La oposición, cada vez más perdida en su laberinto
La pérdida del poder deja secuelas de larga duración. Tanto o más que el Covid-19. Lo experimenta por estos días la dirigencia de Juntos por el Cambio, que atraviesa la crisis más profunda y compleja de resolver desde que dejó el gobierno, hace 18 meses. Por delante tiene algo más de un mes para tratar de encarrilarlo. Sin certezas a las que aferrarse.
En un espacio que siempre dijo priorizar el proyecto por sobre individualidades, la disputa por las precandidaturas que acaba de estallar dibuja con trazos precisos la magnitud de la encrucijada que enfrenta el socio dominante de la coalición antikirchnerista.
Las dimensiones del conflicto se despliegan desde lo nominal hasta lo esencial. Como manifestación de la crisis de liderazgo irresuelta, tras el fracaso en la gestión nacional, Pro ya ni siquiera puede definirse como el partido macrista. Mauricio Macri ya no es el dueño indiscutido del espacio que creó, sino parte de la discusión sobre el presente y el futuro. Sin rol, autoridad ni disposición para ubicarse por encima de las diferencias influye, interfiere y pesa, pero no define ni soluciona los conflictos.
La sombra de la crisis se proyecta así más allá del límite partidario para posarse sobre la misma coalición, cuya denominación (JxC) también está en discusión, aunque no la integración y la vocación de pertenencia de sus socios. La alteridad consigue sostener la identidad y la unidad. El aglutinante siguen siendo el antikirchnerismo y la vocación por recuperar el poder perdido. La pandemia, la economía y algunos arrestos autoritarios del oficialismo concentrados sobre la Justicia, los medios de comunicación y el sector productivo ayudan para sostener lo que tienen. Crisis de decrecimiento.
El escenario de estas horas muestra que, después del estallido de declaraciones de los halcones macristas, representados por Patricia Bullrich y Jorge Macri, se abrió un espacio de llamadas, señales y mensajes entre los distintos referentes que apenas han calmado algo las aguas. La única certeza que se ausculta es que a fin de mes debería definirse cómo se resolverá el conflicto por las candidaturas. El asunto más urgente y más ruidoso, pero no necesariamente el más relevante.
La confrontación en las urnas para definir las postulaciones en los territorios porteño y bonaerense hoy asoma con más probabilidades de concretarse que un acuerdo. Aunque muchos no tienen claros los beneficios de una u otra salida. No obstante, la firmeza y la determinación que muestra Bullrich por imponer su candidatura al frente de la lista de la coalición porteña y confinar a María Eugenia Vidal a la provincia encaminan todo hacia el choque.
“En algún momento habrá que dirimir esa interna, y tal vez es mejor que sea este año. Si a Patricia no la encuadrás ahora, imaginate lo que puede ser después con los 50 puntos que seguro va a sacar en la Capital la lista de Juntos por el Cambio”, afirma uno de los hombres más cercanos al jefe de gobierno porteño, que mira 2021 con el prisma de 2023.
La discusión desatada a través de los medios, las redes sociales y los grupos de chat internos expone una de las causas centrales del problema: Pro (para no hablar de JxC) carece de un ámbito institucionalizado, reconocido y eficaz para la resolución de diferencias y el debate (de ideas, proyectos y postulaciones). El origen, la conformación y el derrotero ascendente del macrismo desde su creación lo hacían ocioso. El trayecto descendente iniciado con las crisis de 2018 y cristalizado con la derrota electoral lo hace imprescindible. Pero la falta de tradición, ejercicio y vocación obturó esa reconversión y complica ahora la transición.
La maldición del 41 por ciento
“Para rastrear el origen de los problemas de hoy hay que remitirse al 41 por ciento de los votos alcanzado en las presidenciales de 2019, después del colapso en las PASO”, explica un agudo integrante del macrismo original que hoy guarda prudente equidistancia entre los halcones macristas y las palomas larretistas y dialoga con todos. Auténtica rara avis.
Ese resultado, considerado una gesta y una ratificación por parte del macrismo puro y duro, constituyó tanto un elemento de cohesión, con carácter de imperativo para sostener la unidad, como un cristalizador del statu quo, que suspendió el proceso de renovación o, al menos, de discusión de roles, funciones y liderazgos. Las diferencias internas sobre las candidaturas de 2019 y la estrategia electoral que precedieron a ese desenlace electoral, lejos de zanjarse o abrir un espacio de debate se consolidaron y proyectaron en el tiempo.
