La inflación impacta en los comedores, que registran un aumento en los últimos meses
Referentes de organizaciones sociales describen que tras la pandemia ya no asisten solo los chicos, sino familias enteras y también jubilados
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Dos mujeres sentadas sobre el escalón de un edificio se concentran en el plato de guiso que acaban de recibir. Un hombre de unos cuarenta años apoyado sobre uno de los autos estacionados se suma a la postal y disfruta el plato que recibió. En frente, la multitud que copa la calle confirma que ya son las 12 del mediodía y el comedor ubicado a mitad de cuadra ya empezó a repartir comida.
A ambos lados del portón se forman filas que logran llenar la cuadra de Pedro Echagüe en el barrio porteño de Constitución. De un lado se ubican quienes comen en los recipientes plásticos que entrega el comedor. Del otro, aquellos que vienen con un recipiente plástico para llevarse a su casa. “Yo llego a las 8.45 y ya hay gente. Los primeros que llegan tienen postre. Después, nos quedamos sin, casi nunca alcanza. Lo bueno de acá es que podés repetir todas las veces que quieras”, comenta José Luis, que hace cuatro años trabaja en la puerta del comedor. “Los días que no abrimos la gente viene a buscar igual”, agrega.
Adentro, una mujer revuelve la olla y con un cucharón de metal carga cada uno de los 15 recipientes ubicados sobre un cajón de plástico negro como los que se utilizan para trasladar verdura. “Con tres de estos estamos bien”, le indica José Luis que calcula en base a la fila que hay afuera. Las 15 o 16 ollas que preparan los voluntarios que llegan a las 7 de la mañana alcanzan para alimentar, según sus últimos relevamientos, a cerca de 2000 personas cada lunes, miércoles y viernes. Una vez finalizada la jornada, parten con otras dos ollas al Congreso, donde en general suman otras 500 personas.
“Se nota que en la calle hay hambre”, afirma Sergio Sánchez, dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluidos que dirige, sumado a este que es el más grande de la Ciudad, otros 20 comedores en Buenos Aires. “Y en todas las clases. La plata no alcanza”, agrega mientras comenta el caso de un hombre que a pesar de trabajar en un banco está en el comedor.
La realidad coincide con los datos: dos sueldos básicos actuales, fijados en $33.000, no alcanzan para lograr cubrir la canasta básica. Para no caer debajo de la línea de la pobreza, según el último relevamiento del Indec, una familia argentina tipo necesitó en febrero $83.807, un 6% más que en enero.
“¿Para cuántos?”, pregunta uno de los voluntarios. “Somos cinco, y ¿tendrás una leche?”, contesta una mujer que ronda los 50 años, mientras entrega tres bolsas con recipientes plásticos. Una vez que los cargan, suman naranjas, el postre del día, y pan y se los devuelven a sus dueños. “No solo vienen a comer, vienen a buscar comida. Me piden de todo, leches, pañales. No les alcanza. Hago lo que puedo para darles a todos”, cuenta Sánchez.
La fila se vacía y, mientras adentro cargan los nuevos platos para salir a repartir, pareciera que la gente se reproduce y en cuestión de minutos la calle Pedro Echagüe está copada otra vez. Dos horas después, la imagen será la misma y la demanda no disminuye. José Luis, mientras tanto, intenta atajar las múltiples demandas de quienes asisten que exceden pedidos de un plato de comida. “Paso a bañarme”, le dice una mujer embarazada. “Asistencia social está hoy. El abogado viene el viernes”, responde varias veces, ante la consulta de aquellos que solicitan asistencia para un trámite.
Sánchez relata que antes de la pandemia el número de familias que asistían rondaban las 700 y agrega que ya no se observa más la rotación típica producto de que aquellos que empezaban a trabajar dejaban de venir. “Algunos días venían algunos y después no volvían. Te dabas cuenta de que habían conseguido laburo. Hoy todas las familias que vienen se quedan, no hay rotación”, cuenta.
Johana Del Valle Gómez, referente de Barrios de Pie-Libres del Sur y encargada de 10 comedores en la localidad bonaerense de Esteban Echeverría, agrega otra característica al diagnóstico: “Históricamente venían los chicos, hoy vienen familias completas. Empezó con la pandemia y cuando se abrió todo bajó el nivel de asistencia, pero no consiguieron laburo y volvieron”.
Un reciente informe de Cáritas refleja la situación crítica que se incrementó con la pandemia. En 2021, la institución quintuplicó los destinatarios de sus programas sociales llegando a 688.835 personas mientras que en 2020 habían sido 127.913. Asignó $1283 millones a la asistencia alimentaria y planes de ayuda en educación, trabajo y vivienda.
La situación se agravó, aún más, con la inflación incontrolable. “En los últimos dos meses percibimos un aumento, sobre todo en el conurbano. Está viniendo mucha más gente grande, gente que cobra jubilaciones y no le alcanza”, afirma Silvia Saravia, quien conduce las bases de Barrios de Pie-Libres del Sur. A modo de ejemplo, en el comedor “Un granito de esperanza”, en el barrio el gaucho de Esteban Echeverría, el último mes pasaron de 30 a 70 asistentes y cada uno pide para sus familias. “La situación nos preocupa, nos desborda”, relata Johana, quien cuenta que en varias localidades del conurbano volvió el trueque y se organizan vía whatssap.
Barrios de Pie hace diez años que lleva su propia estadística, el Índice Barrial de Precios (IBP), que mide los precios de los alimentos de la canasta básica. Saravia asegura que suele ser muy parecido a las cifras del Indec, pero este mes registraron un aumento preocupante. Mientras que las cifras oficiales hablan de un 4,7% de aumento para el mes pasado, el IBP registró un 9,8 por ciento.
“El golpe es más fuerte de lo que se ve. Comer en el barrio es mucho más caro. En los negocios de cercanía el aumento fue más fuerte todavía y ahí es donde más se compra, porque a medida que tienen plata la gente va y compra”, explica Saravia.
“Cuando tengo un poco de platita voy y compro aceite, está carísimo. Es lo que más usamos y lo que más nos cuesta conseguir. No hay aceite, ni azúcar”, cuenta Noemí. Hace tres años que decidió hacer un merendero atrás de su propia casa. Con la ayuda de sus compañeros trabajaban los fines de semana y hoy solo les falta construir el piso, ya terminaron las paredes de ladrillo y los techos de chapa. Atrás cuentan además con una huerta en donde trabajan tres mujeres del Plan Potenciar.
Son las 15 y Johana llega al merendero Esperanza, en 9 de Abril-Barrio Zaizar, que dirige Noemí. La merienda ya está lista. Por el miedo a la lluvia, las cinco mujeres que se ocupan de cocinarla se encontraron un rato antes. “Cocinamos a leña porque el gas está muy caro. Por eso, cuando llueve, no podemos”, explica Noemí, mientras abanica las “rosquitas” y el pan casero con un repasador para espantar las moscas. “Tenemos cerca de 50 chicos. A muchos les dan en el colegio, pero vienen igual después acá. No alcanza, está todo muy caro”, relata la mujer, que es conocida en el barrio y que, incluso los días que está cerrado el merendero, recibe visitas de sus vecinos en busca de comida.
Todos coinciden en que la situación es “muy complicada” y, además de continuar con el reclamo para que mejore la calidad de la mercadería entregada por Desarrollo Social, repiten que no alcanza. “Yo acá no les pido nada. No te pregunto nada. Venís y te doy un plato de comida. El Estado te hace llenar formularios. Hay frenos, burocracia y la ayuda es ya. El Estado no está en el momento de necesidad de la gente”, resume Sánchez.
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