La motosierra y el riesgo de que se quede sin pilas
Bullrich amenaza con llevar la pelea contra las castas, en plural, a niveles que el libertario esquiva, como el del sindicalismo hegemónico de Barrionuevo y Moyano
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Octubre todavía está lejos, pero el triunfo en Chaco le acaba de aportar a Patricia Bullrich bocanadas de oxígeno. La candidata presidencial de Juntos por el Cambio acaba de recuperar terreno en el campo de batalla que mejor domina: el de la confrontación cuerpo a cuerpo con la casta, sí, como Javier Milei, pero distinto. Algo así como un reencuentro con esa identidad que consolidó como ministra de Seguridad, que le permitió su pase a la competencia por la presidencia y que quedó desinflada luego de las PASO, ante la sorpresa arrolladora de Milei.
Entre el domingo de victoria electoral histórica sobre el kirchnerismo y este lunes se la vio despeinada a lo Bullrich, a cara lavada y con ropa informal. Casi como de fajina militar, pero en versión civil.
El partido Bullrich-Milei se juega ahora, sin vueltas, en el territorio de las castas, en plural. Bullrich le arrebata la consigna a Milei y se anima a llevarla a niveles que el libertario esquiva: el del sindicalismo hegemónico, como Barrionuevo y Moyano, el de los empresarios socios de un Estado cuestionado, modelo Eurnekian, el exjefe de Milei, y el del kirchnerismo, endémico modelo Capitanich y los Emerenciano.
Para Milei, la casta es una, la de los políticos que han ocupado cargos en el Estado. Para Bullrich, las castas son varias. Ahora la campaña electoral entró en el formato batalla campal para demostrar quién es “más hombre” en eso de enfrentar a los factores de poder real.
Cuál es la casta
Ahí Bullrich puede tener una oportunidad. Ahí Milei puede empezar a encontrar problemas. El realismo del desembarco de Bullrich en el barrio Emerenciano Sena deja como una pose adolescente a la motosierra sin cadena de Milei. La motosierra libertaria corre el riesgo de quedarse sin pila como metáfora identitaria. Un elemento de utilería sin consecuencias concretas. Un entretenimiento de niños sin responsabilidades reales. La cosa ahora se juega, en cambio, en una confrontación de bravuras sobre un suelo real.
¿Cuánto anticipa el triunfo de Juntos por el Cambio en Chaco el resultado de la presidencial de octubre? La experiencia de las PASO no le permite a JxC darse por victorioso en la elección general: los votos favorables en las provincias se mostraron reticentes a nivel nacional. Pero la derrota de Capitanich acaba de cambiar el tono de Bullrich. El reencuentro con su perfil es clave: con eso no alcanza, pero sin eso no podría. No alcanza para asegurarle hoy una victoria presidencial futura, pero sin la recuperación de su autoconfianza de candidata Bullrich se enfrentaba a una reducción segura de sus chances electorales. La candidata parece haber superado ese obstáculo esencial en la búsqueda de su voz perdida.
Primero, lo intentó con la incorporación de Carlos Melconian para disputarle a Milei firmeza económica y apariciones viralizables en su mismo terreno, la macro. Ese experimento tuvo resultados, pero con costos: en la pantalla del televisor, Bullrich empezó a quedar opacada no ya por Milei, sino por Melconian, que traduce la economía al lenguaje del barrio a toda velocidad. Melconian le metió algunos goles al libertario. Pero Bullrich pareció achicarse como candidata y mirar el partido desde afuera: su imagen presidenciable no levantó todo el vuelo que pretendían ella y su equipo.
Después, llegó la Operación Kovadloff, demasiado imprecisa y blanda en tiempos de demanda de destrucción y reconstrucción disruptiva. No aportó y complicó a Bullrich a la hora de explicar el rol del filósofo Kovadloff en un eventual gobierno: en lugar de autoridad, las respuestas la mostraron desorientada. Bullrich buscó el humanismo de una futura gestión en el lugar equivocado.
