"La mujer siempre impulsa la paz, al revés que el hombre"
Según la historiadora Lucía Gálvez, su misión es cambiar la cultura social
“La mujer tiene una misión de alcance universal y es infundir su espíritu pacífico en la política y en la cultura de la sociedad. Al revés que el hombre, la mujer es, por naturaleza, propulsora de la paz”, dice Lucía Gálvez, autora de numerosos ensayos históricos, muchos de ellos sobre las mujeres criollas.
Sostiene, además: “Las épocas de crisis son propicias para la libertad y para la realización de la mujer, ya que, en la adversidad, la mujer no solamente lucha a la par del varón, sino que muchas veces lo aventaja cuando las circunstancias ponen a prueba su temple y su capacidad ilimitada de abnegación”.
Aparte de sus estudios dedicados a la mujer, Gálvez escribió, entre otros libros, un ensayo sobre la proeza cultural de los jesuitas en América y otro sobre la labor civilizadora de la masonería en el siglo XIX.
“Contra lo que suele creerse, la masonería fue clave en el logro de nuestra unidad nacional, aunque es algo que hoy todavía no se reconoce. Hay que pensar que Derqui, Urquiza y Mitre, todos ellos presidentes de la República Argentina, obtuvieron en una reunión histórica el grado 33 de la masonería, que es el rango mayor que puede obtenerse en esa sociedad, según el rito masón escocés."
Lucía Gálvez es licenciada en Historia y nieta del célebre escritor Manuel Gálvez. Egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires con diploma de honor. Ha dictado cursos y conferencias en todo el país y es autora, entre otros elogiados ensayos históricos, de "Mujeres de la conquista", "Guaraníes y jesuitas", "Las mil y una historias de América" e "Historias de amor de la historia argentina".
-¿Cuál es, para usted, la misión particular de la mujer en el siglo XXI?
-La mujer, por su natural propensión a la paz, tiene la especial misión de infundir su espíritu conciliador a la política y la cultura social de todo el mundo. Se me dirá que basta con mencionar a Margaret Thatcher para invalidar esta idea, pero la Dama de Hierro es, precisamente, la excepción que confirma la regla. Ahora bien: el ejemplo paradigmático de que la mujer promueve la paz en vez de la guerra es que en los matriarcados antiguos imperaba la paz. En Creta, cuyas deidades principales eran femeninas, no había murallas, ni armas, ni ejércitos. Se adoraba, sobre todo, a la diosa de la agricultura y no al dios de la guerra. Más aún: las figurillas de ese período son de mujeres sonrientes que danzan o trabajan la tierra, y no de guerreros. Esto nos habla del espíritu pacífico y hogareño de la mujer, contrario a la naturaleza belicosa y expansionista del varón.
-¿Qué provocó el fin del matriarcado?
-La llegada de los indoeuropeos a las cuencas del Mediterráneo, con sus dioses masculinos guerreros.
-¿Cuál es la situación actual de la mujer argentina en lo que respecta a su lugar en la sociedad, y a su relación con el varón?
-Aunque parezca extraño, el tiempo actual es muy propicio para que la mujer acentúe su influencia en la sociedad, porque vivimos tiempos de crisis en muy diversos órdenes: económico, político, moral, etcétera. Y cuando hay crisis también hay mayor igualdad entre la mujer y el hombre. En cambio, cuando la sociedad se aburguesa, la mujer es encerrada y aislada de la vida social. Una vez más, la historia nos sirve de ejemplo. Fíjese que en la Edad Media, que fue una época inestable, la mujer no estuvo sojuzgada, como se cree comúnmente, sino que gozó de libertades incluso mayores que las de las mujeres modernas. Y en la época de la colonia española, que para nosotros fue una especie de Edad Media, ocurrió lo mismo. En cambio, en el Renacimiento, que fue un período de prosperidad, la mujer estuvo recluida en el hogar...
-¿Con qué intención escribió un libro sobre las mujeres de la patria?
-Lo hice para exaltar el espíritu de esas mujeres. Se olvida que las mujeres criollas de antaño trabajaban a la par de los hombres, que hacían viajes esforzados con sus hijos a cuestas, que fundaban ciudades, que peleaban Sólo en el siglo XVIII la libertad de la mujer sufrió un retroceso, y fue cuando la autoridad paterna se fortaleció, por la influencia del absolutismo europeo en América. Carlos III, por ejemplo, determinó que las hijas tenían que pedir permiso al padre para contraer matrimonio. Después llegaron las guerras de independencia, en las que la mujer tuvo una acción importante, sobre todo en el Noroeste, donde las más osadas actuaron incluso como espías.
-¿De modo que la lucha por la independencia coincidió con la lucha de la mujer por su libertad individual?
-De algún modo sí, y ahí tenemos como ejemplo a Mariquita Sánchez de Thompson, que le hizo juicio a su madre para poder casarse con el hombre que ella amaba y que, a la vez, tuvo un papel protagónico en la gesta de Mayo. Sus cartas personales son un ejemplo de carácter y de ese típico desparpajo de la mujer criolla tan admirado por los viajeros que pasaban por Buenos Aires en aquellos días tempestuosos. Claro que el mito de la superioridad masculina todavía estaba presente en aquel entonces, y la mujer no había logrado tener libertad plena. Más aún: no tardaría en llegar el peor momento de la mujer, el de la época victoriana, en la que se la colocaría en un altar como a un objeto de lujo.
-¿El dicho del novelista francés Honorato de Balzac: "La mujer es una esclava a la que hay que saber sentar en un trono", corresponde a ese período?
