La interna oficialista solo está destinada a agravarse
“Perder las elecciones sería un problema. Pero ganarlas puede ser un problemón”. Con menos sarcasmo que realismo, así resume un importante referente oficialista la profundidad y la extensión de las disputas internas que sacuden al oficialismo. Las diferencias de hoy serían solo un pequeño anticipo de lo que muy probablemente suceda en la segunda y última parte del mandato de Alberto Fernández.
Las recientes expresiones en público y en privado de las tensiones que atraviesan a la coalición de Gobierno activaron varias alarmas. La incapacidad para saldar la patética disputa que viene protagonizando Sergio Berni con Sabrina Frederic o las diferencias en temas judiciales, que Fernández viene laudando hacia la táctica de confrontación demandada por el cristinismo, es apenas el punto de convergencia y emergencia de muchas otras disonancias. Y quizá ni siquiera sean las más complejas. Ni las de mayores consecuencias.
La frágil situación económica, a la que la inflación y el recrudecimiento de la pandemia (sin vacunación suficiente), amenazan con complicar aún más, es el punto donde confluyen las prevenciones para antes, y, sobre todo, para después del domingo 24 de octubre.
La disputa en torno de los temas energéticos que atraviesa el oficialismo en forma vertical y horizontal, como bien lo explica hoy Laura Serra en esta edición, es otro de los puntos donde se manifiestan las diferencias de miradas, proyectos y necesidades. La lija pasa cada vez con más firmeza sobre el ministro de Economía. Y eso que todavía el Tesoro no empezó a gastar sus escasos dólares en la importación de gas que el invierno le demandará o los millones de pesos en subsidios que la discutida alza de tarifas exigirá. El conflicto entre albertistas y cristinistas nunca es gratis.
Sin embargo, a pesar de las preocupaciones y prevenciones, la confianza oficialista es absoluta en un triunfo en el nivel nacional y en la decisiva provincia de Buenos Aires. Acrecienta ese optimismo el hecho de que pocos en la oposición se animan a desafiar el pronóstico, aunque no faltan expresiones de deseos. Nadie en la coalición de Gobierno tiene incentivos para estar afuera y pocos auguran que los problemas en curso puedan menguar de manera significativa el apoyo electoral al oficialismo. A menos que aparezcan nuevas contingencias. Por eso, muchos son los que prefieren poner la mirada y las preocupaciones más allá de los comicios de medio término. Especialmente, en el mundo económico-financiero.
“Es altamente probable que se postergue cualquier acuerdo con el FMI para después de las elecciones. Pero no por decisión ni mérito del Gobierno sino por la incertidumbre que existe respecto del rumbo de la gestión. Tanto dentro de los organismos multilaterales de crédito como entre los inversores privados nadie tiene ninguna certeza de la viabilidad y sustentabilidad que pueda tener cualquier acuerdo que se alcance hoy. Prefieren esperar a que decante la situación”, explica un argentino que maneja en Nueva York un fondo de inversiones y que suele ser escuchado por el oficialismo. La visita que por estos día realiza el ministro Guzmán a Nueva York no modifica la perspectiva.
“Lo ocurrido después de la renegociación de la deuda con los acreedores privados es la mejor demostración de que la incertidumbre está muy lejos de despejarse y que el problema es de naturaleza política. Se postergaron los vencimientos ocho años, hay un nuevo boom de precios de los bienes exportables argentinos y, a pesar de todo eso, el riesgo país sigue en niveles siderales. La cuestión es que la Argentina necesitar equilibrar sus cuentas y abordar reformas estructurales. Por el contrario, los desbalances van en camino de profundizarse y los cambios de fondo no se abordan por falta de consenso en el oficialismo. Así cualquier compromiso será incumplible”, argumenta otro financista que opera en Wall Street y coincide con su colega antes citado. El riesgo país es la base de su análisis: “En el mundo hay 23 trillones de dólares que están colocados a tasa real negativa y si la Argentina quisiera tomar un crédito le cobran una sobretasa de 16 puntos. Está muy claro”.
