La isla del Evita: una escuela para aprender a ser kirchnerista
La agrupación oficialista forma cuadros juveniles en el Delta, entre el adoctrinamiento revolucionario y la jura de lealtad a Cristina
El muelle modesto, de tablones de madera gastada, no se diferencia en nada de los muelles del resto de las pequeñas islas del delta del río Luján, en el Tigre. Si se los mira desde el agua, los 30 pibes que conversan sentados en ronda tampoco presentan nada que llame la atención. Pero basta con poner un pie en tierra firme para descubrir rasgos atípicos: la mayoría de los jóvenes viste remeras rojas, con la cara de Eva Perón estampada en el pecho. El tema de la charla también es original: se discute "qué es un militante, qué es un cuadro y qué es periferia".
Es la puerta de entrada a un sitio único de la política argentina: la isla del Movimiento Evita, una parte vital de Unidos y Organizados, el aglomerado de organizaciones más cercanas a la Presidenta. En este paraje agreste, la JP Evita, brazo juvenil de la agrupación, dicta cursos para formar a sus mejores cuadros.
Es un sitio alejado, casi escondido, donde las imágenes de Néstor y de Cristina Kirchner se multiplican en cada pared y donde la palabra "revolución" se pronuncia con tanta frecuencia como naturalidad y firmeza.
Fue adquirido hace dos años por la federación de cooperativas del plan Argentina Trabaja que maneja el Movimiento Evita, de más de 15.000 trabajadores. Funciona también como camping de la federación. LA NACION lo visitó el 16 de este mes, antes del cierre del ciclo de formación política, que lleva el nombre de Sabino Navarro, unos de los fundadores de Montoneros, muerto en 1971 durante un enfrentamiento con la policía.
"Un cuadro tiene que tener una mirada sobre la totalidad nacional e internacional, y un análisis propio dentro de una doctrina, que en nuestro caso es el peronismo", rompe el hielo, en la ronda del muelle, Iván Arroyo. Es un joven de 27 años que milita en la zona más pobre de Carilegua, un pueblito de 5000 habitantes del sudeste de Jujuy. Llegó a la isla luego de un viaje de más de 24 horas en ómnibus. "Para nosotros es importante tener el contacto con los compañeros que están adentro, en el Congreso o en otros lugares", explica Arroyo, uno de los mil jóvenes de todo el país seleccionados para participar del ciclo de la agrupación que lidera a nivel nacional Emilio Pérsico. La mayoría de los militantes, divididos en ocho delegaciones de entre 100 y 120, llegó a la isla en una lancha-colectivo, fletada por el movimiento. Otros abordaron La Soberana I, la pequeña embarcación propia del Evita.
Para los jóvenes, el día comienza pasadas las 10, con la charla de bienvenida, a cargo del jefe de la JP Evita, el diputado nacional Leonardo Grosso. "El nivel más alto de conciencia que se puede tener es lo que realmente se hace. Si nos da fiaca ir al barrio a militar y priorizamos intereses individuales por sobre la patria, no entendimos nada", dice Grosso, con tono firme y acelerado, al frente de un salón de unos 15 por 10 metros, con piso, paredes y techo de madera, que fue levantado por los integrantes de las cooperativas.
En el interior, tres ventiladores de pie dan todo de sí, pero pierden la batalla ante el calor pegajoso. Cuatro lamparitas de bajo consumo cuelgan de un cable que atraviesa el lugar, de atrás hacia delante. A falta de pintura, las paredes están cubiertas con afiches y fotos de Juan y de Eva Perón, y de Néstor y de Cristina Kirchner. Las imágenes de la Presidenta y de su antecesor están incluso en las puertas de los baños, ubicados en un extremo del lugar y divididos por sexo. El de varones está identificado con una foto de Néstor; el de damas, con una de Cristina. En la entrada del salón, en una cartulina celeste, se exponen las reglas de convivencia en la isla. "No consumir drogas ni alcohol", dice una. "Dirigirse con respeto a los compañeros", reza otra. "Chetos, abstenerse", advierte una tercera. Debajo de la enumeración, con letras un poco más grandes, una definición de identidad: "¡Bienvenidos al peronismo!".
Escuchan las palabras de apertura de Grosso unos cien pibes, de entre 15 y 30 años, sentados a lo largo de banquetas de madera, que cruzan el salón de lado a lado. Una frase se repite en la espalda de la mayoría de las remeras rojas, que recibieron al llegar a la isla. "El capitalismo foráneo y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas han podido comprobar que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene conciencia de sus derechos."
El material del curso se completa con un cuadernillo, que combina citas de Antonio Gramsci y del revolucionario egipcio Gamal Nasser. En su índice, se detallan los temas que se abordarán durante los dos días que permanecerán los militantes en la isla. Se habla, entre otras cosas, de la crisis del capitalismo ("que en realidad no es una crisis, sino un reacomodamiento"), del dólar ("todas las crisis están vinculadas al faltante de dólares en el Banco Central"), del trabajo en negro ("no es culpa de Cristina, sino del contexto histórico que nos determina") y de los "ni-ni", los jóvenes que no trabajan ni estudian ("es una problemática que no se soluciona sólo con crecimiento").
La primera charla, de integrantes de la mesa de economía del movimiento, se corta para el almuerzo: dos sándwiches de hamburguesa para cada pibe; pollo con la mano para los organizadores, que comparten la mesa con LA NACION. "La idea es encarar un proceso de cualificación, capacitación y ordenamiento de nuestra fuerza", explica Ignacio Rico, un joven de 22 años que ganó fama en pleno conflicto del campo, cuando, con sólo 17 años, se enfrentó a Eduardo Buzzi, jefe de la Federación Agraria, durante una conferencia de prensa, en Rosario. "Intentamos desarrollar una formación teórica a partir de la reflexión de nuestra práctica cotidiana", agrega, con una voz de mando que contrasta con su corta edad.
En el programa del curso también hay lugar para actividades recreativas. Primero, una guitarreada. Después, el plato fuerte: la "búsqueda del tesoro revolucionario", que obliga a los pibes a abrirse paso entre los pastizales de la isla para ir descubriendo las pistas. Ante semejante tarea, el premio parece escaso: una bolsa de caramelos. Pero como, casi todo en este lugar, el tesoro encierra un significado simbólico. "Representa la felicidad del pueblo", explican los organizadores.
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