La intimidad de los vecinos de Cristina Kirchner en Recoleta: reuniones, estrategias y cansancio
LA NACION recopiló testimonios de los vecinos autoconvocados, que tienen su propio grupo de chat desde que la militancia copó el barrio; estudian medidas para que se vayan los manifestantes
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“Están tratando de sacarnos de quicio”. Así lo definen los vecinos de la vicepresidenta Cristina Kirchner. Desde el último lunes por la noche, la intersección de Juncal y Uruguay, en el barrio porteño de Recoleta, es territorio ocupado por la militancia kirchnerista. Con grupos que fluctúan de tamaño según el horario, los cánticos y la interrupción intermitente del tránsito se han vuelto algunos de los condimentos que afectan la vida diaria.
El último viernes, en el quinto día de movilizaciones, un abogado de 43 años dio inicio a un grupo de vecinos autoconvocados. Con una carta que daba detalles hasta escatológicos de postales que han registrado en la calle, se dio inicio a un colectivo donde decantan emociones e ideas en busca de soluciones. “Hay que parar esto, pero sin agredir”, observa Cristina, una vecina tocaya de la vicepresidenta.
En diálogo con LA NACION, Malu -que es madre de cuatro hijos y no disimula su agotamiento- afirma: “No estoy en contra de las manifestaciones de la gente, pero cuando empiezan a perjudicar la libertad del otro ya estamos en problemas”.
La mujer detalló que los dormitorios de su domicilio dan hacia la calle Uruguay. “Los ruidos hasta bien pasada la medianoche son insostenibles”, expresa. Mientras charla con este medio, se escuchan sonidos de bombos y cánticos de fondo. “Mi hija de 10 años no quiere volver a casa y me pide que nos mudemos. Tiene mucho miedo”, agrega.
El último sábado, la Policía de la Ciudad instaló vallas en cuatro puntos que rodeaban la intersección más afectada. En cuestión de horas, la militancia derribó el improvisado muro y se enfrentó con agentes de la fuerza porteña. La tensa situación culminó con miles de personas en la zona, que no se descomprimió hasta que la vicepresidenta Cristina Kirchner habló frente a sus seguidores.
Tras los cruces, autoridades porteñas y nacionales fijaron una serie de reglas de convivencia para que comulguen los derechos de las partes involucradas: vecinos y manifestantes. La militancia kirchnerista, según informaron fuentes de la Policía de la Ciudad a LA NACION, se comprometió a varios puntos: no cortar la calle, no instalar parrillas, no vender objetos ni bebidas en la vía pública, no utilizar bombos ni explotar pirotecnia. La promesa duró poco.
“Hace una semana que estamos así”, protestan. En el grupo de chat de los vecinos se evalúan distintas formas de expresión pública, en busca de una solución. Mientras un puñado incita a un cacerolazo o alguna acción más activa, la amplia mayoría pide mantener la calma. “Creo hay que pensar bien cada paso: uno en falso hará que la cosa se ponga peor”, señala Juan, al defender una postura más medida. “Todos estamos podridos de esta situación. Violencia genera más violencia”, remarca María José.
Y continúa: “No es miedo. Es pensar antes de actuar. Si les seguimos el juego va a terminar todo peor”.
Solo sobre la calle Uruguay entre Juncal y Arenales hay un colegio primario de mujeres, un jardín maternal, un centro terapéutico para personas con discapacidad y un geriátrico. La vida de todos los miembros de estas comunidades se ha visto afectada esta última semana, sobre todo por la tarde, cuando el caudal de militantes tiende a aumentar. Los comercios, por su parte, tampoco pueden trabajar normalmente y denuncian pérdidas de cientos de miles de pesos.
La militancia, que desde el último lunes se acerca a Recoleta, refuta las acusaciones en su contra. “El pueblo ejerció su derecho a manifestarse con amor, pacíficamente”, dijo este fin de semana el canciller Santiago Cafiero, uno de los funcionarios que se hicieron presentes en los alrededores de la casa de Cristina Kirchner.
“Hace una semana que no se puede descansar, ni trabajar, ni estudiar en casa”, advierte María.
Cantar el himno nacional, encender velas y colgar banderas. Los vecinos buscan alternativas silenciosas pero poderosas –según aseguran- que sirvan para llamar la atención de autoridades. “Ya se levantaron varios amparos en los juzgados correspondientes”, cuentan. Mañana incluso tienen previsto reunirse con un parlamentario de Juntos por el Cambio.
“La estrategia de provocar es clara. No habría que entrar en el juego, sino, seguirán viniendo”, resumen los vecinos, quien señalan: “Mientras, desde el Gobierno aprovechan para distraer del caos económico q se avecina entre tarifazo e inflación”. Lo único que piden -o, más bien, ruegan- es recuperar la normalidad.
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