La militancia celebró y lloró como si fuese la despedida de Cristina Kirchner
Miles de militantes coparon la Plaza de los Dos Congresos; seguían la transmisión en directo, por momentos, bajo la lluvia; se escuchaban críticas a los opositores
"¡La vi, la vi, no lo puedo creer!". La señora, ataviada en una bandera argentina, le grita a su teléfono y no puede contener las lágrimas. Intenta explicarle su emoción a alguien del otro lado de la línea. ¿Su marido, un hijo, alguna amiga? "Esto es histórico", le dice, con la voz entrecortada.
Llovizna en avenida Callao al 200 y la presidenta Cristina Kirchner acaba de pasar frente a los ojos de la señora del teléfono y también frente a cientos de personas que la esperaron detrás de una valla durante las más de tres horas que duró su discurso.
Entre la alegría por la adoración a su referente política y la nostalgia por un ciclo que termina en diciembre, así pasó el 1M, como el kirchnerismo bautizó al último mensaje de la Presidenta ante el Congreso.
La militancia y los seguidores del oficialismo coparon las inmediaciones del Parlamento, en una clara demostración de fuerza propia, diez días después del llamado 18F, cuando una multitud marchó a la Casa Rosada en homenaje al fallecido fiscal Alberto Nisman.
La jornada empezó temprano para los militantes. Tres horas antes del mediodía, la Plaza de los Dos Congresos ya estaba a medio llenar. En un año de elecciones, no faltó el proselitismo: en el cielo flotaban decenas de globos, en las vallas y entre los árboles colgaban cientos de banderas y en las calles todos llevaban el color y/o el nombre de alguna agrupación oficialista.
La Cámpora, Movimiento Evita, Kolina, Tupac Amaru, Miles, Martín Fierro, Nuevo Encuentro, entre cientos de otras, se mezclaban con consignas del Smata, la CTA de Hugo Yasky, el sindicato de trabajadores de televisión y grupos reducidos que alentaban las candidaturas de Daniel Scioli, Florencio Randazzo, Agustín Rossi. Hasta los intendentes dieron el presente: el quilmeño Francisco "Barba" Gutiérrez instaló un puesto donde entregaban agua fría y caliente, y Patricio Mussi se mostró en cientos de carteles. En los alrededores al Congreso, este cronista pudo ver estacionados decenas de colectivos de distintas líneas y de escolares.
Pero también hubo familias, parejas y grupos de amigos de todas las edades que se acercaron por convicción propia. "Esto es una fiesta, espero que lo cuentes", le pidió a este periodista una joven de 28 años, de la zona del Abasto.
"Vinimos porque apoyamos el proyecto y porque la queremos a Cristina", le dijo a LA NACION Carlos, de 40 años, que estaba con su mujer y sus dos pequeños hijos.
"Vinimos porque apoyamos el proyecto y porque la queremos a Cristina", le dijo a LA NACION Carlos, de 40 años, que estaba con su mujer y sus dos pequeños hijos.
En el 1M no faltó el merchandising kirchnerista y una oferta culinaria variada. Pines y remeras con la cara de Néstor Kirchner podían conseguirse por 10 y 80 pesos, respectivamente. Choripanes, hamburguesas, sánguches de salame y queso, gaseosas y cervezas costaban entre 20 y 35 pesos.
"Ahí está, ahí está", le indicó una mujer a su marido cuando vio en una de las pantallas gigantes que Cristina Kirchner se bajaba del auto oficial y entraba al Congreso a las 12.13. La plaza estalló en aplausos, cánticos y ruido de bombos y redoblantes. En los altoparlantes se escuchó la versión rockera de Divididos de Tengo, un clásico de Sandro.
Dos banderas gigantescas adornaban ambos costados de la fachada del Congreso. A la derecha, estaba la cara de Cristina. A la izquierda, la de Néstor, levantando un pulgar, la misma que ya estuvo en una Asamblea Legislativa anterior dentro del recinto de Diputados.
Celebración a los propios, silbidos a los ajenos
La celebración kirchnerista había empezado. En la primera hora del acto, LA NACION contabilizó que, al menos 70 pasajes del discurso de Cristina, fueron aplaudidos.
Abucheos y silbidos quedaron para los legisladores opositores, cuando eran ponchados por las cámaras de la transmisión oficial. "Buuuu", gritaron varios cuando se mostró a los radicales Ernesto Sanz y Gerardo Morales. "¡Dejá de dormir!", le dedicó una joven a la imagen de Sergio Massa, cuando el líder del Frente Renovador fue filmado mientras se rascaba la barbilla.
A medida que la Presidenta repasaba datos y estadísticas, y hablaba sobre economía, políticas sociales, educación y salud, la multitud, que también ocupaba toda la Avenida de Mayo hasta la 9 de Julio, permanecía en su mayoría en sus lugares. Apenas había movimiento en las calles aledañas.
La algarabía kirchnerista se hizo presente cuando Cristina defendió su papel ante la causa AMIA, habló de Alberto Nisman y le apuntó a la Justicia.
Cada frase fue celebrada como un gol. "Miralo a Lorenzetti. Ya no sabe cómo acomodarse en su silla", comentó Jorge, de 37 años, de Lanús, cuando la jefa de Estado criticó a la Corte Suprema.
Y cuando cerró su intervención diciendo que al próximo presidente le "dejaba un país incómodo para los dirigentes, pero cómodo para el pueblo", otra vez volvieron a retumbar bombas de estruendos, cánticos y fuegos artificiales.
Pasadas las 16, la lluvia -que fue intermitente durante la tarde- se hizo copiosa durante unos minutos. "Estamos acá y sin paraguas. ¡Y acá nos quedamos!", gritó una señora, criticando a los que asistieron al 18F, donde los paraguas se convirtieron en un símbolo por la fuerte lluvia que cayó ese día.
"Impresionante. Tiene papeles con números, pero improvisa todo. Como Fidel Castro y [Hugo] Chávez", se sorprendió una mujer, luego de las más de tres horas en las que habló la Presidenta.
Justo en ese momento Cristina dejó el Parlamento y se subió a la parte de atrás de una combi blanca, que encaró por Callao.
El vehículo avanzaba despacio, mientras Cristina saludaba con sus manos una y otra vez. A su lado, apretados dentro de la camioneta, la imitaban el titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, que nunca dejó de alzar los dedos en "V", y el flamante secretario general de la Presidencia, Eduardo "Wado" de Pedro. "Cristina, Cristina", le gritaban los manifestantes, mientras alzaban sus manos para que la Presidenta los tocara, cual fanáticos que adoran a una rockstar.
"Impresionante. Tiene papeles con números, pero improvisa todo. Como Fidel Castro y [Hugo] Chávez", se sorprendió una mujer, luego de las más de tres horas en las que habló la Presidenta.
A su lado, un señor de 50 años, lloraba y, a su manera, hacía explícita la sensación de muchos kirchneristas, a sabiendas de que había pasado el último discurso en el Congreso del mandato de Cristina: "Siento mucha emoción, nunca en mi vida vi esto".
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