Horacio Rodríguez Larreta se sentía confiado aquel fin de semana previo a la sesión de la Cámara de Diputados. Máximo Kirchner había convocado de manera sorpresiva a discutir el proyecto de quita de fondos a la Capital y el jefe de Gobierno porteño activó sus contactos para neutralizar la embestida. La conversación telefónica con el gobernador cordobés Juan Schiaretti lo había tranquilizado. Córdoba, provincia antikirchnerista por antonomasia, no iba a fallarle.
"Sus cuatro diputados van a jugar bien con nosotros", le comentó a Mario Negri, jefe del interbloque de Juntos por el Cambio. Negri, un radical cordobés que conoce como pocos el paño peronista de su provincia, se atrevió a desconfiar. Ese domingo llamó a Carlos Gutiérrez, el jefe del bloque de diputado de Córdoba Federal; Gutiérrez estaba exultante por el triunfo de Juan Manuel Llamosas, el intendente peronista que, en alianza con el kirchnerismo provincial, había logrado la reelección en su bastión, Río Cuarto.
Negri escuchó de Gutiérrez, mano derecha de Schiaretti, lo que él presumía. "Mario, nosotros vamos a dar quorum en la sesión y si el gobierno nacional acepta algunos cambios al proyecto, también vamos a votar a favor", le anticipó. Dicho y hecho. Al día siguiente, los cuatro diputados de Córdoba Federal ofrendaron los cuatro votos clave que necesitaba el Frente de Todos para darle un sablazo a las arcas porteñas.
Esta anécdota ilustra a las claras la dinámica que adquirió la Cámara de Diputados desde que Alberto Fernández accedió al poder. Sin mayoría propia, el oficialismo está obligado a acudir a terceras fuerzas a la hora de sancionar sus leyes y contrarrestar, así, la oposición de su principal adversario, Juntos por el Cambio. Ambos bloques se reparten, casi en partes iguales, el hemiciclo: en el medio de la grieta, una pequeña franja heterogénea y versátil de 23 legisladores que se erigen como los grandes árbitros de la compulsa. Son ellos los que, con su voto, inclinan hacia un lado o hacia el otro el fiel de la balanza.
En este juego de tácticas, Sergio Massa, el presidente de la Cámara de Diputados, cumple un papel clave. En los debates más reñidos, recae sobre él la responsabilidad de conseguir como sea aquellos 12 legisladores que le faltan al Frente de Todos para alcanzar el quorum. Las más de las veces lo logró, aún con lo justo. Sin embargo, en otras oportunidades, cuando avizoró que los votos se mostraban demasiado esquivos, el presidente de la Cámara optó por replegar a la tropa oficialista y no dar la pelea hasta un mejor momento. La estrategia de "desensillar hasta que aclare" –vieja frase peronista- le permitió a Massa disimular derrotas que se anticipaban seguras.
Sucedió, por caso, con aquel intempestivo anuncio del presidente Fernández de expropiar y estatizar la empresa Vicentin. Los primeros en alzar su voz de rechazo fueron los diputados lavagnistas de Consenso Federal; les siguieron, aunque más tarde, los representantes de Schiaretti, asediados por las protestas de los productores agropecuarios de la provincia. Sin votos, el proyecto kirchnerista ni siquiera fue presentado en el Congreso. Murió antes de nacer.
Una dinámica similar se dio con la polémica reforma judicial, una iniciativa de Fernández a la que Cristina Kirchner impuso su sello; a cuatro meses de su media sanción, aún duerme en la Cámara de Diputados. La misma suerte parece correr la reforma de la ley orgánica del Ministerio Público, pergeñada también en las usinas del Instituto Patria. Escaldados ante tanto kirchnerismo explícito, los "bloques del medio" marcaron su límite; Massa decidió entonces frenar ambas iniciativas con el argumento (o tal vez la excusa) de no poder asegurar la mayoría para aprobarlas.
