La Matanza: crónica ardiente de una batalla descarnada por la capital del peronismo
En Laferrère, corazón del distrito, se da una disputa entre barrabravas contratados para la campaña y el aparato del PJ local, una máquina perfecta de ganar elecciones; la interna Domínguez-Aníbal, en el centro de la pelea
Con paso eléctrico y desordenado, como si fueran hormigas, caminan con una pila de papeletas azules bajo el brazo. En grupos de a cuatro, dos por vereda, tocan timbre en las casas, entran en los comercios, encaran a cada persona con la que se cruzan. Partieron de la esquina de Piedrabuena y Marcos Paz, a 5 cuadras de la estación de Laferrère, y se pierden en el interior de barrios desangelados, donde casas bajas se resguardan detrás de rejas mal terminadas y alambrados vencidos.
–¿Sabe quién es el candidato a intendente de Aníbal Fernández?–. Campera deportiva y gorra con visera, Andrés Escalante es el cabecilla del grupo. Con buenos modales interroga a una quiosquera, que hace una mueca con los labios y niega con la cabeza. –El candidato se llama Heraldo Cayuqueo, es el jefe de la Uocra de acá, de La Matanza– agrega él, antes de entregarle una boleta, agradecer con una rápida inclinación del cuerpo y seguir su ruta. No hay tiempo para distracciones. Cada minuto cuenta.
Como el resto del grupo, Escalante no tiene experiencia en las tareas de "rastrillaje". Así se conoce en el submundo de la política a la distribución de la boleta puerta a puerta. Con 34 años y 6 hijos, estaba desocupado hasta hace dos meses, cuando recibió una oferta para participar, a cambio de 500 pesos mensuales, en el último tramo de la campaña. Lo aceptó como un trabajo temporal. Para él y sus colegas hay una fecha mucho más importante que el 9 de agosto. Una semana después volverán a la cancha de Deportivo Laferrère, cerrada desde marzo, tras un choque violento entre la hinchada y la policía. Escalante y sus compañeros son los capos de la barrabrava.
Es una de las escenas de pornografía electoral que regalan las horas finales de la campaña, a sólo 15 minutos de la ciudad de Buenos Aires. Es como si al cruzar la frontera, la política se despojara de sus disfraces, dejara de lado los discursos prefabricados y se exhibiera, sin pudores, totalmente al desnudo.
En La Matanza se juega una batalla donde el Estado municipal y las cooperativas del programa Argentina Trabaja se ponen a disposición del aparato del PJ local, una máquina perfecta de ganar elecciones. Es una pelea en la que paredones y postes de luz son territorios en disputa, y las boletas, municiones de una guerra sin cuartel por el control de los votos. Es una lucha con dialecto propio, en el que términos como "etiquetado", "panal de abejas" y "blanqueado" se resignifican en clave de campaña. Es un enfrentamiento descarnado para adueñarse de la capital del peronismo.
Con casi 1.800.000 habitantes y una superficie de 325 kilómetros cuadrados, La Matanza es, en términos electorales, la octava "provincia" del país: tiene 889.901 votantes. Más un tercio de ellos vive en Laferrère, la localidad más postergada del distrito. Así como La Matanza es la capital del peronismo, Laferrère es el corazón de La Matanza.
En sus calles se entrecruzan las dos peleas que capturan la atención del PJ bonaerense y desvelan a la Casa Rosada: la disputa entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez por ver quién será el candidato a gobernador por el Frente para la Victoria (FPV), y la primaria entre Cayuqueo y Verónica Magario, para definir el candidato a intendente. Las dos contiendas se unifican en un solo nombre: Fernando Espinoza, jefe comunal desde 2005 y compañero de fórmula de Domínguez.
"Fernando", como lo llaman en las pintadas que cubren la gran mayoría de los paredones de La Matanza, es también el conductor del PJ local. Con cuadros muy capacitados y una estructura que replica el formato militar, es una máquina aceitada que no conoce la derrota en las urnas. Ese cuerpo, que volverá a ponerse a prueba pasado mañana, está en plena ebullición y sus secretos quedan a la vista.
