La massificación del kirchnerismo
A cada problema económico Massa lo convierte en una moneda política, pero cada trueque genera el efecto contrario: siguen faltando dólares, se avecina una recesión, no baja la inflación, las reservas se escapan
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El kirchnerismo económico enfrenta ahora dos problemas centrales. Son consecuencia de la massificación de la economía que abraza el Frente de Todos: una economía en la que pretende corregir cada variable macroeconómica con una lógica micro de toma y daca para cada sector y se termina por perjudicar al conjunto. Por un lado, el problema de una economía con la manta cortísima, más que corta. Por otro lado, el problema de la contradicción: mientras que, por derecha, el kirchnerismo se massifica, por izquierda, el kirchnerismo se cristiniza. Con el neomassismo, el discurso, sobre todo, y la gestión, aunque menos, se “derechiza”. Hay ajuste cuando con Martín Guzmán hubo gasto y hay discurso “racional” ante empresarios que, ante la militancia, el cristinismo contradice. El resultado es la incertidumbre y la inmovilidad en un presente continuo que no termina de despejar dudas hacia el futuro. La Argentina, sin rumbo. Girando como un hámster sobre una rueda sin avanzar un paso.
Al desafío de la complejidad, el ministro de Economía, Sergio Massa, le responde con la sobresimplificación de las soluciones económicas. A cada problema económico Massa lo convierte en una moneda política: la gestión reducida a una negociación de prestaciones y contraprestaciones, dólar soja por reservas, por ejemplo, o inversiones en Vaca Muerta por cepo light o más dólares a cambio de derechos para importar insumos. Sin atender a que cada trueque genera el efecto contrario: siguen faltando dólares, se avecina una recesión, no baja la inflación, las reservas se escapan. A la “derechización” que implica la vía Massa y su pragmatismo el kirchnerismo le responde con el disimulo de la cristinización, que insiste en la construcción de enemigos morales, también en la economía.
En este punto, lo complejo de la economía no es una excusa para renunciar a su gestión. Se responde con un “es más complejo” como modo de evitar una toma de posición clara o una decisión con sus costos. Al contrario, lo complejo es sinónimo de sistémico: quiere decir que cuando se manipula una variable, hay efectos colaterales por todos lados. La complejidad económica demanda gestión política: la cuestión es qué sentido de la política hay detrás del pragmatismo negociador del massismo económico.
Su fama de político astuto lo acompañó en su desembarco en Economía. Un “ministro político”, se planteaba hace un siglo, cuatro meses, cuando fue designado. Había dudas sobre si un hombre político sin formación económica profunda podría encarar los desafíos de una macro enredada al infinito y en situación delicadísima. Massa hizo lo que sabe: hizo política con la economía. Transformó la macro en escenario político. Lo mismo que hizo Cristina Kirchner en su último año de presidenta cuando aumentó el déficit un punto del PBI para apoyar el camino electoral de Scioli. El déficit convertido en variable política. “En vista de las elecciones presidenciales, decidí aumentar el déficit”, reconoció en Sinceramente. “Me causa gracia cuando dicen que no apoyé a Scioli. ¡Aumenté 1 punto el déficit fiscal para inyectar recursos a la economía! ¡Mi Dios!”, insistió.
El primer objetivo del Massa ministro de Economía es político en ese mismo sentido de superficie, el de político electoral. Es decir, el toqueteo de la economía en función de un objetivo sectorial partidario y de corto plazo, sin pensar en las consecuencias sistémicas.
Aunque Massa sabe que el control de precios, por sí solo, no funciona para contener la inflación y un día lo explicita, a los pocos días se decide, precisamente, por un nuevo plan de control de precios: los precios “cuidados” ahora son “justos”. El objetivo final es no tocar el precio más crítico de la economía: el del tipo de cambio. La meta es mínima: que la rueda del hámster siga girando al menos hasta las elecciones.
La política como camino para sintetizar los conflictos en pugna y resolver constructivamente el choque de variables macro y de pretensiones sectoriales opuestas es una entelequia. Cuando parece que administra conflictos, lo que hace Massa es sostener el dique mientras el agua se acumula del otro lado.
En ese esquema conceptual de Massa, la gestión económica reduce la complejidad y sólo reconoce un norte: la negociación cara a cara para hacer sentir el poder; el intercambio de privilegios por beneficios para el gobierno; el control y la represión de las variables. La contracara de esa manera de concebir la gestión económica es, por un lado, el borramiento de una racionalidad abstracta que tiene como ventaja una dispersión del poder de cada actor, el Estado, el gobierno, los particulares. Por otro lado, la pérdida de un libertad mayor garantizada por la dispersión del control: el anonimato del mercado implica que las fuerzas en tensión se ecualizan. No quiere decir que el Estado no tenga un rol, que lo tiene, pero quiere decir que los gobiernos no tienen piedra libre para el juego sin límites de la discrecionalidad. El efecto Massa opera en sentido contrario: la construcción de un orden económico jerárquico y disciplinar donde el poder político está en la cumbre y concede, o no. Sobre todo, interviene.
Ayer, el secretario de Economía del Conocimiento, Ariel Sujarchuk, sorprendió con una nueva idea: la creación de una empresa estatal para el desarrollo del software. La sola concepción de la idea, con semejante nivel de intervención del Estado para ordenar e incentivar a uno de los sectores más dinámicos y con más futuro, es una muestra de las sinapsis que se conectan en esta etapa de kirchnerismo massificado. La massificación de la economía supone un aumento de la subordinación obligada a la discrecionalidad del gobierno. El proyecto de Sujarchuk, de concretarse, terminará desplegando un nuevo escenario donde ejercer esa arbitrariedad improductiva.
En ese esquema, a la larga todos pierden: la Argentina pierde. Vaca Muerta es un ejemplo: se presenta como tabla de salvación de la macro y viene logrando sortear la grieta, pero se encuentra con obstáculos creados por la política económica en modo Massa. Ahora se suma otro desafío: no queda claro que Massa y su versión de la economía como negociación de privilegios con los privilegiados pueda administrar con astucia reclamos de nuevo orden, los derechos ancestrales sobre esas tierras y el derecho al agua de los pobladores de la región, que resisten la explotación vía fracking. Hubo piquetes ayer a la puerta de Vaca Muerta que trabaron la operación.
En esta lógica, a pesar de todo, hay ganadores coyunturales: los que aprovechan mejor la brecha del tipo de cambio, por ejemplo, sectores empresariales con llegada aceitada a la gestión económica. También, el oficialismo y sus manejo discrecionales de las cajas del Estado cuando los tiempos electorales también están recibiendo un envión.
Si no es la sobresimplificación de la complejidad, el problema es la contradicción. No es un problema nuevo en el kirchnerismo: desde su llegada al poder, el kirchnerismo encuentra contradicciones entre el Presidente y la vicepresidenta; entre las palabras que el Presidente pronuncia un día y las que pronuncia al día siguiente o entre las del presente y las de su pasado. La contradicción de la economía massificada es de otro orden precisamente por las expectativas con las que llegó Massa: mayor racionalidad y mejor comprensión de la lógica empresaria. Como Eduardo “Wado” de Pedro, Massa estuvo en el Cisyp, que reúne a algunos de los empresarios más poderosos, con la racionalidad empresaria en su bolsillo. “Las elecciones no se ganan con expansión fiscal, esa idea, hoy, atrasa un poco”, dijo en uno de los enunciados más contradictorios de los últimos tiempos del kirchnerismo massificado y del kirchnerismo en general. Un hito.
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