Otras veces, en cambio, a Massa le facilitaron el trabajo. Fue lo que pasó con los diputados correntinos y jujeños que, con el aval de los gobernadores radicales, se desmarcaron del bloque de Juntos por el Cambio y apoyaron el presupuesto 2021.
Opositores afines y opositores críticos
No todo es lo mismo dentro del mosaico heterogéneo y versátil de 23 legisladores que se plantan en el medio del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio. En esta franja conviven legisladores que declaman ser opositores con "actitud crítica" pero que, en la práctica, han sido funcionales al oficialismo, y bloques que van regulando su autonomía según la ley que se trate, siempre bajo el tamiz de sus propias conveniencias políticas y electorales.
En la gradación de afinidad hacia el oficialismo, el primero en la escala es el interbloque Unidad Federal para el Desarrollo que preside el mendocino José Ramón. Su conformación no fue espontánea; Massa lo articuló en las sombras para garantizarle al oficialismo un puñado de votos que lo arrime al quorum propio. Ramón ganó así en visibilidad, pero al costo de ser rotulado como un aliado oficialista en un electorado mendocino cada vez más opositor al Gobierno.
Su cercanía al oficialismo –los otros días se lo vio entrar en monopatín a la Casa Rosada- le valió, también, que dos de sus integrantes pegaran un portazo: la tucumana Beatriz Ávila y Antonio Carambia, otrora aliados del interbloque Cambiemos. Desconfiados de las jugadas de Ramón –Massa, por caso, quiere gratificarlo con la presidencia de una nueva comisión bicameral-, ambos decidieron partir, aunque por diferentes caminos: Ávila constituyó su propio monobloque para preservar su posición crítica del Gobierno y Carambia se arrimó al riojano Felipe Álvarez, quien hace un mes desertó de las filas de Juntos por el Cambio por no tolerar su oposición tan intransigente al Gobierno.
Por ahora ninguno de los dos se arrojó del todo a los brazos del oficialismo; su voto fluctúa según la ley que se trate. Y de los intereses en juego.
La versatilidad de criterios también rige puertas adentro del Interbloque Federal; en distintas votaciones quedó demostrado que, ante una misma ley, sus miembros han votado de manera distinta. Los cordobeses que responden a Schiaretti, por caso, tienen como lema dar siempre quorum en las sesiones, posición que no siempre fue compartida por los lavagnistas de Consenso Federal, que oscilaron entre el acompañamiento y la oposición al Gobierno; Roberto Lavagna es su referente y fuente de consulta obligada, pero a la postre el exministro de Economía suele dejarlos en libertad de acción.
Aún con sus disensos internos, el interbloque Federal insiste en mantenerse unido y delegó en Eduardo "Bali" Bucca el trato con Massa y Máximo Kirchner, con quien trabó una fluida relación. Esto no le garantiza al oficialismo el apoyo irrestricto de la bancada: así como el salteño Andrés Zottos y el propio Bucca –ambos del PJ- tienen una actitud de cercanía, el socialista Enrique Estévez y el progresista Luis Contigiani, ambos santafecinos y opositores al gobierno peronista de Omar Perotti, marcan límites.
El abanico se completa con los diputados de izquierda Nicolás del Caño y Romina Del Plá, fieles a un electorado intransigente con el oficialismo como también con la oposición de Juntos por el Cambio. Así, oscilan entre el rechazo y la abstención de los proyectos del Gobierno. Con la neuquina Alma Sapag, del Movimiento Popular Neuquino, la relación es más amigable para el oficialismo; Massa, llevado por su confianza, la tutea y suele llamarla por su apodo "Chani", pero la diputada patagónica, si bien las más de las veces acompañó al oficialismo, en otros debates -como el impuesto a la riqueza- se plantó en contra y con críticas aún más lacerantes que las de Juntos por el Cambio. Massa aprendió entonces que no hay incondicionalidades en la Cámara baja.
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