-Sí. Con el advenimiento de la moral victoriana, las criollas valientes y desprejuiciadas se fueron convirtiendo en las niñas estiradas del Centenario, rígidas, manejadas por institutrices y monjas francesas. Pero esa sujeción no fue privativa de las clases altas. En los diarios anarquistas de fines del siglo XIX se denunciaba que la peor situación era la de la mujer pobre, porque no sólo estaba obligada a ser mujer del hogar, sino a asegurar el sustento con trabajos fuera de la casa. Pero unas y otras, pobres y ricas, tenían que cuidarse mucho de no cometer deslices, porque se exponían a la condena social y al escarnio público. Y a propósito de la palabra "público", es de notar que en ese tiempo un hombre público era un hombre de vida social rica, mientras que una mujer pública era lo que sabemos.
-¿Cuándo queda atrás la época victoriana, con su puritanismo y su hipocresía?
-Después de las dos guerras mundiales, las mujeres demostraron que no había nada que no pudieran hacer: fueron aviadoras, choferes, científicas y puede decirse que en lo único que no hubo jamás vocaciones femeninas fue para el oficio de verdugo y para el de matarife. Siempre estamos hablando de Occidente, por supuesto...
-¿Qué mujer de la historia argentina encarna, para usted, las virtudes esenciales de la mujer criolla?
-Mariquita Sánchez, que nació en 1786 y murió en 1868. Conocemos mucho de ella por sus cartas. Era una persona aguda y alegre, interesada por todo lo que sucedía en su tiempo, y tenía una desfachatez muy criolla. Se casó antes de las invasiones inglesas, siendo muy joven, y con el mismo afán con que luchó por ser dueña de su destino buscó que la mujer tuviera acceso a la educación igual que el varón, argumentando que una mujer inculta estaba condenada a una situación de inferioridad social y conyugal.
-En su último libro, usted intenta cambiar la visión negativa que muchos tienen sobre la masonería en nuestro país.
-Hoy se ha olvidado que la masonería ayudó a la cohesión nacional. Fue en el Club del Progreso, en 1869, donde Santiago Derqui, presidente de la República en ese momento, Justo José de Urquiza, que acababa de serlo, y Bartolomé Mitre, que pronto lo sería, recibieron el grado 33 de la masonería, que es el rango máximo de esa sociedad. Fueron los masones los que, en aras de la unidad nacional, promovieron la libertad de culto, tan necesaria para que los extranjeros no católicos pudieran integrarse en nuestro país, sobre todo los anglosajones protestantes. Pero también fue muy importante la labor altruista de los masones. Cuando acá se sufrió el azote de la fiebre amarilla, ellos crearon una fundación para asistir a los enfermos, y algunos fueron víctimas de la peste, lo mismo que el doctor Argerich. Pero lo que hay que destacar es que muchísimos de nuestros próceres y hombres de letras fueron masones, como Mitre, Sarmiento, Wilde, y que esto no tenía nada que ver con adoptar posturas antirreligiosas o ateas. Eso sí: no eran clericales y detestaban la injerencia de la Iglesia en el Estado.
-¿Cree que el Opus Dei opera al modo de las antiguas sociedades secretas?
-No conozco al Opus Dei a fondo. Sí puedo decirle que en España se lo llamaba "la masonería blanca", porque tenía una metodología semejante a esa sociedad.
-¿Y cuál era esa metodología?
-La ayuda mutua, el afán por ocupar cargos políticos y el celo por la privacidad.
-¿De modo que el poder, para ser eficiente, debe tener raíces bien enterradas?
-De eso fue acusada la masonería, precisamente: de no operar de una manera clara y descubierta. La gran crítica era: si sus actos son tan buenos, ¿por qué no los realizan a plena luz del día? Pero no hay que olvidar que la afición al secreto se debe al origen mismo de la masonería. En la Edad Media, cuando se empezaron a hacer las catedrales, se formaron los gremios de los albañiles, que debían preservar los secretos de la construcción. Había técnicas secretas para hacer una ojiva, un vitral, una torre Y estaba prohibido divulgar esos secretos.
-¿El símbolo masón del ojo encerrado en un triángulo que figura en los billetes de un dólar representa el poder vigilante de la masonería?
-Ese símbolo es, más bien, una representación de lo divino, porque los masones, como le decía, no son ateos. Prueba de esto es que ese símbolo está no sólo en el billete de un dólar, sino también en la capilla del Palacio de San José, de Urquiza, en Entre Ríos.
-Además de la masonería, ¿qué otra organización fue importante para la consolidación de nuestra identidad?
-La orden de los jesuitas, que a principios del siglo XVII fundó una universidad en Córdoba y colegios en numerosas ciudades. Pero éste fue sólo el primer milagro realizado por los jesuitas en nuestras tierras. El segundo fue haber logrado la utopía del Mercosur en la cuenca del Plata: durante más de cien años, esos hombres abnegados llevaron a cabo una labor ingente, que dio origen a las misiones jesuíticas, cuyas ruinas todavía pueden admirarse. Esos cien años de paz y trabajo van desde la batalla de Mbororé, en 1649 (el primer triunfo de los criollos sobre los brasileños), hasta las guerras guaraníticas de 1750. Dieciséis años después los jesuitas fueron expulsados y las misiones desaparecieron. Pero hay un tercer milagro en nuestra historia, y es el despegue de la economía y la educación que va de 1860 a 1920. Esos años demuestran que la Argentina es capaz de superarse a sí misma, pero también que es la única responsable de su decadencia actual.
-¿Cuál es, para usted, la causa de esa decadencia?
-El descuido de la educación, por supuesto. Todos esos niños pobres y hambrientos que hoy se ven en las calles y que deberían estar en las escuelas públicas, ¿cree que estarían donde están si Sarmiento o Urquiza fueran presidentes de la República?
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