. Y lo logran. En un sótano antiguo y reciclado con muy buen gusto en el centro de La Paz, abre mediodía y noche (hasta las 22). Trabajan con menú degustación de tres, cinco o siete pasos (el de tres es sorpresa) y con la opción de maridar cada paso de ambos. Desde u$s 14 el menú de tres pasos con agua y pan de masamadre.
Ken Chan Federico Zuazo 98. T: (591) 2 244 2292. El restaurante de la asociación japonesa, un clásico de la ciudad donde encontrar sopa de miso, ramen, selección de tempuras y excelente sushi a buen precio. Alrededor de u$s 20 por persona. Sólo efectivo.
Popular,cocina bolivianaMurillo 826. T: (591) 6 561 3649. Cerca del Mercado Lanza, en el segundo piso de una casa de principios del siglo pasado, un restaurante para comer comida boliviana preparada por Juan Pablo Reyes, un gran chef que le da una vuelta de actualidad y refinamiento. El menú cambia todas las semanas y reinterpreta con otras técnicas y estudios los platos de las abuelas. Por ejemplo, durante la producción de esta nota, el menú de la semana contemplaba sopa de maní de entrada, escabeche de pollo como plato principal y ají de lentejas. De postre, arroz con leche. El precio, u$s 7. Abre sólo al mediodía y en el último tiempo se ha convertido en un hit paceño: mejor ir temprano.
Propiedad públicaCalle Enrique Peñaranda, bloque L, 29. T: (591) 2 277 6312. Afamadas pastas frescas a cargo de la chef Gabriela Prudencio en este restaurante de San Miguel, en la zona sur de la ciudad. Desde pappardelle, bucatini y ravioles hasta pasta de quinoa sin gluten. Para acompañar las pastas, cócteles de autor. Abre miércoles y jueves por la noche; viernes y sábado, mediodía y noche, y domingo, sólo al mediodía.
Salteñas: de qué se trata. A media mañana los paceños acostumbran comerse una salteña, su versión de las empanadas, tan jugosas que aconsejan comerlas con las piernas abiertas. Se venden en toda la ciudad, pero las de Paceña La Salteña, Eli’s y El Hornito son una delicia.
La cultura del café
Algunos sitios para disfrutar del mejor café boliviano:
En los meses próximos se inaugurará arriba del café el Antu Qala Design Hotel, de diez suites, un bar en la terraza y en un lobby que exhibirá piezas de cristal de Murano.
Geisha Coffee House. Bolívar 616. T: (591) 6 7304261. Frente a la plaza Murillo, el café inaugurado recientemente toma el nombre de la variedad gesha originaria de Etiopía y que hoy se cultiva en Bolivia con el nombre Takesi Geisha y ha obtenido premios por su dulzura. Organizan cursos de baristas.
Higher ground coffee Tarija 229. Pequeño local cercano a la calle turística Sagárnaga donde se puede tomar excelente café y también almorzar y cenar. Muy buen curry de vegetales (u$s10) y cervezas artesanales.
PASEOS Y EXCURSIONES
Teatro del Charango Los sábados a las 19, el maestro Ernesto Cavour –cantautor, inventor de instrumentos, autor de libros de enseñanza musical, de 79 años– da un show musical imperdible y divertido. Lo acompañan grandes intérpretes de música andina. Entrada, u$s 3.
En la misma casa funciona el Museo de Instrumentos Musicales, con más de dos mil instrumentos. Abre todos los días de 9.30 a 18.30 y la entrada cuesta un dólar.
Basílica de San Francisco. Construida entre el siglo XVI y XVII, vale la pena entrar para ver el espectacular altar barroco en la nave principal. Tuvo algunas reconstrucciones; la construcción actual es de 1743.
Museo Nacional de Arqueología. Calle Tiahuanacu 93. Es el museo más antiguo del país y se creó para exhibir las riquezas mineras. Cuenta con cerca de 20.000 piezas arqueológicas provenientes de las distintas culturas del país, desde Tiahuanaco hasta los pueblos del oriente boliviano, que se exponen en tres grandes salas. De martes a viernes de 8.30 a 12.30 y de 15 a 19; sábado y domingo de 9 a 13. Entrada, u$s 2,50.
Museo del Litoral Boliviano. Jaén 789. T: (591) 2 228 0758. Cuatro ambientes para contar la historia de la guerra del Pacífico en la cual Bolivia perdió su costa. Horario: martes a viernes de 9.30 a 12.30 y de 15 a 19; sábado y domingo, de 9 a 13. Entrada u$s 3.
Museo de la Coca. Linares 906. T: (591). Dentro de una galería en la zona turística de la calle Linares, recorre el origen, la historia y los usos de la hoja de coca, sagrada para los aymaras. Abre de lunes a domingo, de 10 a 19. Entrada, u$s 2,50.
Cementerio GeneralAv. Baptista. T: (591) 7 899 1020. A 10 minutos del centro en taxi; también se puede llegar con la línea roja del teleférico que pasa por arriba y se ven perfectamente los murales de calaveras. Inaugurado en 1826, fue diseñado por el arquitecto modernista Julio Mariaca Pando. Hay pabellones para los caídos en las guerras del Pacífico y del Chaco. También se puede ver las tumbas de los poetas Franz Tamayo y Oscar Alfaro. El 8 de noviembre es la festividad de las Ñatitas, cuando se veneran los cráneos humanos con flores, cigarrillos, coca y alcohol en agradecimiento a los difuntos por favores concedidos. En la última, más de 30 artistas pintaron murales relacionados con la muerte y todavía se pueden ver en las paredes del cementerio. Todos los días, de 8.30 a 17.
Miradores. En los alrededores de La Paz hay cuatro miradores con amplias vistas y a todos es posible llegar con transporte público: Laikakota (en la autopista La Paz-El Alto), Killi Killi (fue utilizado por los aborígenes como sitio estratético), J’Acha Kollo (sitio antiguo y ceremonial) y J’Acha Apacheta (vistas del Illimani y Mururata).
Valle de la Luna. Extraña formación geológica de reminiscencia lunar. Buena escapada para unas horas. Está a 9 km de La Paz. Abierto de 8 a 17. T. (591) 7 8937547. Entrada, u$s 5.
Valle de las Ánimas. Un cañadón imponente y milenario, con formaciones geológicas y picos mucho más altos que una catedral. Está a unos 15 km de la ciudad y es recomendable ir con guía. Existen diferentes agencias que lo venden. Con transporte público, la mejor opción es el Puma Katari (transporte municipal), que se toma en el centro de La Paz y llega a 8 cuadras del ingreso al valle. También es posible llegar en radiotaxi.
Tiahuanaco. Hay buses que salen desde el Cementerio General a toda hora. El viaje dura poco menos de dos horas y cuesta u$s 3. También se puede tomar un tour por el día, que incluye transporte y guía y cuesta u$s 20.
Las ruinas están abiertas de 9 a 17, la visita lleva todo el día y cuesta u$ 17 (incluye el museo lítico y de cerámica). También es posible quedarse a dormir en el pueblo aledaño. Importante: llevar protector solar en cualquier época del año.
Circuitos guiados
Jeanine Blanco Arraya es una excelente guía de La Paz. Además de saber mucho sobre su ciudad, la quiere y conoce historias y rincones. Por un circuito de medio día para 2 a 3 personas cobra u$25. T: (591) 2 233 0643. jeanineblanco@lapaz.bo
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