La kirchnerización de Massa, en revisión
Sus discursos de las primeras semanas expresaron la necesidad de ser acogido por los votantes de Cristina, pero ahora necesita sumar más que lo que el declinante kirchnerismo le puede dar
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Una vez más, Cristina Kirchner dejó descolocados a muchos de los que hicieron pronósticos sobre su acción política después del cierre de listas. Incluidos varios de los propios. Ni lejanía, ni descanso, ni retiro. Siempre protagonista dominante. Capaz de eclipsar hasta a sus propios candidatos, se subió a la campaña de Sergio Massa para ocupar, como siempre, el centro de la escena.
El renovado protagonismo de la vicepresidenta en los actos en los que puso a su lado al ministro-candidato abrió nuevos interrogantes y fue un banco de pruebas que arrojó resultados y sensaciones contradictorios para el massismo. Como para obligarlo a medir el impacto y calcular costos y beneficios, la campaña entra ahora en un período de ajustes cruciales. Y no solo en la alianza oficialista.
En el entorno del ministro-candidato optan por subrayar, primero, el efecto positivo que la participación de Cristina Kirchner tuvo para la dirigencia, la militancia y los votantes fieles del kirchnerismo. Aunque no pueden evitar que se filtren voces de alerta por el impacto negativo en votantes más blandos o más reacios al cristinismo, que con la figura de Massa se busca recuperar y sumar.
Algunos sondeos y grupo focales iniciales que conoce la mesa chica massista dispararon alarmas y acciones en pos de encontrar un equilibrio entre fuerzas que pueden resultar antagónicas. La duda es cómo lograr un justo medio con Cristina Kirchner, cuando ella se juega su identidad y su legado.
“Hay que buscar la manera de administrar el volumen de Cristina. Si no se escucha, tenemos un problema con la base kirchnerista, pero si sus gritos dominan todo, puede que el bajo techo de votos de hoy sea infranqueable. Con eso es impensable ser competitivos en un ballottage”, dicen los massistas que miran más allá de las PASO y admiten que están ante un dilema muy difícil de resolver.
“Los videos y fotos en los que Cristina ocupa el centro u oficia de copiloto hacen que muchos en los grupos focales, que no son del núcleo duro, expresen rechazo de inmediato. Para ellos, el kirchnerismo es o quieran que sea un ciclo terminado”, cuentan quienes han visto esos estudios.
Los planteos, la fijación de agenda y los tonos que remiten a la época del apogeo de su reinado, con los que Cristina Kirchner dominó los actos que compartió con Massa, son el eje de esa ambigüedad y preocupación en el entorno massista.
Los reclamos explícitos de la vicepresidenta al candidato para que el eje de la discusión de la campaña y la orientación del próximo gobierno pase por la redistribución antes que por la generación de riqueza, en contra de cualquier ajuste y en defensa del statu quo de las empresas públicas marcan el nudo de la problemática. Lo mismo que el planteo para que quienes tienen divisas fuera del sistema las traigan, por las buenas o por las malas.
“De eso hay que hablar después de las PASO”, dijo Cristina Kirchner el lunes pasado, en el acto por el aniversario de la reestatización de Aerolíneas Argentinas mirando a Massa, que tamborileaba con sus dedos sobre la mesa compartida y en su cara se dibujaba una sonrisa, más nerviosa que cómplice. Está claro para ella y el kirchnerismo puro y duro de qué lado ha estado más cerca Massa y dónde tiene más amigos.
“Sin Cristina no se puede, pero con Cristina es complicado”, podría ser la versión massista 2023 de aquel hit de 2017-2019 (“sin Cristina no se puede, pero con Cristina no alcanza”), que terminó en la reconciliación con Alberto Fernández y Sergio Massa. Una experiencia más traumática que feliz. Para todos.
Orden interno, rechazo externo
Los massistas que mejor relación tienen con la vicepresidenta y con su hijo Máximo (principal instigador de su involucramiento en la campaña) resaltan que su presencia y sus discursos “sirvieron para calmar a la muchachada ansiosa de ese lado”.
El “elijo creer” con el que la camporista intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, respondió a lo que le generaba la designación de Massa como candidato oficialista es la expresión más acabada del paso de la desconfianza a la expectativa forzada del cristicamporismo.
“Varios quedaron incómodos o en alerta después de la bajada de la candidatura Wado [de Pedro]. Había que darles señales para que confiaran. Así que nos viene bien que Cristina se sume y banque con todo”, sostiene un operador político de Massa, que ha sido desde siempre un puente eficaz con el cristicamporismo. Cuidar que el vínculo se mantenga fluido y evitar que la dueña del espacio mayoritario de la coalición oficialista se incomode o se ofenda es una tarea que exige mucha dedicación y “sintonía fina”, diría la vicepresidenta.
En ese contexto es que Massa se ve obligado a buscar los nuevos equilibrios. Sus discursos y presentaciones de las primeras dos semanas fueron consecuentes con la necesidad de ser acogido por la base que se referencia en la vicepresidenta. Lo mismo hizo para reforzar su alianza con los gremios de la CGT.