Lo compruebo en el interior de la unidad básica de la agrupación Renacer Justicialista, sobre la avenida Luro. En la vereda hay un cartel hecho a mano que invita: "Hay padrones. Pase". Sobre un tablón de madera de casi diez metros de largo, un grupo de militantes dobla miles de boletas para entregarlas en los rastrillajes. Con movimientos mecánicos y simultáneos, como en una coreografía, pliegan las papeletas como si fueran expertos del origami. Siempre les queda igual: de un lado la foto de Espinoza con Domínguez; del otro, la de Magario. Daniel Scioli y Carlos Zannini quedan escondidos en los pliegues interiores. Lo que cuenta ahora es ganar la interna.
En ese lugar, donde los afiches azul y naranja relucientes se combinan con imágenes en sepia de Perón y Evita, se dictó horas antes un curso de capacitación para fiscales. En un pizarrón todavía quedaron anotadas las instrucciones principales. "7.30. Escuela. 1° obj: pte de mesa", dice una de ellas. Me lo explica horas después Omar Olivera, el jefe de otras de las unidades básicas. Los fiscales son enviados a la escuela donde están empadronados y tienen que ubicarse primeros en la fila de votantes para que, ante la eventual ausencia del presidente de mesa, puedan ser designados como reemplazantes. Qué mejor que tener un presidente de mesa propio. Una jugada maestra de la máquina de ganar.
Este domingo el PJ de Espinoza va a desplegar a 5800 fiscales para cubrir las 2931 mesas del distrito, repartidas en 317 escuelas. Además de un fiscal por mesa, dispone de un encargado y de tres fiscales generales por escuela. Junto con tres juegos de certificados de escrutinio, cada fiscal de mesa estará provisto de su credencial identificatoria y de un "panal de abejas". Así le llaman a una planilla que lleva impresos tantos números como votantes habilitados y que sirve para llevar un control en forma sencilla de los electores que van votando.
El operativo se define desde el comando central de campaña, que tiene a su cargo los diferentes subcomandos, como en el Ejército. Sólo en Laferrère hay siete subcomandos. Cada uno coordina las tareas de fiscalización, movilización, propaganda y organización.
Uno de los que pliegan las boletas en la unidad básica de la agrupación Renacer es Ramón Acevedo, un morocho bajo y macizo conocido como "El Moncho". Sexto candidato suplente en la lista de concejales, es el letrista del grupo de pintadas. Apenas termina de doblar las boletas se sube a la caja de una camioneta Ford Deluxe destartalada, con tres ayudantes, para ir a "tapar" un paredón de una esquina cercana a la estación. Coordinada al detalle, la tarea les lleva cinco minutos. Mientras el primero hace el blanqueado, el segundo avanza con las letras, y el tercero y el cuarto se encargan del color y el sombreado. Cuando terminan la pared dice: "Fernando vicegobernador. Verónica intendente". En el medio la firma: "El Moncho".
Con 50 años, Acevedo se dedica a las pintadas desde su adolescencia. Cuenta que en campaña pinta hasta cinco veces la misma pared durante una semana. Por la gran competencia, hay grupos que salen a la madrugada para que sus pintadas resistan hasta la hora en que la gente sale a trabajar. "El Moncho" dice que el final de la campaña es tranquilo, pese a que en el arranque se temió lo peor. Fue cuando la barra brava de Laferrère, enfrentada con Espinoza, decidió declarar la guerra por el control de los paredones. Lo hizo por medio de una advertencia: "Acá no se pinta", escribió en todas las paredes.
La historia también me la cuenta Roy Pastrana, el anterior jefe de la barra brava, hoy dedicado al negocio de las combis que trasladan pasajeros de la estación al centro porteño. "Nosotros ya lo habíamos hecho en elecciones anteriores. Fue una forma de quejarnos contra los políticos que se acuerdan de Laferrère sólo cuando hay que votar", me dice, vestido con una camiserta de los Pumas, la misma que llevó al Mundial de Sudáfrica 2010. Con un handy en la mano derecha, despacha las camionetas que salen para la Capital. Es mediodía, la vereda está repleta de gente y no hay peligros a la vista, pero Roy me advierte que todo cambia cuando baja el sol y que él está preparado para todo. Entonces, toma una mochila que cuelga de un poste de luz y saca un hacha de su interior. Me la muestra, encoge los hombros y me dice: "Yo no tengo problema".
