La necesidad de reaccionar antes de que sea muy tarde
La seguidilla de anuncios de compañías transnacionales de transporte, servicios o industriales que dejan el país así como el cierre de empresas locales no son una anécdota de la pandemia ni un "mal global", sino un punto de inflexión de algo que está ocurriendo en la Argentina. Se trata de un derrumbe de lo que se llama el stock de capital reproductivo de la economía.
Tema árido y poco "tangible" en el día a día. No es el dólar ni la inflación, pero es clave. Lo que pasa hoy en el stock de capital reproductivo de la economía determinará junto a la dotación de trabajo el crecimiento futuro de la economía. El concepto engloba maquinarias, equipos, tecnología, plantas industriales, transporte, construcciones, logística, infraestructura, equipamiento del campo, del sector minero y petrolero, etc. Son los denominados "fierros" que entierra mayoritariamente el sector privado a riesgo.
Lo grave es que este stock de capital reproductivo se está contrayendo a una tasa anual que triplica a la que se contraía durante la hiperinflación (1988-89) o al doble de la crisis de 2002. En estas magnitudes, no es un fenómeno corriente. Puede verificar ralentizaciones o mejoras a lo largo de la historia, pero las caídas que estamos observando se verifican solo en momentos de megacrisis, de allí la extrema gravedad. Además, dejan secuelas y requieren condiciones muy particulares para restaurar los niveles previos. No es que "rebotan" y ya.
En los 70 el crecimiento promedio anual del stock de capital reproductivo fue del 4,5%; los 80 fueron de constante declinación con derrumbe al final (en la híper); en los 90 (pos-híper 1990) creció fuerte al 4,8% anual; en los 2000 (hasta el 2011) mantuvo un ritmo de crecimiento bueno del 3,7% anual, declinante. A partir de 2012 hasta 2019 baja a menos del 1%. En los últimos dos años de ese ciclo de estanflación arraigada (crisis de 2018-19) ya eran de caída en el stock.
Este stock es dependiente y se mueve de acuerdo con la tasa de inversión que se verifica en la economía. En el extremo cuando cae a niveles insuficientes para compensar la propia depreciación de los bienes de capital que conforman el stock, entonces se derrumba. Ocurre cuando no se arregla siquiera lo que se deteriora ni se reemplaza lo obsoleto. Esta es la decadencia que entra por los ojos del hombre común. Se nota aun intuitiva y callejeramente. El país "va para atrás".
La pandemia profundizó pero además blanqueó la trayectoria declinante de la tasa de inversión. Solo en grandes crisis no se cubre ni la depreciación. En la hiperinflación de 1989-90, en 2001-02, y ahora. Como se dijo, ahora mucho peor. Para volver aunque sea a la tasa de inversión mínima que había en 2017 se requeriría para los próximos dos o tres años una inversión flujo (en equipos, tecnología, infraestructura) que tendría que crecer a tasas promedio del 30/40% por año. Y está cayendo.
Este encadenamiento inversión-stock de capital-crecimiento es ineludible para crecer. Después de las megacrisis 1989-90 o 2002, el encadenamiento se dio. A comienzos de los 90 el shock de "enterrar fierros" duplicó la tasa de inversión desde 11% a casi 20% del PBI por varios años. La base fue un cambio de régimen, reformas estructurales, estabilidad macro, rumbo país, bajo costo del capital. El salto inversor pos-2002, también fuerte, se dio sobre la base de la fortísima licuación fiscal previa y el ajuste externo que posibilitaron los superávits gemelos de aquellos años (fiscal y externo). Altísimos niveles de capitalización de la década anterior sin inflación más el boom de precios de materias primas y de crecimiento emergente completaron el resto. Estuvo sostenida en una alta tasa de rentabilidad empresaria heredada de la crisis, más que de nuevos ingresos de capitales de riesgo. Pero se dio.
Ahora bien, para entender la dimensión completa y el porqué del estancamiento argentino, hay que sumar al deterioro del stock de capital y la insuficiencia de la inversión (los "fierros") otro ingrediente clave de la "fórmula del crecimiento" económico de los países: el trabajo.
Capital y trabajo son los dos determinantes básicos que hacen que una economía crezca en cualquier país del mundo y bajo el régimen político que sea (desde los EE.UU. capitalistas hasta la China comunista). No hay discusión ideológica de ninguna índole que lo ponga en duda. No entran en la "fórmula de crecimiento" (mucho menos como columna vertebral o motor) subsidios, planes sociales ni la emisión monetaria. Las políticas asistenciales son muy necesarias. Indispensables en determinados momentos, hay que defenderlas, hacerlas eficientes, que lleguen a donde tienen que llegar sin corrupción y adecuada gestión. Aun en crecimiento, porque el derrame per se llega a la sociedad muchas veces fuera de los tiempos que las urgencias sociales lo requieren. No obstante, estas políticas activas no son, de ninguna manera, un sustituto para la fórmula del crecimiento. Esto tiene que quedar muy claro en la sociedad. En el hombre común.
Al igual que el stock de capital, el trabajo en la Argentina está cayendo en calidad y cantidad: en lo que va del año, alrededor de un millón de puestos de trabajo, pasando el empleo total de unos 19,5 a 18,5 millones de personas. Este golpe, mezcla de crisis macro propia y pandemia, se inscribe también dentro de una trayectoria de deterioro estructural. Casi desde 2007 no se crea trabajo asalariado formal privado en la Argentina, merced a lo cual estos ya representan apenas "poco más de un cuarto" de la población económicamente activa y en condiciones de trabajar (5,8 versus 21 millones de personas). Están por debajo de los trabajadores asalariados informales (que se estiman en casi 7 millones de personas). El grueso del resto del empleo lo completan el sector público (3,2 millones) y los monotributistas-autónomos (1,9 millones). En este deterioro estructural están, además de la constante inestabilidad macroeconómica, el modelo de relaciones laborales de la Argentina, que han configurado un patrón imposible para el "factor trabajo" privado formal de la fórmula de crecimiento.
Explicadas las determinantes de la función de crecimiento podemos definir qué es el producto potencial. Este refiere al nivel más alto de PBI real que podría ser alcanzado y sostenido en el largo plazo por un país al utilizar de la manera más eficiente los dos factores de producción (capital y trabajo) con los que cuenta. O sea, da la tendencia de crecimiento posible dados la cantidad y el estado de sus factores productivos. Por lo tanto, si el Gobierno quiere "cebar la demanda" más allá de esas posibilidades o hacer política expansiva berreta, termina básicamente recogiendo inflación. Si el objetivo es crecer, no queda otra que revisar los determinantes de la inversión y el empleo. Magia de repartir lo que no existe no hay. En ese caso, se repartirá decadencia.
Aquí es donde entra de lleno la macro, de corto, mediano y largo plazo. Tienen un rol central el equilibrio fiscal, la presión tributaria (de nada vale un fisco equilibrado con un sector privado asfixiado), la política monetaria y cambiaria, el acceso a los mercados de capital y su costo (riesgo país) no para financiar gasto corriente, etc.
Pero pesa muchísimo también el "rumbo país". Esto va desde lo institucional, el respeto a la propiedad privada, las reglas de juego, la competencia, las relaciones fiscales con las provincias, la política exterior y las relaciones internacionales. Las clases dirigentes de la Argentina deben aprender esta lección. Y decir la verdad, recuperar el crédito. Caso contrario, no hay salida inclusiva. Mucho menos, sustentable.
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