Ahora empiezan a preguntarse en su entorno si Massa no exageró en su kirchnerización, que incluyó expresiones nunca pronunciadas antes. Por ejemplo, cuando habló de pagarle al Fondo Monetario Internacional para que se vaya del país y no vuelva nunca más, mientras los funcionarios massistas imploraban a los directivos del organismo por el cierre de un nuevo acuerdo que perdone los pecados de los últimos seis meses de incumplimientos.
Los exégetas del Massa kirchnerista obligan a leerlo en clave para argumentar que no se cambió de bando, sino que está haciendo equilibrio. “Cuando habló del FMI dijo ‘quiero pagar y que se vaya’. Pagar es un gesto para afuera y que se vaya es para adentro”, explica uno de los dirigentes que mejor lo conoce.
El andarivel en el que camina el ministro-candidato es demasiado angosto. Por un lado, necesita retener para las PASO al núcleo duro kirchnerista y evitar que el sparring Juan Grabois le quite votos que podrían dejar una imagen más debilitada para las elecciones generales. Por otro lado, necesita sumar más que lo que el declinante kirchnerismo le puede dar.
El riesgo de que el peronismo perfore el piso del 34% de las últimas elecciones es una de las grandes preocupaciones e incógnitas con el que llega a estas primarias. Si eso llegara a ocurrir se abriría paso a un escenario desconocido. Un peronismo que no supere el 30% de los votos totales sería como la aparición de un animal desconocido en la selva electoral, capaz de alterar todo el ecosistema.
La historia y el resultado de las últimas elecciones provinciales que volvieron a poner en cuestión la fiabilidad de las encuestas llevan a otorgarle relativa probabilidad a esa perspectiva, que hoy surge de la mayoría de los sondeos. Sin embargo, algunos consultores, como Federico Aurelio, advierten que “se mantiene estable el rechazo al peronismo kichnerista en torno del 70% y la designación de Massa no muestra que eso haya cambiado”.
Por eso, a algunos asesores del ministro de Economía empieza a preocuparles que se cristalice la imagen de su kirchnerización y buscan moderar ese perfil. En las próximas semanas habrá una ecualización fina para corregir la deriva.
“La reconstrucción de la confianza que empezó a hacer Sergio al asumir como ministro, llevando tranquilidad en medio de la zozobra en la que estaba el Gobierno y la economía toda puede ahora complicarse con la inflación que se mantiene alta, el dólar inestable y, encima, con la adopción de la narrativa del kirchnerismo, siempre en busca de enemigos”, explica un consultor.
Para sostener su argumento, el experto en opinión pública subraya el cansancio y la angustia que impera en la sociedad luego de tres gobiernos consecutivos fallidos y una pandemia histórica y seis años de alta inflación. Ahora, dice, espera un horizonte de tranquilidad y progreso, antes que convocatorias a nuevas batallas. “La mayoría de los argentinos quiere dar vuelta la página de la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, que le insumió 20 años de su vida”, concluye.
No extraña, entonces, que en la disputa interna de la oposición de Juntos por el Cambio haya empezado a registrarse esta semana un tenue cambio de sentido, destinado a bajar los decibeles internos. Como para que los halcones que lidera Patricia Bullrich hayan firmado una carta para pedir que se le baje la intensidad a la disputa.
El resultado de las elecciones de Santa Fe, en las que Carolina Losada (la postulante con el discurso más agresivo con su rival interno y que representaba cabalmente a Bullrich) fue derrotada por un margen superior al esperado dejó huellas. Más allá de que los sondeos que consumen los bullrichistas sigan dándoles buenas noticias, según ellos.
La foto triunfal santafesina con la que Horacio Rodríguez Larreta recuperó algo de oxígeno al lado del ganador Maximiliano Pullaro tuvo su efecto en la interna cambiemita. Aunque no pueda extrapolarse fácilmente para convertirse en la película de recuperación que busca instalar el larretismo.
Su comando de campaña salió a apuntalar esa imagen y a aprovechar el instante con la difusión de algunas encuestas que muestran una mejoría, sobre todo en la comparación intersemanal, a pesar de lo discutible que pueda resultar esa referencia y de la renovada desconfianza sobre los sondeos. Al mismo tiempo, preparan un relanzamiento de la campaña para las últimas dos semanas, en la que reforzarán la amplitud de su espacio y procurarán demostrar tanto flexibilidad como firmeza (si eso es posible) y evitar conflictos.
El horno social no está para bollos. El propio Mauricio Macri, quien no oculta su cercanía con su exministra de Seguridad tanto como su lejanía y manifiesto rencor con Rodríguez Larreta, estuvo activo en la semana para bajar los decibeles y evitó a la distancia explicitar su preferencia para las PASO. Es su aporte a una concordia que considera imperiosa. El riesgo de que el fragor de la disputa aleje de JxC a más electores de los que ya distanció hasta ahora es muy alto.
Más que el trasvasamiento de votos de una fuerza o de un candidato a otros empieza a preocupar el rechazo a todos. Aunque la abstención no sea muy elevada, de mantenerse la tendencia advertida en las recientes elecciones provinciales, podría tener un impacto relevante. Una elección apretada se define en los márgenes.
Por eso, todos empiezan a ajustar sus discursos. Empezando por Massa que revisa sus niveles de kirchnerización. Las dos últimas semanas antes de las PASO podrían ser más decisivas que nunca.
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