La zona de la estación es un terriotorio clave en las horas finales de la campaña. Sede de un área comercial alborotada, con negocios que ofrecen su mercadería en las veredas, por ahí transita a diario buena parte de los trabajadores de Laferrère. En una plazoleta de cemento, Espinoza colocó dos gazebos azules, donde se reparte la boleta y un CD con los spot de campaña. Además del tren, las combis y los colectivos, de ahí salen "Los Pioneros", una flota de autos viejos, en su mayoría Ford Falcon, que funcionan como remises comunitarios para acercar a los vecinos a los barrios alejados.
Uno de ellos es "El 26", llamado así por su cercanía a ese kilómetro de la ruta 3. Llego ahí al día siguiente, para reunirme con los encargados de la campaña de Cayuqueo. Uno de ellos es Escalante, que convoca a sus compañeros en una casa de la calle Zinny. El jardín delantero está repleto de chatarra y tiene un establo improvisado con tablones, en el que asoma un caballo. El hall de entrada de la vivienda, sólo iluminado por la luz que entra por la puerta, está ocupado casi por completo por montañas de boletas de Aníbal y Cayuqueo. "Él nos ayudó mucho –dice Escalante sobre el jefe de la Uocra local–. Nos dio trabajo y nosotros estamos apoyándolo a él."
Sin preguntas de por medio, Escalante cuenta que son un grupo de 30 personas que encabeza La Barra de Laferrère, como se conoce a la banda que lidera la hinchada del club hace tres años. El enfrentamiento con Espinoza no se limita a esta campaña. Lo acusan por el choque que protagonizaron en marzo con la policía bonarense. Terminó con la cancha clausurada, once detenidos y un uniformado al borde de la muerte, por hundimiento de cráneo. Ellos aseguran que desde que se hicieron cargo de la tribuna se acabaron las internas y los robos. Del barrio "El 26" salen para terminar las tareas de rastrillaje. La falta de experiencia política de los barrabravas queda expuesta al ver el trabajo que hace el PJ de Espinoza.
–¡Dos sí y un no!– dicta a los gritos Cristina Zárate, mientras surca a toda velocidad la calle Alagón, del barrio El Porvenir. La siguen dos chicas que anotan todo en una planilla. Cooperativista del programa Argentina Trabaja, casada, con cuatro hijos, Cristina tiene 25 personas a cargo y es la jefa del rastrillaje en 54 manzanas. A metros del arroyo Dupuy, es zona de calles de tierra, regadas de cascotes y zanjas a la vista.
Es el tercero y último rastrillaje que se practica en el barrio. Además del reparto de la boleta se hace el "etiquetado". Así se le dice a la distribución de un papel del tamaño de una tarjeta donde figura el nombre del votante, la dirección y el nombre de la escuela donde vota. La idea es facilitarle todo al vecino: que sólo tenga que ir y poner la boleta que se le entrega en mano.
–Buen día, cielo. Te molesto un segundo nada más– Cristina encara a una vecina que sale de su casa y le suelta las tres preguntas que figuran en la planilla: ¿Sabe que Daniel Scioli es nuestro candidato a presidente? ¿Sabe que Julián Domínguez y Fernando Espinoza son nuestra fórmula para la provincia? ¿Sabe que nuestra candidata a intendente es mujer y es Verónica Magario? –Es una señora linda, rubia– Cristina agrega información sobre Magario, ante la cara de desconcierto de la vecina.
La planilla también tiene casillero para indicar el apellido de la familia y si la boleta fue "bien" o "mal" recibida. Antes de seguir con el rastrillaje, Cristina suelta una última pregunta: "¿Apoya a los candidatos del FPV?". Todo queda registrado en las planillas. En la esquina, Cristina estudia sus papeles, hace cuentas y arriesga un pronóstico: dice que el domingo van a tener el apoyo del 95% de los vecinos de El Porvenir. Su parte del trabajo estará cumplida.
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