La nueva obsesión que guía los pasos de Milei
El Presidente posterga las grandes reformas para después de las elecciones de 2025; la guerra con el Senado, el sueño de domar a la Corte y la mira en los servicios de inteligencia
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Los presidentes argentinos de las últimas décadas reciben al asumir una banda, un bastón y la obligación agobiante de atender una emergencia. Ante el peso de esa carga, las personalidades más dispares tienden a repetir una serie de conductas similares, como si acataran un libro de instrucciones no escrito cuya primera regla aconseja postergar los grandes ideales para después de la próxima elección.
Javier Milei, sin dudas el más dogmático de los líderes de la democracia argentina, transita aceleradamente ese proceso de adaptación a lo que él llama “el mundo real”. Despotrica contra los “idiotas” que le miden “el liberalismo en sangre” después de la intervención en los precios de las prepagas que significó una abierta enmienda a su DNU bíblico de diciembre. Y habla con insistencia del 2025, como el verdadero punto de partida de la transformación radical de la Argentina que él propone.
Acaso por el carácter religioso que le asigna a su misión, se siente conminado a explicar sus transgresiones. El viernes, en el hotel Llao Llao, le dijo a un grupo de empresarios de primera línea: “Las reformas que no podamos meter ahora las vamos a meter el 11 de diciembre de 2025. Y tengo 3000 más”. Sobre los que se oponen y lo condicionan desde el Congreso, advirtió: “Los vamos a arrasar en las elecciones. Los vamos a aplastar directamente”.
No hay reunión en la que no desnude esta obsesión. Desgrana números de encuestas, repite la idea de que si hoy fueran las elecciones ganaría en primera vuelta y se vanagloria de estar jubilando a una porción de la dirigencia política que a su juicio constituye el amplísimo espectro del “socialismo”, en el que rejunta a peronistas, radicales, trotskistas y liberales de centro.
Cierta tendencia al adanismo impide a los libertarios ver un patrón histórico en la conducta del Presidente. Milei, como les pasó a casi todos sus antecesores, vive el presente como una transición hacia el país que prometió. Es lógico entonces que el índice más relevante sea el de su imagen positiva, sin la cual se complica el camino en este desierto de urgencias. Mucho más en él que en ninguno de los gobernantes previos: nadie asumió con una minoría institucional tan abrumadora.
El consumo de encuestas en la Casa Rosada es proporcional a esa carencia. La popularidad de Milei navega por encima de la barrera del 50% pese a la magnitud del ajuste económico que encaró al asumir. El Gobierno lo muestra como un triunfo cultural: algo así como la aceptación de la sociedad de que es necesario sufrir para salir adelante. Pero, ¿es realmente así?
La pregunta angustia a integrantes de la primera línea del Gobierno. La recesión está apenas en la primera fase y en los próximos días se espera otra ola de protesta en las calles.
El caso de las prepagas tuvo la fuerza de una crisis, cuando a Milei le mostraron un menú de sondeos que mostraban el rechazo a la suba de las cuotas entre sus votantes en el balotaje.
La desregulación de los precios de la medicina privada no solo fue un artículo clave del DNU 70. Se exhibía como una demostración empírica de las tesis libertarias. En enero, en Davos, Milei condenó toda intervención estatal en la formación de precios y afirmó: “So pretexto de un supuesto fallo de mercado se introducen regulaciones que lo único que generan es distorsiones en el sistema de precios, que impiden el cálculo económico, y en consecuencia el ahorro, la inversión y el crecimiento”.
Hasta hace un mes el vocero Manuel Adorni defendía la liberación de precios de las prepagas: “Vos no podés vivir en un país distorsionado. Detrás de un precio regulado, del otro lado tenés escasez”.
Dos semanas atrás, ya lanzado a frenar los aumentos que agujerearon los presupuestos de la clase media y media alta, Milei dijo que él no aprieta empresarios con “una pistola sobre la mesa”, como hacía Guillermo Moreno, pero que iba a convencerlos con argumentos fijar precios con criterios razonables.
