La “maestra del año” frente al helicóptero de Sergio Berni
La reacción de Paula Rodríguez Monteiro ante el aterrizaje patotero del ministro de Seguridad en un club de barrio es una lección de civismo esperanzadora en un país abrumado
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Paula Rodríguez Monteiro tal vez deba ser reconocida como “la maestra del año”. Les ha dado a sus alumnos un ejemplo de ciudadanía y de coraje; de compromiso y de dignidad. Sin proponérselo, ha brindado una clase magistral sobre derechos, obligaciones e igualdad ante la ley. No lo hizo al frente del aula, sino con su propio ejemplo.
Maestra en dos escuelas primarias de la ciudad de Ensenada, Paula es además presidenta de un modesto club de fútbol infantil, el “canal Oeste” de esa localidad. Desde ese rol, reaccionó cuando le avisaron que la canchita de fútbol de la institución había sido invadida, primero por un auto y después por un helicóptero.
Sin aviso y sin haber pedido ninguna autorización, una aeronave oficial del Ministerio de Seguridad de la provincia aterrizó en ese predio para que bajara una mujer a la que esperaba un auto con chofer. La maestra Paula Rodríguez Monteiro le pidió explicaciones y le recordó que no podían aterrizar allí sin permiso, además de remarcarle que arruinaban un espacio de uso comunitario y ponían en riesgo la seguridad de chicos que podrían haber estado jugando en el lugar. No retrocedió cuando supo que en el helicóptero iba Sergio Berni y que la que acababa de bajar era su mujer, la senadora provincial Agustina Propato. Soportó con estoicismo y serenidad la bravuconada de un custodio. E inició un periplo por comisarías y fiscalías para formalizar una denuncia con derrotero incierto.
La maestra, con una reacción espontánea, dio varias lecciones a la vez. La primera es que nadie está por encima de la ley, aunque a tantos funcionarios les cueste comprenderlo. La segunda es que la docencia y la presidencia de una institución comunitaria suponen obligaciones y compromisos éticos: para ella hubiera sido más cómodo callarse o ser complaciente ante el atropello. Eligió el camino del deber, que suele ser el más difícil.
También dio cátedra de ciudadanía: no armó un escándalo ni apeló al “escrache”. Fue a dos comisarías (aunque sabe que dependen de Berni) y a la Justicia. Ingresó en el laberinto del denunciante, sin ignorar los riesgos ni los tortuosos padecimientos que implica ese recorrido.
No pensó en su comodidad; mucho menos en su conveniencia. Como maestra, depende del Estado en el que hoy Berni y su esposa administran grandes porciones de influencia. Sabe que un telefonazo le podría, como mínimo, generar complicaciones. Pero actuó como ciudadana y como docente, no como empleada de un gobierno. Reaccionó con responsabilidad ética y con valentía personal, sin ninguna especulación ni oportunismo. No lo hizo en defensa de un interés ni un patrimonio propios, sino de un espacio comunitario: un club humilde que los propios vecinos han recuperado con esfuerzo.
Este ejemplo de dignidad ciudadana se ha dado, además, en Ensenada, un distrito gobernado por una facción radicalizada del ultrakirchnerismo duro. El intendente Mario Secco, un declarado admirador de Hugo Chávez, lleva 18 años al frente de ese municipio, donde maneja todos los resortes de poder. Nadie ha dicho nada en la comuna sobre el avasallamiento a un club local y a su presidenta. Tampoco se han pronunciado las “funcionarias de género”.
La contracara
Como contracara de “la maestra del año”, Berni ha ofrecido una clase de lo que no se debe hacer; al menos de lo que no debería hacer un funcionario si entendiera su tarea como un servicio público y no como un privilegio. Usó el helicóptero oficial, como si fuera su auto o su remís particular, para dejar a su esposa en un acto. Aterrizó donde le pareció, sin pedir permiso ni averiguar de quién era el predio; sin preocuparse –por supuesto- del daño que podía provocar el “aterrizaje patotero” en un lugar que no está previsto para recibir helicópteros. Se fue sin dar explicaciones, como un sultán desentendido de las consecuencias de sus acciones. En una Argentina donde la corrupción y el atropello autoritario alcanzan dimensiones desmesuradas, este parece un episodio menor. Revela, sin embargo, la cultura de la impunidad: porque tengo poder, hago lo que quiero. Se conecta, además, con otras actitudes que también responden a la lógica del “patoterismo de Estado”; el mismo que ejerce el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, cuando intimida a Nik o arremete contra ciudadanos.
En medio de estas lecciones contrapuestas, no se sabe todavía qué ejemplo darán la policía y la Justicia bonaerenses frente a la denuncia por el aterrizaje clandestino de Berni: ¿estarán a la altura del ejemplo cívico que ha dado la maestra? ¿o serán obsecuentes frente al abuso de poder? ¿Se impondrán la ejemplaridad y la sanción? ¿O ganarán la ley del acomodo y el cajoneo obediente? ¿Mostrarán que la ley es pareja para todos o que depende de quién sea el que la viola?
A veces, la extravagancia autoritaria se choca contra la dignidad ciudadana. Es lo que ha pasado esta vez en esa “isla chavista” que ha intentado construir Secco en Ensenada. Se encontraron con una maestra con mayúsculas. Una maestra que ha enseñado a sus alumnos (y nos ha recordado a todos) que las normas y el deber están por encima de la impunidad y los privilegios. Y que la ética no se negocia ante el poderoso de turno. Una lección esperanzadora en una Argentina abrumada.
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