No es que ellos, como muchos empresarios, analistas y economistas, estén considerando que después de las elecciones se resolverán esos problemas, pero sí entienden que entonces empezarían a despejarse algunas variables que permitirían hacer previsiones más realistas.
La diferencia de expectativas que existen dentro del Frente de Todos para después de las elecciones magnifica las diferencias que hoy se expresan en su interior. En el entorno presidencial, que incluye a varios ministros entre los que se cuenta Guzmán, descuentan que un triunfo electoral empoderará a Fernández, lo posicionará para encarar su reelección y le permitirá cerrar el acuerdo con el Fondo, con lo que podría avanzar en busca de los equilibrios macroeconómicos y ensayar algunas de las reformas económicas postergadas para darle sustentabilidad a su proyecto. Un mundo feliz por venir.
El optimismo del albertismo nonato es fuente de alimentación de un agnosticismo más generalizado y de una mirada suspicaz del resto de la coalición, donde residen cristinistas, camporistas y massistas. En este espacio no se expresa ningún entusiasmo por un segundo mandato de Fernández. Sobre todo, por parte de Cristina Kirchner, cuya limitada paciencia ya funciona con el tanque de reserva. Tampoco de la “orga” que conduce su hijo. Los silencios públicos de la vicepresidenta son tan elocuentes como sus planteos, quejas y enojos privados.
Cada vez son más fuertes las señales que emiten para hacer saber que la regencia albertista tiene fecha de vencimiento. Aunque nadie apurará el proceso. Como si fuera la fuerza de la gravedad, no necesitan hacer mucho para que el Presidente sienta su influencia y actúe en consecuencia. Hasta el 25 de diciembre hay otros problemas por resolver.
Disimular y postergar
El antecedente de 2019 opera como un faro al que todo el peronismo miran con atención. El armado destinado a romper el techo electoral que tenía entonces (y sigue teniendo ahora) el cristinismo no parece correr riesgos de modificaciones sino que tendería a consolidarse. Si todos lo necesitan, mucho más quienes apuestan todo a su futuro, como Máximo Kirchner y La Cámpora. Ampliar la base de sustentación política y seguir acumulando espacios de poder ha demostrado ser mucho más rentable que disputar lugares en las listas a legislador. Anteponer candidatos que bajen las resistencias y disimulen los rasgos más radicalizados fue un buen negocio en el que volverían a invertir. Aprendizajes que pagan.
La incógnita para después de las elecciones es cuál será el camino por el que optará el Gobierno si se cumplen las previsiones actuales.
Amado Boudou puso en palabras lo que muchos piensan desde el universo cristicamporista y se proponen enmendar (o ya lo están haciendo), al decir que hay una subrepresentación del sector que más votos aportó a la coalición gobernante. La voz de la periferia (que suele expresar con claridad lo que el centro debe calar) no se refiere solo a cargos, sino también a ideas dominantes y políticas prácticas. Esas son las tensiones de fondo por resolver.
No debería sorprender, entonces, que después de octubre se extremen las tensiones. Un acuerdo con el FMI podría ser un acelerador, según cuánto y cómo pueda impactar sobre el futuro. Los que se sienten predestinados para el porvenir suelen condicionar el presente. Con proyectos antagónicos y desbalances o desequilibrios macroeconómicos acumulados podrían precipitarse las controversias para resolverse a cielo abierto.
La afirmación de Boudou más que como diagnosis puede servir como prognosis invertida, para ocultar los avances ya logrados y facilitar una ocupación masiva. Otra hegemonía que por ahora conviene disimular. El peronismo se ha graduado en la materia. Aunque es uno de los poderes permanentes de la Argentina logra siempre mostrarse como un contrapoder. No es fortuita la recuperación de los símbolos peronistas por parte del kirchnerismo.
El resultado de las elecciones, cualquiera sea, no augura un futuro de paz para el gobierno de Fernández. La ausencia de un marco institucional para resolver conflictos en el seno de la coalición y las asimetrías que existen entre el poder formal y el poder real explican por qué “perder seria un problema y ganar un problemón”. Dilemas que se anticipan.
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