Al final se impuso un morenismo sin armas. La orden de recalcular los precios y el reclamo judicial para que se devuelve lo cobrado por encima de lo que el Gobierno considera válido fue la mayor señal de pragmatismo desde que Milei asumió la Presidencia. Le hizo caso al ministro Luis Caputo y desairó al autor de las tablas de la ley, Federico Sturzenegger.
Milei asimiló el cortocircuito ideológico. Aprovechó su discurso en el foro Llao Llao para reconectar con el asesor económico disruptivo que fue, como si pudiera disociarse de la investidura presidencial. “El que fuga es un héroe”, dijo hablando del cepo al dólar. Y alentó a operar en el mercado negro, ante un coro de risas de los empresarios, muchos de los cuales viajaron desde sus residencias en Uruguay.
No lo incomoda ni la desmesura ni la contradicción. En la semana que empieza anunciará con pompa de Estado que el primer trimestre del año terminó con superávit fiscal, conseguido en gran medida gracias a la recaudación del impuesto PAIS, que se funda en las restricciones cambiarias.
En el mismo discurso retomó la metáfora de Moisés para pedirles a los empresarios más afines a su Gobierno que además de aplaudirlo y ponerse gorritas de las Fuerzas del Cielo (como hizo Cristiano Ratazzi) arriesguen plata en la Argentina. Les dijo que tienen que hacer como los judíos cuando escapaban de los egipcios y se arrojaron al Mar Rojo antes de que Dios abriera las aguas. “Muchachos, en algún momento van a tener que poner las pelotas, van a tener que invertir, se van a tener que jugar para que se abran las aguas y seamos libres”.
La voz de la conciencia
En contactos informales, el Presidente insistió en resaltar los números fiscales y su visión de que la inflación “se cae como un piano”. Es otro rasgo que lo emparenta con sus antecesores: la costumbre de celebrar batallas en plena guerra.
Domingo Cavallo, que actúa como una voz de la conciencia del gobierno libertario, ha dicho que el índice de precios puede llegar a un dígito en abril, pero es muy probable que se estacione en una meseta del orden del 8 o 9% mensual durante un período largo. También ha puesto el dedo en la llaga de la política cambiaria, al resaltar la idea de que el dólar se está atrasando con la actual regla de devaluaciones del 2% mensual que ejecuta el Banco Central.
Milei se enfurece con ese diagnóstico. Pero en el Gobierno preocupa lo que percibe como una resistencia del campo a liquidar divisas con el tipo de cambio actual. La devaluación en Brasil y los efectos de la crisis de Medio Oriente amenazan con amargar la fiesta de datos macro alentadores.
El ministro Caputo recogió elogios del Fondo Monetario Internacional (FMI) pero vuelve a la Argentina sin dinero fresco que le permita avanzar pronto en un levantamiento del cepo cambiario. Por cuerda separada, la Cancillería intenta enmendar los desplantes presidenciales a China ante el peligro de que el régimen comunista decida no renovar el tramo del swap de monedas que vence en junio.
La consistencia (o no) del plan económico fue tema de discusión en Bariloche antes de la llegada de Milei. Hay dudas sobre el diseño técnico, pero muchas más sobre la tolerancia social. Si el caso de las prepagas resultó un toque de atención, falta conocer el impacto de las subas de tarifas de servicios públicos y el riesgo de un repunte del desempleo a raíz de la recesión en curso.
El escándalo del Senado
Milei se esmeró en su discurso en desgranar números de encuestas, siempre con la tesis de que está liderando un cambio cultural. El hilo conductor fue la promesa de esa tierra prometida que vislumbra más allá de diciembre de 2025. Los “egipcios” son los políticos opositores. La “casta”, que acababa de darle un regalo valiosísimo.
El Leajet oficial que lo llevó el jueves a Bariloche fue una fiesta. La noticia del aumento de las dietas de los senadores superior al 100%, votado a mano alzada y con flagrante disimulo, parecía una obra satírica que hubiera escrito Santiago Caputo, el virtual ministro del relato.
En el Gobierno sabían que la votación iba a ocurrir y esperaban agazapados para denunciar el hecho consumado. La movida se había gestado como una reacción indignada al decreto que le cambió el rango y le subió el sueldo al vocero Adorni.