Bullrich y la causa feminista
Lo acaba de encontrar por otros medios. Chaco fue su oportunidad: en esa provincia, confluyen dos causas que se vuelven cada vez más centrales en la propuesta de Bullrich. Por un lado, su voluntad de “destruir al kirchnerismo” como ideología política, tal como lo viene enunciando. Detrás de esa consigna, hay un razonamiento: que no tiene sentido poner como enemigo central a Milei, porque el enemigo que viene condicionando estructuralmente a la Argentina es el kirchnerismo. En ese esquema conceptual, el kirchnerismo también atraviesa a Milei: de máxima, Milei y Massa están unidos por un pacto político secreto; y como mínimo, Milei funcionará como una colectora del kirchnerismo en la medida en que rehúye un enfrentamiento abierto con las estructuras de poder que habilitaron la hegemonía kirchnerista, por ejemplo, los sindicalistas. Al contrario, el mileísmo los justifica y sube massistas a su construcción política.
“¿No es casta este?”, le preguntó Jonathan Viale a Milei en relación con Barrionuevo. “En primer lugar, digamos, o sea, las asociaciones sindicales tienen la lógica de los sindicatos. Yo soy otro poder; por lo tanto, no tengo por qué estar metiéndome”, respondió Milei, en una pirueta discursiva que dejó de lado la pérdida de libertades de los trabajadores que supone la lógica sindical actual.
En ese punto, Bullrich dio con un argumento para su construcción electoral: negar el carácter “disruptivo” de Milei, tal como sostuvo en una entrevista en Radio con Vos. “No creo que la oferta de Milei sea disruptiva. Tampoco veo como disruptivos a los actores que hoy se están acercando a Milei, como Barrionuevo”, dijo.
La otra causa bullrichista que estuvo en juego en el Chaco es su voluntad de volverse representación de un feminismo de menos consignas y de mayor realismo. La contundencia con la que condenó el asesinato de Cecilia Strzyzowski y la complicidad política del aparato de poder de Capitanich en el empoderamiento ilegal de Sena la diferencian de Milei.
“Es una tragedia”, definió el libertario en A dos voces, en plena conmoción por las circunstancias del asesinato, pero se calzó el traje de sociólogo, dejó a un costado las definiciones brutales a las que apela cuando quiere dejar en claro cuáles son sus enemigos y optó por hacer redistribucionismo de responsabilidades: “Es una degradación de los valores de la sociedad, porque este tipo de crímenes significa que hay un deterioro del tejido social enorme”. En la misma respuesta, sin conexión lógica, rescató la figura de Sergio Berni y volvió a su latiguillo de “la gente cansada de los políticos”. No hubo cuestionamiento al vínculo de Capitanich y Sena.
La aparición de Bullrich en el barrio Emerenciano fue una escena política cargada de sentido. La candidata hizo tres cosas en un solo acto: primero, buscó mostrar el alcance de esa bravura por la que compite con Milei y fue a marcarle la cancha a la “casta piquetera” de Sena y su gente en su terreno; segundo, buscó desarmar la lógica de una doble legalidad: “Yo puedo andar en mi patria como quiera”, contestó cuando intentaron echarla del barrio y, finalmente, planteó sin vueltas el nudo de la cuestión, el crimen perpetrado por el clan Sena: “Quiero denunciar al asesino de Emerenciano”.
El encuentro estuvo cargado de tensión y de acusaciones: “Asesina”, la llamaron tres mujeres del barrio, vinculadas con Sena, en confrontación con la candidata por la muerte de Santiago Maldonado. Ese tipo de encontronazos también tiene sus riesgos para Bullrich, parecidos a los que corre Milei cuando sobregira su violencia: que en el encuentro con su identidad de carácter y firmeza Bullrich se pase de rosca.
El peligro es que se aleje del humanismo codificado en un feminismo realista, capaz de denunciar decididamente un femicidio político o que pone el foco en políticas de igualdad para las mujeres. Pero deja de lado la burocracia de un ministerio puntual. Sin la templanza, la firmeza, su respuesta política a la motosierra de Milei puede funcionarle en contra. Una hipótesis para sostener la chance electoral de Bullrich se basa en el apoyo del voto femenino, el más reacio al voto libertario. Ese voto estaría basado en un rechazo a la gestualidad violenta de Milei. El desafío de Bullrich es competirle a Milei en carácter, sin alejar a esas votantes.
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