La nueva polarización del miedo
En un cierre electoral a plena incertidumbre, la antinomia que se impone tiene que ver con el espanto que generan uno y otro candidato en distintas porciones de la población
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Entre las casi infinitas diferencias que tienen los dos candidatos y espacios políticos que se enfrentarán en el balotaje de pasado mañana hay en las vísperas solo dos coincidencias. Una es que no hay pronósticos certeros para poder predecir un resultado y la otra es que el nivel de tensión sociopolítica con el que se llega al domingo no registra antecedentes cercanos. El dilema ordenador que marcó buena parte de la campaña luego de la primera vuelta parece haber mutado. Ya no se trata de una elección polarizada entre el miedo y el enojo. Ahora, sin haber desaparecido el enojo, la antinomia que se impone sobre el final es el miedo versus el miedo. Lo corroboran consultores de opinión pública, lo admiten políticos y militantes que recorren las calles, y lo lamentan los observadores imparciales.
“Nunca había visto un nivel de crispación tan grande. Mucha violencia, por ahora, contenida. Cuando repartimos boletas, los que no las quieren, en lugar de rechazarlas y seguir de largo, nos putean. En muchos casos es gente común que se para a insultarnos, aunque también están los provocadores enviados por los dirigentes y los fogonean”, cuenta un avezado dirigente con varias campañas bravas encima y que actualmente es uno de los puntales permanentes de Sergio Massa.
“Hacer un acto es en algunos lugares un gesto de audacia o de inconsciencia. Si no, mirá lo que pasó anteayer en Ezeiza, y así en muchos otros lados”, argumenta uno de los laderos de Javier Milei con más experiencia política. Hacía referencia al acto en el que militantes peronistas, encabezados por el hijo del intendente Alejandro Granados, agredieron a seguidores del libertario. Las provocaciones están a la orden del día y, por supuesto, en el caso del espacio de Milei culpan casi con exclusividad a la militancia y la dirigencia oficialista. Aunque no faltan ciudadanos de a pie que se sienten enojados y agraviados por los libertarios y los perciben como una amenaza para sus convicciones o intereses.
Por eso, en medio de pronósticos de un resultado electoral muy apretado y de advertencias de fraude por parte de los libertarios, pese a la ausencia de antecedentes o hechos concretos que permitan darle entidad, el clima de antagonismo que ya venía registrándose ha ido en peligroso ascenso de ambos lados de la nueva grieta. Una fractura que esta vez se advierte tanto o más arraigada en la base social que en la superestructura política. Demasiado peligroso.
Las violentas y agraviantes expresiones que el propio Milei y varios de los principales dirigentes han dedicado desde el inicio de su desembarco en la política a dirigentes rivales y a casi todos los que no coincidieran con sus ideas calaron hondo y empezaron a encontrar respuestas no menos agresivas. Todo empeoró a medida que el libertario se fue consolidando como opción de poder y no ya solo como una herramienta de canalización de enojos y frustraciones con el establishment político o como un instrumento para dividir a la oposición no peronista. El pase de las dos opciones más antagónicas al balotaje nos trajo de aquellos polvos a estos lodos.
La idea de que en esta elección se juega algo más que una presidencia y un gobierno de un signo o de otro asoma como la razón dominante para exacerbar posiciones y obligar a tomar partido en defensa de un interés superior que el adversario pone en riesgo. La patria, la democracia, la libertad, el futuro, los derechos adquiridos son los valores que unos y otros creen que están en juego. No hay lugar para neutrales. Ese es el discurso dominante que pregonan, además de quienes hacen política o militan de un lado u otro, formadores de opinión, dirigentes y autoridades de los más variados estamentos.
Así, por un lado, están y se potencian el “miedo” y el rechazo que generan las manifestaciones y propuestas de los libertarios, sobre todo aquellas que cuestionan algunos acuerdos básicos de la democracia recuperada y avances en materia de derechos individuales, o las que niegan, por ejemplo, la existencia de un plan sistemático de violación de los derechos humanos durante la última dictadura militar o el cambio climático producido por la acción humana.
Para agravar, en lugar de atemperar ese clima, a lo largo de la campaña, a cada intento de morigeración o de relativización de algún dicho y propuesta insultante, cuestionable o extravagante le siguió otro motivo de escándalo, de ratificación o de radicalización de esos enunciados. El corrimiento del umbral de lo decible trasciende el plano simbólico o retórico para volverse acción. Del lado del frente, asoma y se estimula otro miedo.
El espanto a una especie de autocracia en ciernes encarnada por Massa, al abuso del poder y de los recursos del Estado como método y al fraude electoral, que se solapa con el hartazgo y el enojo por la extendida falta de respuesta y solución a muchísimas demandas y necesidades sociales a lo largo de más de una década.