El acuerdo se discutió en voz baja adentro de todos los bloques desde el miércoles. Hubo algunos reparos, pero nadie rompió el pacto corporativo para descongelar los sueldos. El trámite en el recinto duró menos de dos minutos, nadie habló una palabra, no se mencionó qué se estaba votando y se aprobó a mano alzada. Las formas agravaron el fondo.
“Así se mueve la casta”, escribió Milei minutos después de que se consumara el aumento. Salvó a sus siete senadores, pese a que uno de ellos firmó la resolución y el resto consintió la decisión sin siquiera expresar su oposición para que constara en actas. La filosofía del “si pasa, pasa”. Milei evitó también reabrir heridas con la vicepresidenta Victoria Villarruel.
El tuit enojó a los senadores del Pro. Luis Juez le transmitió en privado su malestar. El Presidente corrigió en un segundo tuit y puso a salvo de la furia anticasta a los macristas.
En la metralleta de acusaciones por redes sociales, el Presidente llegó a difundir en redes el dibujo de un recinto legislativo lleno de ratas con la mano en alto.
DESCRIPCIÓN PERFECTA pic.twitter.com/bhcdiLvza8
— Javier Milei (@JMilei) April 19, 2024
Ese mensaje cayó como una bomba en el Congreso, donde el Gobierno espera sacar en las próximas semanas lo que quedó de la Ley de Bases. “Venimos bien, pero con cosas como estas nadie sabe cuándo se puede trabar”, dice uno de los legisladores que más trabajó para que el proyecto avance.
En Diputados debería aprobarse en los primeros días de mayo. El Senado es una incógnita. El peronismo se abroquela como un bloque de resistencia al que le faltan solo 4 votos para impedir cualquier iniciativa. El ataque sistemático a Martín Lousteau abre dudas sobre un sector del radicalismo. En los bloques minoritarios se acumulan los indignados. Incluso algunos que fueron aliados recientes, como Juan Carlos Romero, que en diciembre jugó como aglutinador de una mayoría favorable al Gobierno y ahora fue impulsor clave del aumento de dietas.
Milei le baja el precio al Congreso. Insiste en que es más importante “dejar expuestos” a los que no quieren el cambio que aprobar las reformas que él promueve. Juega con el miedo al escarnio público que paraliza a los derrotados en 2023.
Sin embargo, su gente se mueve con inquietud. Santiago Caputo está cada vez más activo en la rosca política. Trajina despachos y casas de dirigentes opositores y sindicalistas para tejer una red de apoyos, en previsión de que vienen curvas. “Hay conciencia de que necesitamos mostrar gobernabilidad. Javier hace su trabajo y nosotros el nuestro”, explica otro funcionario que incursiona en campo rival.
El encuentro de Milei con el pragmatismo lo llevó a abandonar la idea de moverse en aviones de línea por razones de seguridad. Lo mismo le pasó a Fernando de la Rúa en los albores del siglo.
También empieza a afianzarse un interés creciente por los servicios de inteligencia, área en la que ya incursiona Karina Milei y no solo el jefe de Gabinete, Nicolás Posse. En el Congreso atribuyen a movimientos de los servicios el origen de las recurrentes peleas entre libertarios cuyos motivos reales nunca terminan de salir a la luz.
La jugada de promover a Ariel Lijo en la Corte conecta con la idea de un cambio de régimen que se afiance después de 2025. En el Gobierno admiten que no tienen urgencia con designarlo. La aritmética oficialista imagina un tándem Ricardo Lorenzetti-Lijo que permita de mínima bloquear fallos desfavorables cuando en diciembre se retire por cuestiones de edad Juan Carlos Maqueda. Una Corte de cuatro, con el empate asegurado y que no sea obstáculo. En la Casa Rosada admiten como simbólica la postulación de Manuel García Mansilla para reemplazar a Maqueda: “El que interesa es Lijo”.
El sueño de la Justicia propia parece un rasgo que viene con el traje de presidente argentino, al igual que la adicción a las encuestas de imagen, la expectativa obsesiva por ganar la siguiente elección y la fascinación por los servicios de inteligencia. Disruptivo como ningún otro, Milei enfrenta el desafío de romper otra regla que hasta ahora se cumplió a rajatabla: la ansiada transformación definitiva se diluye siempre en las penurias del presente continuo.
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