La “no injerencia” selectiva de la política exterior argentina
Las declaraciones de Bielsa sobre Chile se suman a la intervención directa del Gobierno en procesos electorales, mientras hace silencio ante la realidad en Cuba, Venezuela o Nicaragua, amparado en que no debe opinar sobre asuntos internos de otros estados
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El gobierno de Alberto Fernández podría sumar a los manuales de la diplomacia un neologismo que, en los hechos, viene aplicando desde hace rato: el de la “no injerencia selectiva” en asuntos internos de otros países, según el tinte ideológico que predomine en cada uno de ellos.
En enero, el Presidente felicitó a Joe Biden por su triunfo cuando todavía se resolvían planteos de irregularidades y reclamos de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos (y después le dijo a Biden en persona, en el G-20, que lo había alegrado ese resultado). En junio, le ofreció una calurosa salutación presidencial al peruano Pedro Castillo cuando aún Keiko Fujimori peleaba contra él en el conteo del ballotage en ese país. Fueron dos evidentes mojones y antecedentes directos de las críticas que el embajador en Chile, Rafael Bielsa, hizo este lunes a José Antonio Kast, ganador de la primera vuelta en las elecciones de ayer en Chile, a quien el diplomático calificó de “pinochetista y rupturista”, cuando todavía resta el ballotage del 19 de diciembre para saber si será o no el próximo mandatario del país vecino.
La lista de “injerencias selectivas” tiene muchos otros antecedentes: Bolivia y la disputa judicial contra el “golpe” contra Evo Morales, motorizada por el embajador Ariel Basteiro; Ecuador y el apoyo al candidato opositor contra Guillermo Lasso; Colombia y las críticas abiertas a la represión de revueltas por parte del gobierno de Iván Duque. Y choca con el precepto de “no intervenir” en Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde se registraron evidentes violaciones a los derechos humanos en manifestaciones populares y elecciones generales, sin que la Argentina las haya denunciado.
“Venezuela sufrió un fuerte asedio de intervencionismo (…) por lo que hay una apreciación sesgada de lo que son las violaciones a los derechos humanos en determinados países”, dijo el embajador argentino en la OEA, Carlos Raimundi, en su recordado discurso en ese organismo en el que evitó cuestionar al régimen de Nicolás Maduro.
Más allá de las críticas puntuales a Raimundi -un “librepensador”, según lo definen integrantes de la diplomacia albertista, que solo por ahora conservará su cargo-, el Gobierno apuesta al “diálogo” en Venezuela y también en Nicaragua, adonde acaba de regresar el embajador Daniel Mateo Capitanich sin que Daniel Ortega haya dado señal alguna de liberar a los dirigentes opositores encarcelados antes de las elecciones de la semana pasada. La tardía condena a Nicaragua en la OEA -previa al regreso del embajador argentino en Managua- podría conectarse (aunque el Gobierno lo niegue) con la necesidad de normalizar las relaciones con ese país, cuyo voto negativo impidió que Fernández fuera consagrado en septiembre como titular de la Celac en la reunión de ese organismo en México, en septiembre pasado.
Las calificaciones que Bielsa hizo de las declaraciones, y aún de los planes futuros de Kast, enojaron a más de un integrante del Gobierno (que intentó despegarse de sus dichos) y complican un hipotético relacionamiento argentino con un candidato votado por los chilenos. Sorprendieron también del otro lado de la cordillera, donde veían con buenos ojos los vínculos forjados entre Fernández y el actual presidente, Sebastián Piñera, más allá de los abismos ideológicos que los separan.
Entre la ansiedad por quedar bien con “los del mismo palo” y la necesidad de diferenciarse de “la derecha”, la política exterior nacional navega en la utilización selectiva del principio de no intervención, rasgos que sin duda asombrarían a excancilleres defensores de esa doctrina, como Luis María Drago o Carlos Saavedra Lamas, allá lejos y hace tiempo.
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