El “plan platita”, que Massa en su condición de candidato, ministro y presidente de hecho lanzó para potenciar las magras chances que los resultados de su gestión podían otorgarle, más la maquinaria propagandística desplegada con recursos del Estado no solo en favor de él, sino también para descalificar al contrincante, operó como un combustible ideal para instalar temores y espectros. Finalmente, el desempeño arrollador y para muchos impiadoso de Massa en el debate presidencial terminó por facilitar campaña de este otro miedo.
La parábola social que, oportunamente, describió el sociólogo Ariel Wilkis para explicar el sustrato sobre el que germinó la primera ola libertaria y, sobre todo, anti-Estado o “anticasta”, parece haberse expandido a casi todo el universo sociopolítico. Se trata de un hilo conductor (o cadena de equivalencias, diría Ernesto Laclau) que une polos de la sociedad por “el temor a perder los privilegios por parte de unos y la percepción de otros de que no los tienen porque otros se los sustrajeron”.
En los dos espacios que se enfrentarán el domingo pueden encontrarse representantes de esos miedos y frustraciones. El carácter policlasista de ambos electorados también se explica por eso. Administrar y resolver la nueva grieta que esta campaña electoral terminó por estructurar y amplificar asoma como un enorme desafío adicional a los muchos en materia económica, política y social que ya estaban y deberá afrontar el próximo gobierno. O tal vez deban abordarse antes.
Alarmas encendidas
El clima social reinante y el comportamiento de la dirigencia encienden las alarmas de muchos estamentos frente a la jornada electoral de pasado mañana y los días posteriores. En ese contexto cabe interpretar la decisión de la Justicia de salir con celeridad a despejar las dudas sobre la transparencia y seguridad del proceso electoral que los libertarios habían instalado. Al mismo tiempo, se evalúa adoptar medidas adicionales para evitar incidentes en los lugares de votación, reconocieron desde tribunales y desde las fuerzas políticas. La paridad que dan la mayoría de las encuestas profundiza el estado de inquietud y sospecha.
El oficialismo mira con suspicacia la confianza que transmiten los libertarios y los cuatro puntos que dicen tener en su favor. Mucho más cuando esa manifestación de optimismo es seguida por la advertencia del propio Milei y los suyos que dicen: “Los votos están, lo que hay que hacer es que se cuenten y se registren”. Una forma de poner en duda preventiva la posibilidad de que el domingo las urnas no convaliden sus pronósticos y justificar una eventual no aceptación de ese resultado.
Los ruidos que todavía hasta ayer subsistían sobre el operativo de fiscalización conjunta entre La Libertad Avanza y el sector de Pro que encabezan Mauricio Macri y Patricia Bullrich agregan decibeles a la contaminación sonora ya existente. Del otro lado, las sospechas abundan respecto de la capacidad de la estructura oficialista para mejorar las chances de Massa. La cautela que el candidato y, sobre todo, los suyos expresan sobre el resultado es interpretada solo como un llamado a que los punteros y militantes no se confíen y no escatimen recursos y esfuerzos el domingo al servicio de la causa. La manifestación cada vez más escuchada de que en una elección apretada el aparato termina siendo decisivo es interpretada desde la perspectiva más espuria.
No obstante, hay algunas señales concretas que podrían explicar la cautela. No solo que ninguna encuesta permite al oficialismo confiar por anticipado en un triunfo. Un intendente peronista del conurbano con mucha experiencia en campañas admite que todavía no se advierte que la maquinaria vaya a estar a pleno por parte de quienes ya resolvieron su futuro político o por parte de algunos oficialistas que desconfían del candidato y temen por su futuro.
La reaparición de Máximo Kirchner anteayer al lado de dos intendentes volátiles del conurbano fue un llamado de alerta. Lo mismo que el anuncio del viaje de su madre a Nápoles inmediatamente después del balotaje para dar una de sus clases magistrales. El tema que abordará refuerza prevenciones: “La insatisfacción democrática”.
A eso se suma que, en los últimos días, referentes del peronismo bonaerense y empresarios cercanos a ese espacio advirtieron que en sectores sociales que habitualmente votaban al oficialismo el enojo con el Gobierno y con la dirigencia política tradicional no disminuyó, sino que se consolidó. A eso se añadió el nuevo miedo a otro gobierno que no dé respuestas y consolide privilegios de la “casta”. Testimonios de esa naturaleza se escucharon ayer en boca de representantes de pequeñas y medianas empresas que apoyan a Massa en el almuerzo del Consejo Interamericano del Comercio y la Producción.
En ese círculo rojo ayer ampliado, el candidato oficialista cosechó más aplausos que su rival. Paradojas de esta elección. El pronóstico meteorológico augura un clima casi perfecto para el domingo. En el plano político no hay tantas certezas. Sobran los miedos, los rechazos y la incertidumbre. A 40 años de la recuperación de la democracia.
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