La marcha de las piedras: testimonios de dolor y angustia frente a la quinta de Olivos
En medio del silencio, familiares de las víctimas de Covid-19 recordaron a sus seres queridos y pidieron no olvidarlos, con sus nombres grabados sobre piedras
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En medio de un clima de dolor, “la marcha de las piedras” llegó hasta la quinta de Olivos y la Casa Rosada. Frente a la residencia presidencial, origen del reciente escándalo por las visitas y festejos en medio del aislamiento estricto, los familiares de fallecidos por Covid-19 recordaron entre lágrimas a los suyos. El silencio, entrecortado por aplausos, imperaba en medio de los manifestantes, mientras desde las calles cercanas llegaba el eco de las bocinas de protesta.
“Yo no sabía si venir o no, pero es la forma que encontré para hacerle un homenaje a mi viejo”, dice todavía con lágrimas en los ojos Rodrigo Ballester. Llegó con una piedra y al apoyarla se quedó unos cinco minutos arrodillado, sosteniendo su cabeza mientras lloraba. “Todos compartimos la falta de luto. Esta foto se la voy a mandar a mis hermanos que viven lejos y no pudieron venir”, cuenta el hombre, que ronda los 50 años, y agrega: “Yo soy papá de tres hijos, sé que la vida sigue pero es muy dolorosa la falta de sensibilidad. A mi papá me lo dieron en una cajita y no lo pude despedir”.
“Nosotros estábamos internados cuando nos enteremos que falleció mi mamá”, cuenta Andrea Piamonte, que vino acompañada de su madrina, la única hermana de Alicia, que tenía 77 años cuando falleció por coronavirus en abril: “Fue terrible. Nunca más la vimos. Tampoco pudimos hablar”. Su papá de 81 años quedó aislado, solo en su casa, ya que su otro hijo también estaba internado. “Esto es un acto doble. La representa a mi mamá porque esa caja que nos dieron no la representa. Y, además, es un reclamo. Para mí esto es negligencia, no querer comprar vacunas es negligencia”, agregaron las dos mujeres.
María de los Ángeles llegó con sus dos hijos. Su piedra era por su papá, Miguel Silliato. “Mi papá tenía 75 años y falleció en septiembre. Soy su única hija”, recuerda, y piensa en la quinta presidencial que se levanta frente a ella: “Es una forma de que el gobierno tome conciencia de lo que hace bien y lo que hace mal”.
“El dolor no tiene palabras. Esto es muy catártico, tiene verdad. Es un ritual colectivo del dolor por eso esto no puede desaparecer”, dice Roxana con lágrimas en los ojos. La piedra que dejo tenía el nombre de Alberto, su padre, quien falleció después de estar internado tres semanas. “No tuvimos velorio, no tuvimos nada. La última vez que lo vi fue a dos metros y después era una cajita”, agrega la mujer, que llegó hasta Olivos acompañada por su marido.
“Descansen en paz, nosotros velaremos por ustedes”, exclama una mujer mientras apoya su piedra e interrumpe el silencio. Las piedras se acumulan en la puerta de la quinta presidencial y los congregados ya ocupan casi toda la cuadra.
Cada piedra tiene un nombre, una familia y una historia detrás. Algunas llegan en bolsas, traídas por los voluntarios que acercaron los recuerdos de aquellos familiares que no pudieron estar presentes.
“El dolor se hace más grande cuando sentís que se te están riendo en la cara”, dice un cartel. “Ni olvido, ni perdón”, agrega otro. Son pocos, la mayoría de los familiares vinieron solo con sus piedras y en silencio. Cada tanto, el Himno lo interrumpe. Otras veces, una tanda de aplausos.
“Solo quería decir que esto es lo más cercano que tuvimos a un velorio”, cuenta ante el móvil de LN+ una mujer, abrazada a su marido. “No lo pudimos ver en sus últimos momentos de vida: es muy cruel saber que no se respetó nuestro dolor ni el de nadie. Seguro que es lo más que podemos hacer: dejar una piedra en su nombre”, agregó. Con un hilo de voz, alcanzó a completar: “Es muy doloroso, es muy doloroso, no le pudimos dar la mano cuando se estaba muriendo. Se murió y no lo pudimos despedir, ni siquiera pudimos ver su cajón. Nada”. Su familiar, recordó, murió el 23 de julio de 2020. Menos de una semana después del festejo por el cumpleaños de la primera dama.
A pocos metros, una mujer dejaba dos piedras. “Una es por mi hermana, Sandra, 58 años. Estuvo cuatro meses en terapia intensiva. La acariciábamos con guantes de latex y el último día, cuando falleció, murió sola y la médica me pidió que me pusiera los guantes cuando ya estaba muerta y le dije que por favor me dejara tocarla por última vez. Y por mi tío, también, que falleció de Covid”, recordó.
Ante la consulta por las fotos de los festejos, dijo: “Horrible, una falta de respeto. Y lo que más temo es que no pase nada, que quede en la nada”.
Una joven de unos 30 años se sentó en el piso con un marcador y una bolsa. Se ofrecía escribir para aquellos que se habían olvidado sus piedras.
Un hombre llegó con una valija y un bolso: traía más de 70 piedras. Lavaron cada una, las pintaron de negro y escribieron en blanco los nombres con un corazón. “Fue el primer tuit de mi vida”, explica María Eugenia, su esposa, que se anotó como voluntaria para traer piedras de aquellos que no podían venir.
“Agostina tenía 26 años, era asmática y no le llegó la segunda vacuna. Silvia es la mujer de un jubilado que está deprimido”, relata, mientras señala algunas de las piedras que trajo. “Charli y Coco eran amigos. Hay otro matrimonio que falleció con dos días de diferencia”, agrega.
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