De un lado de la división interna quedaron entonces y permanecen hoy Macri y su núcleo duro, que reclamaba reivindicación y defensa. El peso del pasado. Al otro lado, se congregaron en torno de los que conservaban poder y responsabilidad sobre el presente los que se proyectaban hacia el futuro. Los mismos que habían cuestionado tácticas, estrategias y políticas de Macri en el último año y medio de gobierno. Horacio Rodríguez Larreta es la encarnación de esa fracción. Aunque sea más por imperio de su voluntad (o ambición) y responsabilidad institucional que por atributos naturales para el liderazgo político.
La presidencia partidaria otorgada por Macri a Bullrich (y aceptada sin objeciones por Larreta) no solo expone la importancia más que relativa que el macrismo le asigna a la estructura partidaria. Explica y realza el congelamiento del statu quo de hace dos años, que ahora cruje como glaciares en remisión. Es la expresión del proyecto defensivo del expresidente tanto como el objetivo de preservación a futuro en busca de una revancha. Algunos dueños no se retiran ni se resignan a la pasividad. Genes de la familia macrista.
La elección de Bullrich complejizó las cosas. Si Macri no ha tenido desde la pérdida del poder la vocación de constituirse en un árbitro ubicado por encima de las diferencias de proyectos, intereses o ambiciones personales, menos propensión a tales características exhibe la biografía de la titular de Pro. La defensa de sus ideas y proyectos, así como la determinación y hasta la temeridad para dar batallas, es atributo característico de la trayectoria de Bullrich desde que empezó a militar en el peronismo revolucionario y en cada etapa de su multipartidaria carrera posterior. ¿Qué incentivos tendría para cambiar ahora cuando el votante partidario más comprometido e intenso la premia con su adhesión en las encuestas? Un dilema insoluble.
El conflicto que atraviesa el mundo cambiemita no se reduce a una discusión sobre candidaturas. Ese es solo el síntoma. La diferencia de los perfiles personales de los posibles candidatos condensa diferencias tácticas y estratégicas. Las discusiones empiezan con el rol de la oposición y se proyectan hacia la identidad y el proyecto de poder y de gobierno. Si la diferencia para resolver cómo plantarse frente al kirchnerismo es una discusión que no se ha saldado, sino que se ha agravado en un año y medio, la definición sobre el proyecto, con su correspondiente narrativa de futuro, resulta una cima inalcanzable hoy.
Todo lo que hoy pueden ofrecerles a los electores es seguir siendo el dique que le ponga límites a la correntada kirchnerista. No hay cambiemita con un mínimo de honestidad intelectual que no admita que es condición necesaria, pero altamente insuficiente para encarnar un proyecto de poder. Más aún cuando enfrente tienen una coalición gobernante que tropieza, pero no se cae, que se pelea pero no se rompe, que falla pero no colapsa y que siempre tiene a mano la exculpación de la pandemia y del enorme deterioro económico-social que dejó el macrismo a su paso por el poder. A fin de cuentas, nada que altere significativamente la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo que domina la política argentina desde hace 16 años. Celebran en la Casa Rosada.
Procrastinación larretista
Eso explica el tacticismo que domina todas las discusiones puertas adentro de JxC, agravado por la procrastinación de Rodríguez Larreta respecto de su liderazgo. Su propensión a tener todo bajo control, su fobia a la confrontación, la vinculación radial con sus interlocutores y aliados, el cálculo meticuloso de cada paso y la ausencia de construcción de un espacio propio con dirigentes con peso específico y ámbitos de discusión colectivos empiezan a ser fuente de incomodidad y preocupación hasta para sus socios.
El minué de escarceos, acercamientos y simulaciones que sigue bailando con Macri es la coreografía que lo define tanto como lo expone. Ante sus dilaciones, algunos allegados empezaron a recordar la anécdota que Barack Obama cuenta en su biografía acerca de cuando el senador Ted Kennedy lo instó a no postergar su proyecto presidencial. “Tal vez pienses que no estás preparado, que lo harás cuando llegue el momento más apropiado, pero no eres tú el que elige el momento. Es el momento el que te elige a ti. O aprovechas la que puede ser tu única oportunidad o decides si estás dispuesto a vivir el resto de tu vida con la conciencia de que ya ha pasado”.
A pesar de que ya se sabe el efecto que tuvo ese consejo del último representante de la icónica dinastía política norteamericana, Larreta no da señales de alterar su cautelosa marcha, para exasperación de muchos de sus aliados.
La indefinición tiene efectos colaterales. La oposición cambiemita sigue enredada en su laberinto. Y, como escribió Borges, que de eso algo sabía, “un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres”.
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